La ira y el enojo no dejan de ser sentimientos nobles que permiten catalizar emociones, al igual que la risa, la alegría y el llanto; pero si el enojo permanece en nosotros puede llegar a transformarse en un resentimiento que habita en lo profundo de nuestro ser y nos convierte en personas irascibles, tóxicas, llenas de un veneno que tarde o temprano va a infectar nuestras relaciones afectivas, laborales y sobre todo nuestra relación con el Señor. Por esto es importante que recordemos que el verdadero amor no lleva registro de las ofensas recibidas; para ser personas libres y sin rencores, debemos acordarnos de olvidar. La vida es demasiado hermosa para que el rencor nos quite la felicidad.