Vida eterna: Usted puede estar seguro – Dr. Charles Stanley

¿Está seguro de que tiene vida eterna? A muchas personas les molesta esta pregunta y responden de manera incierta, dudosa y a la defensiva. Pero si de verdad entiende lo que el Señor Jesús hizo por usted en el Calvario, podrá estar seguro de su salvación.

 

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[música]
locutor: En Contacto, el
ministerio de enseñanza
del Dr. Charles Stanley.
Alcanzamos al mundo con el
evangelio de Jesucristo
por medio de una enseñanza
bíblica sólida.
Hoy en el programa
En Contacto,
«Vida eterna: Usted puede
estar seguro».
Dr. Charles Stanley: Si usted
muriera hoy, ¿está seguro de
tener la vida eterna?
¿La pregunta le
perturba un poco?
¿Lo hace sentir algo un poco
inquieto, tal vez algo inseguro,
incierto, quizás algo dudoso,
tal vez algo temeroso, incluso
se siente a la
defensiva o tan solo molesto?
¿Por qué habría de
molestarlo esta pregunta?
Porque verá, si tiene realmente
claro en su mente que tiene el
don de la vida eterna y que si
muriera hoy, iría al cielo, la
pregunta no debería
inquietarlo en nada.
Pero quizá el hecho de que le
este molestando es porque usted
no está seguro, está dudoso
y le inquieta
toda esta idea en general.
Si es así, quizás
entonces deba asegurarse.
Y si le interesa asegurarse de
dónde pasará la eternidad, le
tengo buenas noticias.
Y de eso es de lo que me
gustaría hablar en este mensaje,
porque hablaré de la vida
eterna, y del hecho de que puede
estar seguro de que tiene
el don de la vida eterna.
Vayamos por favor, a 1
de Juan, capítulo 5.
En este quinto capítulo de 1 de
Juan, se nos habla de la idea
misma de la seguridad y Juan ha
dicho con bastante claridad que
si tiene al Hijo de Dios,
Jesucristo, entonces tiene vida
eterna; y si no lo
tiene, no tiene esta vida;
eso lo deja muy claro.
Y luego termina diciendo, en el
versículo 13: «Estas cosas os he
escrito a vosotros que creéis en
el nombre del Hijo de Dios, para
que sepáis que
tenéis vida eterna…».
No que lo esperen ni que quizás,
no es posiblemente, sino que
tengan la plena certeza de que
tienen el don de la vida eterna;
es decir, usted y Dios han
tenido una transacción; usted
tuvo una experiencia personal
con Él a través de la cual
le ha dado esta vida.
Ahora, ¿qué es esta vida eterna?
Mire, es una, es
una duración sin fin.
Mire, es una vida con una
duración sin fin en la presencia
de y en comunión con Dios, que
comienza en determinado momento
en esta vida y
continúa para siempre.
Y al dejar esta vida, significa
que pasaremos la eternidad–o
sea, por siempre, para siempre,
sin final–con Dios Padre, Dios
Hijo, Dios Espíritu Santo, con
todos los ángeles santos y con
cada una de las personas que
también ha vivido o vivirá
alguna vez, que haya aceptado a
Cristo como Salvador; o en el
Antiguo Testamento, que haya
puesto su fe en Dios
en la promesa del Mesías.
Entonces, al pensar en la idea
misma de tener la promesa y de
tener la certeza, pase lo que
pase, ya sea que suceda sin
previo aviso, o le suceda al
final de un largo tiempo de
enfermedad, puede saber esto sin
lugar a dudas, sin temor alguno,
valientemente, con
toda seguridad:
«Si, tengo el don
de la vida eterna».
Bien, quiero que pensemos un
momento porque verá lo que
acabamos de decir que es
el don de la vida eterna.
«…la paga del pecado es
muerte, más la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro».
No podemos tener el don de la
vida eterna separados de Cristo.
Está irrevocablemente ligado a
una relación personal con Jesús.
 Ahora, lo que deseo hacer para
empezar es distinguir entre la
idea misma de seguridad eterna y
certeza porque, ante todo, deseo
hablar del hecho de que todos
podemos tener certeza de que
tenemos el don de
la vida eterna.
Porque mucha gente tiene el don
de la vida eterna pero no están
seguros, y pasan toda su vida
medio atormentados a menudo con
la idea o la suposición, suponen
que en verdad no la tienen.
Suponen, «¿Qué tal si tomé
esta decisión, pero en verdad no
tengo la vida eterna?».
Así que hablemos durante
un momento acerca
de la seguridad eterna.
La seguridad eterna es la obra
de Dios por la cual garantiza
que el don de la vida eterna,
una vez que se recibe–mire, una
vez que se recibe–es para
siempre y nunca se pierde.
Es la garantía de Dios de que el
don de la vida eterna, una vez
recibido, es para
siempre; y no se puede perder.
Esa es la seguridad eterna.
Ahora, la certeza es la plena
convicción de, de tener en sí,
la vida eterna.
La pregunta es esta: ¿En verdad
quiere nuestro Dios que estemos
plenamente seguros
de la vida eterna?
¡Así es!
Mire, hay gente que es creyente
y dice: «Bueno, quizás no
deberíamos estar
tan seguros porque…
este…
Mire, no estar seguros.»
He escuchado esto: «No
estar del todo seguros.
Dios lo dejó así para que no
estemos del todo seguros; porque
si no lo estoy completamente
seguro, haré un mayor esfuerzo».
Si no estoy del todo
seguro, debo orar más.
Y si no estoy del todo
seguro, seré más dependiente.
Si no estoy plenamente seguro
seré mas humilde y si no estoy
seguro resolverá mi
problema del orgullo.
Si no estoy del todo seguro,
iré más a la iglesia, oraré más,
leeré con más
frecuencia la Biblia.
Y seré, seré más
diligente en todo este asunto.
No saldré a pecar ni
fallaré si no estoy seguro».
Nada de eso es verdad.
Eso no tiene nada de cierto
porque nuestra salvación no se
basa en nuestras obras, sino en
la obra consumada
de Jesucristo en el Calvario.
Al depositar mi fe en Él y en lo
que ha hecho, quedo eternamente
seguro porque, mire, el foco
de la seguridad eterna
es en la obra de Dios.
Mi certeza de lo que Él ha hecho
es algo dentro de mí, es la
plena convicción que tengo, es
la plena comprensión de que lo
que Dios ha prometido
ahora es real en mi vida.
Así que estamos hablando,
mire, estamos hablando
de hechos, verdades,
versus sentimientos.
Hablamos de la verdad versus lo
que creo acerca de mi relación.
Mi relación con Dios
está del todo intacta.
Mi relación está por completo
sellada; no sellada por mi
conducta, ni mi comportamiento,
ni sellada por mis sentimientos;
está sellada por
la preciosa obra
de Jesucristo en el Calvario.
Cuando lo acepté como
Salvador, su Espíritu me selló.
El Espíritu de Dios nos selló,
no nosotros mismos; sellados
hasta el día de la redención, si
lo siento o no, y si me siento
seguro o no, o tenga
alguna certeza o no.
Cuando Dios lo sella,
usted está sellado.
La tragedia es que vaya por
la vida atormentado
por dudas, temores y ansiedades.
Bien, lo más probable
es que si duda
que tiene el don de
la vida eterna; si duda de que
sea salvo; duda que Dios le haya
dado seguridad eterna, lo más
probable es que
encuentre la razón
entre estas que mencionaré.
Comencemos con la primera y es
esta: Una de las razones por las
que la gente duda de su
seguridad, no tienen seguridad,
dudan de su seguridad eterna
o dudan de su vida eterna es
porque no la tienen.
Esa es la razón directa:
porque nunca han sido salvos.
Tenían buenos sentimientos,
tomaron ciertas decisiones,
decidieron cambiar del todo
su forma de vivir y ya en la
iglesia, dijeron: «Quiero
bautizarme, unirme a esta
iglesia, ser mejor, hacer
bien, quiero esto
y quiero aquello,
quiero lo otro.»
Y ¿sabe qué?
Nunca creyeron en Cristo como
su Salvador personal, nunca
buscaron en la cruz el
perdón de sus pecados.
Entonces salen y están en alguna
lista y quizás donan dinero y,
tratan de ser buenas
personas pero nunca han sido
genuinamente salvos por gracia
de Dios ni recibieron a Cristo
en sus vidas, nunca creyeron en
Él para perdón de sus pecados,
nunca fueron llevados del mundo
de las tinieblas al de la luz,
nunca mire, nunca fueron
rescatados por Cristo
de la muerte eterna ni
dotados de vida eterna.
Y así, siempre tendrán
altibajos: «Bueno, tomé una
decisión en el pasado, pero
no me siento muy seguro».
No están seguros, mire, porque
el Espíritu de Dios no le dará
la certeza a alguien de
que tiene el don
de la vida eterna
si no lo tiene.
Sería toda una contradicción
a toda su función ahí.
Así que no dará certeza.
Por otra parte,
algunas personas le dirán:
«Claro, cuando
muera, iré al cielo.
No lo tome como algo personal».
Y ¿sabe lo que hacen?
Engañarse a sí mismas;
eso es lo que hacen.
Cuando dicen: «Pues
sí, sé que voy al cielo.
Sí tengo el don de la vida
eterna,» si no es así, el
Espíritu de Dios los
redarguye y lo ocultan.
El Espíritu de Dios los
convence, pero ellos lo ignoran.
El Espíritu de Dios los
convence y lo asfixian aún más.
El Espíritu de Dios los convence
y ellos lo reprimen y lo
contristan y contristan hasta
que al final: Ellos no, ellos
no, ellos no creen o no les
parece que sea un problema
porque, de algún
modo, lo han resuelto.
Pero no tiene nada
que ver con eso.
Hay algo más.
Se sentirán
inseguros en la vida.
Habrá otras áreas de
incertidumbre en sus vidas y no
se darán cuenta ni soportarán
que nunca han sido salvos.
Dirán: «Bueno, todo mundo tiene
dudas y todos tienen temores.»
Una de las razones de que
la gente no tenga certeza de
salvación es que nunca le
han confiado a Jesucristo
–personal, deliberada y
voluntariamente en determinado
momento–con su alma y
su espíritu,
todo su destino eterno.
Esa es la razón principal,
pero hay una segunda razón.
La segunda razón por la que la
gente no tiene certeza es por el
pecado en su vida.
De esto se trata el pecado,
el pecado es una violación
de la ley de Dios.
El pecado impide
fluir nuestra certeza.
Eso es lo que pasa: Cuando
alguien decide pecar
contra Dios, ¿qué ocurre?
Una sensación de
distanciamiento;
no se siente cerca de Dios.
Incluso puede sentirse
rechazado,
sin poder sentir
el amor de Dios.
Esta gente tiene una gran
sensación de culpa; y por tanto
no se sienten dignos
de que Dios los ame.
Y lo que sucede es que como
resultado del pecado en la vida
de alguien, eso
impide su certeza.
Así que los que una vez estaban
seguros, ahora comienzan a
desobedecer a Dios, se
rebelan y caen en pecado.
Y al preguntarles:
¿Está seguro de ser salvo?
«Pues, bueno, solía estarlo».
Perdieron su seguridad,
pero no perdieron
su seguridad eterna porque,
mire, Dios Padre estableció que
el plan de redención es que una
vez que acepte a Jesucristo como
Salvador siempre para Él será
hijo de Dios; y Jesucristo es
el eterno Abogado viviente a la
diestra del Padre, prueba
nuestra y garantía nuestra
de que aún somos hijos de Dios.
Hay una tercera razón y
es la falsa doctrina.
Cuando a una persona se le
enseña que puede ser salvo y
perderlo y se le dice desde la
infancia como a mí y a muchos
otros, lleva mucho
tiempo sobreponerse.
¿Sabe qué?
La gente escucha el evangelio,
oye la Palabra, oye la verdad y
la oye una y otra vez, y
muchas veces está
muy arraigado en ellos.
Quieren creer lo que usted dice;
desean creer lo que escuchan,
pero, como sea, no
pueden creer lo que le dice.
Mire, si les pregunta si creen
la Biblia, «Oh, sí, claro; cada
palabra en ella, incluso
los mapas, creo en todo eso».
¿Sabe qué?
Usted puede leerles un pasaje
bíblico y decir: «Mire, ¿qué
hay, que hay de este
versículo, y de este otro aquí?»
Bueno, ¿qué hay
de ese versículo?
«Pues, mire, así es
como me enseñaron.
Mi abuelo creía eso.
Mi abuela creía eso.
Mis padres lo creían.
Y ¿me dice que crea otra cosa?
Si era bueno para
ellos, lo es para mí.
¿Debemos ir por la vida
dudando de nuestra salvación?
¿Bueno para ellos,
bueno para usted?
No, no es bueno para usted.
Escuche bien, fíjese en esto.
Si sus padres creían en algo, o
sus abuelos creían en algo, y
usted ha descubierto que no
era correcto, cambiar su postura
doctrinal no significa
que ya no los ame igual.
No tiene nada que ver con el
afecto a sus abuelos
o a sus padres.
Nada que ver, no
los está denigrando.
«¿Qué más podrían decir?».
Si se dieran cuenta de que
al fin tiene razón, dirían:
«Alabado sea Dios, me
alegra que lo descubrieras.
Nos llevó años darnos cuenta».
Ellos estarían agradecidos.
Pero lo que
debe decidir es esto:
«¿Quiero saber la verdad o no?».
«¿Voy a aferrarme a esas
cosas por sentimentalismo?».
«¿Voy a aferrarme a las
creencias de alguien más para no
herir sus sentimientos?»
«¿O quiero saber la verdad del
Dios vivo para poder vivir según
esa verdad de manera
exitosa, victoriosa y triunfal?
Y, además, quiero vivir con tal
gozo, confianza y seguridad que,
pase lo que pase,
voy rumbo al cielo».
¡Así quiero vivir!
Y eso me lleva a otra razón por
la cual la gente suele dudar de
su seguridad eterna, dudar de su
salvación y dudar del don de la
vida eterna, que es lo que
Dios nos da al ser salvos.
Lo dudan por el énfasis
excesivo en las emociones.
Siempre que haya más énfasis en
las emociones que en la verdad,
sucederá esto: sin duda estará
dominado por sus emociones.
Las emociones, mire, nuestras
emociones nos darán órdenes.
Las emociones dominarán y
se apoderarán
de la verdad que conocemos.
Esto es demasiado
peligroso, sobre todo
si no hemos estudiado la Biblia.
Si no persistimos en la Palabra
y vamos a una reunión y todo el
mundo está alabando y
gritando «¡aleluya!»;
y ocurre todo eso y
a usted le encanta.
O sea, lo que quiero decir
es que todos podríamos crear
–mire–podríamos crear un
ambiente que sea así: cierta
clase de música y ciertas
alabanzas al Señor, ciertas
emociones y cuando nos damos
cuenta, todo el mundo alaba
y dice «¡aleluya,
gloria al Señor!»
Cualquier cosa pasará.
«El Espíritu de Dios vendrá
sobre nosotros y el Espíritu
esto y lo otro, el
Espíritu, el Espíritu,
el Espíritu aquí y allá».
Quiero preguntarle
algo: ¿Cuál es la verdad?
¿Cuál es la verdad?
Esto es lo que pasa: La razón
por la que la gente se equivoca
espiritualmente y se dejan
llevar por sus emociones y luego
pierden su sentido de seguridad
es porque están tan metidos en
todo esto tan emocional, en vez
de meterse en la verdad
de la Palabra de Dios.
¿Qué enseña la Biblia?
¿Qué nos dice?
¿Dice que debemos alabar a Dios?
¡Sí, sí, sí, sí, sí!
Pero si quiere que su alabanza
y emociones, que a todos nos
gustan, sean como deben y en
verdad glorifiquen a Dios, no
solo algo que lo haga sentirse
bien y sentirse mejor, y mejor,
y mejor porque no quiere bajarse
de ahí; mire, si la alabanza es
genuina, debería poder pararse
sobre la roca firme de la
Palabra de Dios, que es
viva, eterna e inmutable y estar
plenamente confiado.
Esa es la forma de descender.
Ahora, si, si no está firme en
su doctrina, lo que pasará es
que sus emociones le sacarán
partido y pasará esto: No hay
más avivamiento, terminó el
servicio, ya es viernes, muy
duro, una semana difícil, y se
ha sentido mal toda la semana.
Digamos que su jefe le
dijo unas palabrotas,
o su esposo o esposa, ha sido
una mala semana.
Mire, «¿dónde está Dios?
Señor, si me amas,
¿por qué me siento así?»
Y ¿qué sucede?
Comienza a dudar: «¿Por qué?
¿Por qué siento esto?».
O es tentado, por ejemplo, en
verdad es tentado en algo y
piensa: «Bueno, si en
verdad yo fuera salvo,
no estaría sintiendo
esta tentación.
O sea, no sentiría esto.
No estaría pensando esto».
No necesariamente.
¿Acaso perdió algo Jesucristo?
Y fue tentado.
No, no perdió nada.
Mire, las emociones están bien,
siempre que, mire, siempre que
esas emociones estén saturadas
de la verdad del Dios vivo.
Dirá: «Está bien, yo he oído
todo eso, pero ¿cuál es la
verdadera base de mi…?
¿Cuál es la verdadera
base de mi seguridad?»
Creímos en Jesucristo,
pues bien, ¿cuál es esa base?
Hay 4 bases para nuestra
absoluta e inquebrantable
certeza de que estamos seguros
para siempre en Él y tenemos el
don de la vida eterna al aceptar
a Cristo como nuestro Salvador.
La primera, mire, la primera
base para ello es esta: las
grandes e inmutables
promesas de Dios Todopoderoso.
Quisiera empezar con Juan 3.16.
Lo llevaré a través
de varios versículos.
Las poderosas, grandes e
inmutables promesas de Dios, y
esta es una de ellas: Número 1:
Juan 3.16 «Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se
pierda, más tenga vida eterna».
Primera promesa.
Capítulo número 5, escuche esta,
versículo 24: «De cierto, de
cierto os digo: El que oye mi
palabra, este es el Hijo de
Dios, El que oye mi palabra, y
cree al que me envió Dios, tiene
en seguida vida eterna; y no
vendrá a condenación o juicio,
mas ha pasado desde ya de
muerte eterna a vida eterna».
Mucha atención, dice que si
creemos, si lo oímos y creemos,
ya hemos pasado de
muerte eterna a vida eterna.
Busque ahora el capítulo 10.
Este es el último, capítulo 10,
mire el versículo 28: «y yo les
doy vida eterna; y
no perecerán jamás,
ni nadie las arrebatará
de mi mano» .
¿Quién puede
arrebatarlo de la mano de Dios?
Nadie.
Alguien dirá: «Puedo
salirme por mi cuenta».
No, no puede.
No puede.
Dirá: «Alguien más me sacará».
Mire, nadie puede
arrebatarlo de la mano de Dios.
Él dice:
dice: «nadie las puede
arrebatar
de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre uno somos».
¿Qué nos dice?
Que no se puede perder.
¡Descanse en eso!
Así que la base número 1
son las grandes,
irrevocables e inmutables
promesas de Dios.
Esa es la primera base de esto.
La segunda es el
amor incondicional
de Dios por nosotros.
Regresemos al capítulo
5 de Romanos por favor.
Romanos 5, escuchen
lo que dice Pablo.
Dice en el versículo 6: «Porque
Cristo, cuando aún éramos
débiles, a su tiempo
murió por los impíos».
Versículo 8: «Mas Dios muestra
su amor para con nosotros, en
que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros».
Vayamos al capítulo 8
de Romanos
y escuche este
impresionante pasaje aquí.
Dice en el versículo 33: «¿Quién
acusará a los escogidos de Dios?
Dios es el que justifica».
Dice, por ejemplo: «¿Quién puede
acusarnos de algo que haga
que Dios nos eche fuera?».
Nadie.
Luego dice: «¿Quién
es el que condenará?
Cristo es el que murió; más aun,
el que también resucitó, el que
además está a la diestra de
Dios, el que también
intercede por nosotros».
Le pregunto: «¿Quién nos
separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia,
o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada?».
Puede pasar por todo eso, tener
todo tipo de dudas y ah, ah,
tribulaciones y pruebas;
¿eso lo separará de Dios?
Mm mm– «Como está escrito: Por
causa de ti somos muertos todo
el tiempo; Somos contados
como ovejas de matadero».
Antes, en todas estas
cosas, toda esta confusión,
tribulación, angustia, somos más
que vencedores por medio de…
Cristo que nos amó.
«Por lo cual estoy seguro,
persuadido, de que ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni
lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo
Jesús Señor nuestro».
¿Sabe?
Él dijo: «¿Qué puede separarnos?
¿Quién puede separarnos?
¿Quién puede acusar a
los elegidos de Dios?
Nadie.
¿Qué puede
separarnos del amor de Dios?
Nada puede
Separarnos de ese amor.
Entonces si nada puede separarle
del amor de Dios, nadie puede
acusarle, escuche,
acusarle ante los ojos de Dios.
¿Qué cosa en el mundo podría
hacerlo dudar de una salvación
comprada por Dios por medio de
su Hijo Jesucristo, dada como un
don y con la promesa
absoluta de ser para siempre?
Deme una legitima razón bíblica
para dudar de su seguridad.
Cierto, no hay
ninguna razón válida.
La tercera base es la
obra de Cristo en la cruz.
Le leeré un par de versículos
que encontramos en Hebreos.
La obra consumada
de Cristo en la cruz;
esta es la base suprema.
Veamos lo que nos dice: En el…
Primero que nada,
el versículo 11.
Jesucristo es llamado sumo
sacerdote, quien se presenta
ante el Padre para
expiar nuestros pecados.
«Pero estando ya presente
Cristo, sumo sacerdote de los
bienes venideros, por el
más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos,
es decir, no de esta creación, y
no por sangre de machos cabríos
ni de becerros, sino por su
propia sangre, entró una
vez para siempre en el Lugar
Santísimo, habiendo
obtenido eterna redención».
Ahora no solo lo logró, sino
escuchen lo que dice Hebreos,
7.25: «por lo cual puede también
salvar ¿por cuánto tiempo?
¿qué dice?
puede salvar».
¿por cuánto tiempo?
«perpetuamente a los que por
él se acercan a Dios, viviendo
siempre para
interceder por ellos».
La obra de
Cristo consumada en la cruz
es lo que me da la seguridad.
Y luego, una última
cosa, una última base.
Volvamos al
capítulo 8 de Romanos.
Este es el testimonio del
Espíritu Santo al corazón.
Vea lo que dice en el versículo
16 capítulo 8: «El Espíritu
mismo da testimonio a
nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios».
Escuche, ¿cuántas veces le ha
preguntado a alguien que ha
aceptado a Cristo:
«¿Cómo te sientes?»
«Fantástico».
Otro responderá: «Bueno no
me siento muy emocionado,
pero sé que soy salvo».
¿Cómo pueden saberlo?
El testimonio del
Espíritu Santo.
Mire, si está ahí sentado
escuchando y lo que digo hace
que sienta algo justamente en su
corazón, es el Espíritu de Dios
dando testimonio a su espíritu
de que escucha la verdad.
Tengo 4 grandes bases para creer
que mi salvación está asegurada
para siempre y tengo el
don de la vida eterna.
La primera, las grandes,
irrevocables y fieles promesas
de Dios; el amor incondicional
de Dios; y la obra consumada de
Dios por medio de su Hijo
Jesucristo en la cruz; y luego,
el testimonio del
Espíritu Santo en mí,
de que soy hijo del Dios vivo.
Ahora viene la gran pregunta.
Y bien, ¿cómo me aseguro?
Creo todo esto,
¿cómo me aseguro?
Reconozca que cree que
Jesucristo es el Hijo eterno de
Dios, como lo dice la Biblia,
quien fue a la cruz por sus
pecados; y reconozca que ha
pecado contra Él y que sus
pecados lo separan de Dios;
confiese su maldad y pídale
perdón por todos sus pecados; y
acepte el perdón en virtud
de lo que Él lo prometió.
Es todo lo que necesita.
Luego, solo dígale: «Señor
Jesús, te recibo como mi
Salvador personal y
Señor de mi vida».
Y ¿sabe qué?
En alguno de esos momentos
breves, breves momentos de
oración, en una fracción de
segundo, donde sea, será salvo.
¡Qué impresionante
es la salvación!
¡Qué impresionante
es el amor de Dios!
Pero ese sencillo, profundo,
y breve momento,
puede cambiar su vida.
Y mi oración a Dios es que eso
mismo le haya ocurrido a usted.
[música]