Las preciosas promesas de Dios – Dr. Charles Stanley

¿Qué pensaría de una persona que fuera muy rica pero que siempre se estuviera quejando de no tener suficiente? Muchos cristianos tienen la misma actitud. Son espiritualmente ricos, pero no actúan como tal y a menudo eligen vivir como indigentes. Por desgracia, muchos creyentes no entienden su verdadera riqueza. En este mensaje, el Dr. Stanley comparte más de 20 ricas promesas que debemos recordar acerca de nuestra fe, además de: – Nuestra reconciliación con Dios a través de la muerte de Cristo – La presencia continua de Dios en nuestras vidas – La promesa de Dios de responder a nuestras oraciones – La promesa de Dios de no privarnos de lo que sea bueno para nosotros – Nuestra productividad en la vejez – La ayuda de Dios en los momentos difíciles – Nuestra seguridad eterna – La promesa del cielo como nuestro hogar Las promesas de Dios son preciosas y magníficas porque Él es quien las hizo. Él es el Dios que tiene el poder y la capacidad de cumplirlas, y nunca cambia. Guarde estas promesas en su corazón y confíe en que su Padre Celestial cumplirá hasta la última de ellas. Para más mensajes de Charles Stanley, incluyendo la transmisión de esta semana, visite www.encontacto.org/vea

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locutor: En Contacto con el
Dr. Charles Stanley celebra 45

años de la fidelidad de Dios.

Hoy, en el programa
En Contacto,

«Las preciosas promesas
de Dios».

Dr. Stanley:¿Qué pensaría
usted de una persona

muy adinerada que
siempre estuviese quejándose

de no tener suficiente?

Al verle, pensaría: «Bueno, un
momento, tiene dinero,

y mire lo que viste.

O vea su auto, vea su casa».

¿Por qué no está conforme?

O sea, si tiene tantas
posesiones, ¿por qué actúa

de esa manera?

Y uno tiene que preguntarse:
¿Acaso no sabe que es una

persona pudiente?

¿Acaso no se considera rico?

¿Acaso no sabe aprovechar su
fortuna?

¿Qué tiene de malo que una
persona viva así?

Definitivamente algo anda mal.

Pero conozco a muchos creyentes
que viven igual.

Realmente son muy ricos, y
no actúan como tal.

No saben lo que es suyo.

Quizás porque no lo creen, o
porque nunca han aprendido,

o se les escapó en algún
momento de sus vidas,

esta gran verdad.

Viendo cómo Dios muestra
claramente en su Palabra su modo

maravilloso de sustentarnos.

Pero hay quienes se quejan como
si fuesen mendigos: como si

nunca tienen suficiente: «Dios
me abandonó».

«Es que Dios no entiende cuáles
son mis necesidades».

«Sé lo que dice la Biblia, pero
no es así en mi vida».

¿Cuál es el problema?

¿Lo será Dios?

¿O más bien con el hecho de que
no entendemos lo que tenemos?

Así que le ruego que preste
mucha atención.

Pues cambiará la imagen que
tiene de sí mismo, y quizás el

concepto que tiene de Dios.

Así que le invito a acompañarme
a 2 Pedro, y vayamos al

capítulo 1.

Este mensaje es parte de la
serie sobre «Las promesas de

Dios».

Y en este pasaje en particular,
Pedro describe

la gran riqueza que tenemos.

Veamos lo que dice, 2 Pedro 1,
desde el versículo 1: «Simón

Pedro, siervo y apóstol de
Jesucristo, a los que habéis

alcanzado, por la justicia de
nuestro Dios y Salvador

Jesucristo, una fe igualmente
preciosa que la nuestra: «Gracia

y paz os sean multiplicadas, en
el conocimiento de Dios y de

nuestro Señor Jesús.

«Como todas las cosas que

pertenecen a la vida y
a la piedad nos han sido dadas

por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel–O sea, de

Jesucristo–aquel que nos llamó
por, escuche: por su gloria y

excelencia, por medio de las
cuales nos ha dado preciosas y

grandísimas promesas, para que
por ellas llegaseis a ser

participantes de la naturaleza
divina, habiendo huido de la

corrupción que hay en el mundo a
causa de la concupiscencia»; Lo

que quisiera que veamos en este
pasaje, y los demás que

leeremos, es esto, y mucha
atención, porque sé que muchos

no lo creerán, pero escuche,
aunque lo sepa o no, el día que

aceptó a Cristo como su
Salvador, se convirtió en una

persona con grandes riquezas.

¿Dónde está el valor de todo
eso?

Aquí está: En las promesas de
Dios.

Y en breves momentos le mostraré
por qué lo digo.

Al aceptar a Cristo como su
Salvador, las promesas de la

Palabra de la Biblia pasaron a
ser suyas, usted es una persona

con muchas riquezas.

Comencemos con la primera
evidencia del legado de riquezas

que Dios le ha concedido.

Acompáñeme un momento a Romanos,
capítulo 5.

Y leeremos varios pasajes–

En Romanos 5, vemos cómo
comienza todo.

Y esto es lo que dice: Dice en
el versículo 6: «Porque Cristo,

cuando aún éramos débiles, a su
tiempo murió por los impíos.

Ciertamente, apenas morirá
alguno por un justo; con todo,

pudiera ser que alguno osara
morir por el bueno.

Mas Dios muestra su amor para
con nosotros, en que siendo aún

pecadores, Cristo murió por
nosotros.

Pues mucho más, estando ya
justificados en su sangre, por

él seremos salvos de la ira.

Porque si siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios

por la muerte de su Hijo,
seremos salvos por su vida.

Y no sólo esto, sino que
también nos gloriamos en Dios

por el Señor nuestro Jesucristo,
por quien hemos recibido ahora

la reconciliación».

Mire, al aceptar a Cristo como
su Salvador personal, Él perdonó

todos sus pecados, y le llevó a
tener una relación estrecha con

Dios.

De ahí en adelante, mire puede
llamarse hijo de Dios.

Es su posesión.

Ahora tiene un legado, la
herencia de que Dios es su

Padre; Jesucristo es su
Salvador, su hermano; y ahora es

miembro de la familia de Dios.

Ese es usted.

Dejó de ser quien solía ser,
hijo de Satanás, ahora es hijo

de Dios: Número 1, muy
importante.

Hasta que eso suceda, nada de lo
que diré será realidad en su

vida.

Lo segundo que deseo que note es
esto.

Dios no solo le perdona, limpia,
escribe su nombre en el Libro de

vida, y le hace parte de su
Reino, sino que le da esta

promesa en 1 Juan 1:9.

Lo sabemos de memoria: «Si
confesamos nuestros pecados, él

es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos

de toda maldad».

¡Qué gran promesa!

Y significa esto: que al vivir
en este mundo corrompido,

podemos mantenernos limpios cada
día pues Él dice: «Si confesamos

nuestros pecados, él es fiel–
Podemos confiar en Él–fiel

y justo–Tiene derecho a
hacerlo–para perdonar

nuestros pecados, y limpiarnos
de toda maldad».

Eso dice que somos muy ricos.

Tenemos el gran privilegio de ir
a Dios todopoderoso y decir:

«Señor, reconozco que esto no
debe estar en mi vida y te pido

que perdones mis pecados».

Esa es una gran posesión.

Un tercer aspecto de esa riqueza
es esto su presencia continua en

nuestra vida.

Piense en esto: ¿Quién más puede
prometernos esto?

Es el Dios soberano del universo
quien dice:

«No te desampararé, ni te
dejaré».

Lo dice en Hebreos 13.5:
«No te dejaré , ni te

desampararé».

¿Sabe lo que dice?

Es algo sin igual.

Tenemos un acompañante en la
persona de Jesucristo, quien

nunca, bajo ninguna condición,
nunca nos desamparará ni nos

dejará, y punto.

¿Quién más puede prometerle eso?

Nadie más puede hacerlo.

Pero, mire, muchas personas
quitan su mirada del Señor, y se

enfocan en sí mismos, en sus
circunstancias, en lugar de

preguntarse: «¿Cuál es la
promesa del Padre?»

La promesa del Padre es que,
escuche, al aceptar a

Cristo como su Salvador, nunca
estará solo.

Aunque quisiera, no podría.

Él promete: «No te desampararé».

«No te dejaré bajo ninguna
circunstancia».

Esa es una promesa incondicional
de Dios para todo creyente y es

algo que nadie puede cambiar.

Aunque esté en la cárcel, esté
aquí, o allá, es indiferente,

porque Él dice:
«No te desampararé, ni te

dejaré» y punto.

Así que la próxima vez que se
sienta solo y decaído, y piense:

«Necesito un consejero, Señor,
ayúdame».

Deténgase y pregúntese: «¿Qué es
lo que poseo?

Tengo a Jesucristo, mi mejor
amigo, quien mora en mí y quien

me ha prometido que no me
dejará, pase lo que pase

en mi vida».

¡Esa promesa y esa amistad no
tienen igual!

Esa es una posesión maravillosa
que nadie más puede darnos

ni prometernos.

Por otro lado,

Dios también nos promete que ni
siquiera tenemos que vivir

nuestra vida en nuestra fuerza,
pues tenemos al Espíritu Santo,

que es nuestro
Consolador.

En Juan 14:16, cuando dice:
«Les enviaré un Consolador

y cuando Él venga»
y dice lo que Él hará por

nosotros.

Cuando Dios nos llama a
servirle, el Espíritu Santo nos

faculta, dándonos sabiduría y
dirección en nuestra vida, y

fortaleciéndonos para que
podamos hacer bien lo que sea

que Dios nos llame a
hacer.

Esa es su promesa.

Y son esas promesas las que nos
hacen ricos.

No he dicho nada, ninguna
promesa, que alguien más pudiera

darle, solo Dios, basado en
su relación con Él.

Él también promete, por ejemplo,
suplir todas nuestras

necesidades.

¿Quién puede prometerle eso?

Ni una sola persona.

Hay muchos pasajes bíblicos que
hablan de esto, pero quizás el

más valioso se encuentra en
Mateo 6: «Por tanto os digo: No

os afanéis por vuestra vida, qué
habéis de comer o qué habéis de

beber; ni por vuestro cuerpo,
qué habéis de vestir.

¿No es la vida más que el
alimento, y el cuerpo más que el

vestido?

Y habla de las aves del cielo y
los lirios del campo, luego en

el versículo 31: «No os afanéis,
pues, diciendo: ‘¿Qué comeremos,

o qué beberemos, o qué
vestiremos?’ Porque los gentiles

buscan todas estas cosas; pero
vuestro Padre celestial sabe que

tenéis necesidad de todas estas
cosas».

¿Qué quiere decir?

Esta es su promesa, ¿de qué?

De suplir nuestras necesidades.

¿Quién más puede prometer eso?

Nadie.

Usted dirá: «Bueno, pero».

No, no, no, no.

Nadie puede prometerle que
contestará sus oraciones, solo

Dios todopoderoso.

Nadie puede garantizarle una
promesa para cualquier situación

en que se encuentre,
cualquier necesidad que tenga.

Esto promete, que Dios conoce su
necesidad y la suplirá, pase lo

que pase.

¿Y qué de todo ese asunto de las
oraciones contestadas?

¿Quién puede prometerle que
contestará su oración?

Quizás alguien pueda ayudarle en
algún asunto, pero escuche lo

que dice en 1 Juan 5.14 y 15: «Y
esta es la confianza que tenemos

en él, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él

nos oye.

«Y si sabemos que él nos oye en
cualquiera cosa que pidamos,

sabemos que tenemos las
peticiones que le hayamos

hecho».

¿Quién puede prometernos eso?

Nadie.

Y en la Biblia hay muchos
versículos de promesas de

respuesta a oraciones.

Y la gente dice: «Tengo
necesidades».

¿Acoge sus promesas?

¿Cuáles necesidades tiene?

¿Cómo lo hace?

La oración es una manera
de hacerlo.

A veces nos sentimos necesitados
y queremos que otros suplan la

necesidad, y pensamos: «No sé
cómo lo resolverá Dios».

La promesa es: «Y esta es la
confianza que tenemos en él,

Dios lo hace claramente.

Por ejemplo, Él afirma: «Pedid y
se os dará; buscad y hallaréis,

llamad y se os abrirá».

Aquí vemos promesa, tras
promesa,

de oraciones contestadas.

Que cualquiera que sea su carga
Él la llevará.

Alguien dirá: «Pero, ¿cómo se la
entrego a Dios?»

Llévela delante de Él.

De esto hablaremos en breve.

Pero, ¿cómo acogerla?

Mire, no es la voluntad de Dios
que sus hijos vivan desanimados,

de mal genio, con el ceño
fruncido, Él habla del gozo del

Señor.

Y Él también promete concedernos
sabiduría.

Si notamos en Santiago, capítulo
1, nos da la promesa de

sabiduría.

Escuche lo que dice: «Y si
alguno de vosotros tiene falta

de sabiduría, pídala a Dios, el
cual da a todos abundantemente y

sin reproche, y le será dada».

Quizás alguien diga: «Bueno, no
sé qué hacer».

Quizás no sepa qué hacer.

Pero, ¿desea tener sabiduría?

Tiene la promesa de sabiduría.

Una promesa de Dios dice
que todo el poder soberano de

Dios respalda lo que Él promete,
así que Él sí lo hará.

¿Quiere sabiduría?

O sea, tener la perspectiva de
Dios.

¿Necesita tomar una decisión
sabia?

Cuenta con esa promesa de que en
cualquier circunstancia en su

vida, Dios le dará
sabiduría; así es Él.

La sabiduría de Dios mora en
usted.

Mire, en cada situación, sin
excepción alguna

tiene la promesa
que Dios le dará sabiduría

para saber cómo responder
o cómo reaccionar

en esa situación en
particular.

Esa es otra de nuestras
riquezas.

¿Acaso hay algo más valioso que
la sabiduría?

Ver las cosas desde la
perspectiva de Dios y saber cómo

andar en ella.

Luego viene el tema de la paz de
Dios.

Hay un pasaje que muchos sabemos
de memoria, en Filipenses.

Escuche lo que dice:

Dice: «Regocijaos en el
Señor siempre»–

Luego declara: «Vuestra
gentileza sea conocida

de todos los hombres.

El Señor está cerca».

«Por nada estéis afanosos–No
nos inquietemos por cosas–

sino sean conocidas vuestras
peticiones delante de Dios en

toda oración y ruego, con acción
de gracias.

Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento, guardará

vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús».

¿Qué quiere decir?

Dice que no importa lo que pase
en su vida, Dios le dará una

protección, un muro que le
guardará de toda ansiedad y

suplirá la necesidad de paz en
su vida.

¿Qué dice la Biblia?

Que Jesucristo es nuestra paz.

¿Quién mora en usted?

El Señor Jesucristo.

Al pasar por ciertas
circunstancias; por ejemplo, a

veces recibimos malas noticias,
aterradoras, o lo que sea.

¿de dónde viene nuestra paz?

No viene de nuestros amigos, ni
del doctor, ni del banquero,

ni de aquello,
sino solo de Dios.

Piense en esto.

Su paz no viene de él, de ella,
ni ellos.

Sino que mora en usted.

Es la promesa moradora de Dios.

¿Qué dijo Jesucristo?

«Mi paz os doy; no como
el mundo la da.

No se turbe vuestro corazón».

Una de las promesas más
maravillosas que Dios nos da es

que podemos tener paz en lo que
sea que enfrentemos en la vida.

¡La decisión es suya!

¿Se acogerá a la promesa de
Dios?

Si se acoge a su
promesa hoy:

«Señor, sé que puedes

llamarme a tu presencia en
cualquier momento.

Hasta entonces,
quiero dar lo mejor de mí,

quiero ser fuerte, fructífero.

Quiero que mi vida cuente para
tu reino».

Vayamos ahora al Salmo 37,
porque aquí hay una promesa

maravillosa de Dios.

Si le pregunto: ¿Quisiera tener
los deseos de su corazón?

O si pregunto: ¿Cuáles son las
peticiones de su corazón?

Quizás responda: «Quiero
casarme, quiero esto o aquello».

¿Cuáles son los deseos de su
corazón?

Esta es la promesa de Dios
todopoderoso, quien tiene todo

poder y su amor por nosotros es
incondicional: «Deléitate

asimismo en Jehová, Y él te
concederá las peticiones de tu

corazón».

O sea, ¿qué significa deleitarse
en Dios?

Vea este pasaje.

Y léalo.

Pídale a Dios que le muestre
¿qué significa deleitarse en Él?

Quiere decir sencillamente que
por encima de todo lo demás de

mi vida, mi relación con Dios es
lo más importante, me deleito en

servirle; me deleito en
adorarle; me deleito en

entregarme a Dios y en llevar
una vida consagrada a Él.

Dice: «Deléitate asimismo en
Jehová, Y él te concederá las

peticiones de tu corazón».

Luego veamos un pasaje que mucha
gente no cree, y es que tenemos

la promesa de sanidad en la
enfermedad.

Veamos el Salmo 103, versículo
1: «Bendice, alma mía, a

Jehová, Y bendiga todo mi ser
su santo nombre, Bendice, alma

mía, a Jehová, Y no
olvides ninguno

de sus beneficios; ¿Cuáles son?

«El es quien perdona todas tus
iniquidades, El que sana todas

tus dolencias».

Permítame preguntarle, al hablar
de los atributos de Dios, uno de

esos atributos es que Dios nunca
cambia.

Él es inmutable, Él nunca
cambia.

Entonces, ¿sanaba en el Antiguo
Testamento?

Sí.

¿Sanaba en el Nuevo Testamento?

También.

¿Siguió sanando después del
Nuevo Testamento?

Sí.

¿Todavía sana hoy día?

Sí.

Si lo creemos, ¿por qué con
cualquier dolorcito de garganta

o estornudo corremos al doctor
para que nos dé antibióticos?

¿Por qué no acudimos a Cristo?

La mayoría de la gente quiere
orar por alguna dolencia física

cuando ya los doctores ya no
pueden hacer nada más

o si es algo muy serio.

¿Por qué no oramos primero?

Porque hemos crecido y nos hemos
adaptado, nos han hablado,

advertido, asustado.

Cuando la verdad es que Dios es
el gran Sanador.

¿Quiere decir que nadie morirá?

¡No significa eso!

Sino que podemos ser fuertes y
saludables hasta que el Señor

termine su obra en nosotros.

Luego no importa lo que pase
por esto, porque si tenemos

todas estas promesas aquí, ¿qué
de ir al cielo y estar en la

presencia de Dios?

Entonces, veamos Romanos 8.

Al pensar en la gran promesa en
Romanos 8; que habla del hecho

de que nada puede separarnos del
amor de Dios.

Escuche lo que dice este pasaje.

Es una promesa.

Y muchas personas no
la creen en verdad.

Escuche esto.

Desde el versículo 38, dice:
«Por lo cual estoy seguro de que

ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni

potestades, ni lo presente, ni
lo por venir, ni lo alto, ni lo

profundo, ni ninguna otra cosa
creada, nos podrá separar del

amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro».

Piense en esto.

Usted tiene el maravilloso don
del amor incondicional de Dios

en su vida.

Nadie puede prometerle eso,
solo Dios.

Quizás usted quiera que alguien
le ame, pero vea quién le ama.

Aquí nombra una serie de cosas,
pero nada puede separarnos del

amor de Dios.

Tenemos esa gran posesión: el
amor de Dios todopoderoso, eso

nunca cambia.

Luego vayamos un momento a Juan,
capítulo 10.

Aquí está su gran promesa de
seguridad eterna.

Escuche lo que dice: «Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y

me siguen; y yo les doy vida
eterna; y no perecerán jamás–No

dijo: «excepto, pero, cuando, ni
donde».

Y no perecerán jamás, ni nadie
las arrebatará de mi mano.

«Mi Padre que me las dio, es
mayor que todos, y nadie las

puede arrebatar de la mano de mi
Padre.

Yo y el Padre uno somos».

Piense en lo que usted posee.

Posee el don de vida eterna.

Mire, nada, ni nadie puede
alterar eso bajo

ninguna condición.

Usted es hijo de Dios.

Está eternamente seguro.

Aunque si vive en pecado, hay
otras promesas sobre disciplina

y castigo.

Pero hablamos de las promesas
que Dios nos ha dado de

seguridad eterna.

Luego la última promesa que
mencionaré, aunque podemos

seguir mencionando promesas todo
el día, pero lo que deseo que

veamos es cuáles son nuestras
posesiones.

Y Jesucristo dijo: «No se turbe
vuestro corazón; creéis en Dios,

creed también en mí.

«En la casa de mi Padre muchas
moradas hay; si así no fuera, yo

os lo hubiera dicho; voy, pues,
a preparar lugar para vosotros.

Y si me fuere y os preparare
lugar, vendré otra vez, y os

tomaré a mí mismo, para que
donde yo estoy, vosotros también

estéis».

¡Y punto!

Tenemos la promesa del cielo.

Lo que deseo que veamos es que
una promesa de Dios es algo

maravilloso.

Y mi desafío para usted es que
se acoja a lo que es suyo.

Lo que sea que enfrente en la
vida, recuerde quién es usted,

un seguidor de Cristo, vea cuán
rico es, vea la maravillosa

facultad que tiene de servir a
Dios de todo corazón de modo que

aun en la vejez siga fructífero
y vigoroso todos los días

de su vida.

¿Amén?

«Padre, cuán agradecidos estamos
hoy por la promesa maravillosa

de tu Palabra; y es maravillosa
pues sabemos que nunca cambiará.

Tú nunca cambiarás.

No podemos siquiera pensar en
algo que necesitamos y no hayas

incluido.

Y te damos las gracias.

Te pido que nos muestres cómo
vivir para que quienes son

pobres espiritualmente quieran
conocer la fuente de nuestras

riquezas y les digamos.

En el nombre de Jesús.

Amén.

[música]