Tesoros del corazón – Dr. Charles Stanley

¿Qué atesora en su corazón? ¿Alguien? ¿Algo? ¿Alguna experiencia? En “Tesoros del corazón”, el Dr. Stanley nos explica que María, la madre de nuestro Señor, era alguien que tenía muchísimos tesoros y motivos que atesorar. Para más mensajes de Charles Stanley, incluyendo la transmisión de esta semana, visite www.encontacto.org/vea

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Dr. Stanley: Al
pensar en «tesoros»,

¿qué le viene a la mente?

Casi todo el mundo diría bueno:
«Dinero, prosperidad, riquezas,

todo eso viene a la mente».

Pero si al pensar en riquezas,
lo único que viene a nuestra

mente son cosas materiales,
realmente somos muy pobres.

Porque lo mejor de la vida
no es material.

Las mejores cosas en la vida
superan lo material.

Son de mayor calidad
que todo eso.

Por otra parte, algunas cosas
materiales son buenas.

Y Dios es bueno y nos da
lo necesario,

más de lo que merecemos.

Y, a menudo, mucho más de lo que
esperamos o anticipamos.

Tesoros.

Tesoros.

¿Qué tesoros tiene en su vida?

¿Se trata de alguien?

¿O algo?

¿Alguna experiencia vivida?

¿Qué es lo que atesora?

En este mensaje deseo que
pensemos en ¿cuáles son los

tesoros de nuestro corazón?

Es decir, lo que apreciamos.

Lo que guardamos.

Lo que protegemos.

A lo que le damos gran valor.

Lo que amamos.

¿Qué es lo que realmente guarda
en su corazón?

De todas las personas que
estimaban muchas cosas, María,

la madre de Jesús, sin duda es
una de ellas.

Y es interesante que la Biblia
menciona 2 veces que ella

guardaba lo que había escuchado,
visto y experimentado.

Lo guardaba en su corazón.

En silencio, lo mantenía allí.

Meditaba, pensaba en eso.

Examinándolo.

Disfrutándolo.

Así que le invito a buscar en
Lucas capítulo 2.

Y deseo leer solo un par de
versículos aquí.

Veamos lo que ocurría.

Recordemos que ya Jesucristo
había nacido.

Y los ángeles habían dado el
anuncio a los pastores.

Dice así en el versículo 15 de
Lucas 2: «Sucedió que cuando los

ángeles se fueron de ellos al
cielo, los pastores se dijeron

unos a otros: ‘Pasemos, pues,
hasta Belén, y veamos esto que

ha sucedido, y que el Señor nos
ha manifestado’.

Vinieron, pues, apresuradamente,
y hallaron a María y a José, y

al niño acostado en el pesebre.

Y al verlo, dieron a conocer
lo que se les había dicho

acerca del niño.

Y todos los que oyeron, se
maravillaron de lo que los

pastores les decían.

Pero María guardaba todas
estas cosas, meditándolas

en su corazón.

Y volvieron los pastores
glorificando y alabando a Dios

por todas las cosas
que habían oído y visto,

como se les había dicho».

Luego, un poco más adelante
en este mismo capítulo

vuelve a decirlo.

Leamos el versículo 51 del mismo
capitulo: «Y descendió con

ellos, y volvió a Nazaret, y
estaba sujeto a ellos.

Y su madre guardaba todas estas
cosas en su corazón».

Entonces le pregunto: ¿qué
tiene usted en gran estima

y guarda en lo profundo?

¿Algo que no quisiera perder?

¿Le agrada pensar en eso, y lo
medita en su corazón?

Observemos este pasaje y hagamos
la misma pregunta.

Veámoslo desde la perspectiva de
lo que María guardaba en su

corazón y que atesoraba de estas
experiencias.

¿Qué es lo primero que piensa
que ella guardaba en su corazón?

Un día, quizás estaba haciendo
lo que solían hacer las niñas de

aquel entonces, ayudaba a
su madre en la cocina,

o jugar con amigas de su edad.

Y de repente, el ángel de Dios,
Gabriel, vino a ella.

El asunto no es si ella
lo vio o no.

El asunto es que el ángel le
dijo algo más claro que el agua.

Pero le dijo algo que al
principio no tenía sentido

para ella.

Pero lo que le dijo fue esto:
«¡Salve, muy favorecida!

El Señor es contigo».

Ella nunca lo olvidó.

Nunca olvidó ese sonido.

Era el sonido del cielo:
¡Salve, muy favorecida!

El Señor es contigo».

Dice la Biblia: «Mas ella,
cuando le vio, se turbó por sus

palabras, y pensaba qué
salutación sería esta.

Entonces el ángel le dijo:
‘María, no temas».

Escuche: «María, no temas,
porque has hallado gracia

delante de Dios.

Y ahora, concebirás en tu
vientre, y darás a luz un hijo,

y llamarás su nombre JESÚS».

«Este será grande».

Y le explica todo.

Luego ella dice:
‘…¿Cómo será esto?

pues no conozco varón’.

Nunca había tenido relaciones
con un hombre.

«¿Cómo será esto?».

«Respondiendo el ángel, le dijo:
‘El Espíritu Santo vendrá sobre

ti, y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por lo

cual también el Santo
Ser que nacerá,

será llamado Hijo de Dios'».

Imagínese esto.

Una adolescente, que llevaba una
vida normal como todas las

jovencitas de la época, una
joven adolescente, y recibe este

mensaje de Dios:
«Vas a tener un bebé».

«¿Cómo será posible esto?».

Y el ángel le explica.

Ella nunca olvidó eso.

Lo guardaba todo en su corazón.

Quizás tuvo miedo.

Dice la Biblia que ella
se turbó.

Porque no entendía todo esto.

Pero lo que sí entendió fue: Él
dijo «¡Muy favorecida!»

Y él le dijo:
«El Señor es contigo…»

Ahora, algo que ella enfrentaría
en consecuencia de esto era la

Ley de Moisés.

Ella la conocía.

Si una mujer era sorprendida en
adulterio y, sin duda, a ella

la acusarían de eso, si tenía un
hijo sin estar casada, la pena

era morir apedreada.

Imagínese lo que habrían
pensado sus padres:

«¡Esto es imposible!».

«Es mentira».

«¿Cómo pudiste hacernos esto?».

Es una vergüenza.

Su prometido, José,
también se avergonzaría.

En un pueblo pequeño, pronto
todos se enterarían y los

menospreciarían.

Y fuera de eso, también la
amenaza de morir apedreados.

Entonces, ¿qué cree
que ella recordaba?

¿Qué guardaba en su corazón en
medio de todas estas cosas?

Quizás estos pensamientos eran
aterradores.

Aunque ella sabía lo que Dios le
había dicho.

Y sabemos que ella le dijo al
ángel: «Hágase conmigo conforme

a tu palabra» y se rindió a la
voluntad de Dios.

Pero recuerde que era
adolescente.

Segundo, de trataba de su
familia, estaba a punto de

avergonzar a su familia,
a todas sus amigas.

Todo el mundo la rechazaría
porque estaba destinada a morir.

Pero hay algo que nunca olvidó.

Cuando le contó a José,
quizás él se sintió igual:

«Me has engañado.

Has sido infiel.

Has sido desleal».

«Has roto nuestro voto
matrimonial».

Porque el compromiso solo era
legal.

Hasta que, en algún
momento, José dijo algo que

ella nunca olvidaría.

Nunca olvidaría su voz, ni la
expresión en su rostro al

decirle: «María, te creo, te amo
y sí me casaré contigo».

Nunca podría olvidarlo.

Lo atesoró para siempre.

Y mientras pensamos en esto,
consideremos las cosas

que guardamos en el corazón.

¿Tenemos más tesoros que
pesares?

Al recordar el pasado,
¿vemos cómo actuó Dios

en nuestras vidas?

¿Cosas buenas
que nos han pasado?

¿Lugares visitados?

Todo lo bueno en nuestras vidas.

¿Qué está por encima
de todo eso?

¿Qué guarda usted en su corazón?

¿Qué estima de gran e inmenso
valor en su vida?

Le haré esa pregunta varias
veces porque deseo que piense.

Dice la Biblia: «…Y su
madre guardaba todas

estas cosas en
su corazón».

Y, ¿entonces qué sucedió?

José la aceptó como esposa.

Y eso la libró de haber sido
apedreada a muerte.

Él asumió la responsabilidad.

Luego, César Augusto pasó su
decreto que todo el mundo

debería ir a su lugar de origen,
a censarse.

Así que ellos tuvieron que
viajar a Belén.

Quedaba a unos 160 kilómetros,
y no había autopistas.

Tenían que viajar en burro.

160 kilómetros en un burro.

Él iba a pie, ella en burro,
pero estaba embarazada.

No había posadas ni hoteles.

¿Y la comida?

¿Y dónde hospedarse?

¿Qué de todos los peligros de
aquel entonces?

Allí estaban, la gente
iba y venía,

viajaban a su ciudad natal.

Ellos iban camino a Belén.

Cuando llegan, tratan de buscar
lugar, imagínese lo que pensaría

José: «Debemos darnos prisa, veo
lo que pasa».

Él trataba de encontrar un lugar
y al fin lo logra.

El hombre le dice: «Bueno no
tengo espacio aquí, pero tengo

un establo por acá, un lugar
para los animales, es lo único

que tengo.

Pueden pasar la noche allí».

Aún así, Jesús nace en perfectas
condiciones.

Imagínese, esto sí que es
guardar algo en el corazón,

cuando ella cargó al bebé,
quizás esto le vino a la mente:

«Tengo en brazos
al Hijo de Dios.

No al hijo de José, sino
al Hijo de Dios.

No tuve nada que ver, solo darlo
a luz».

José tampoco tuvo nada que ver,
solo asistir en el parto.

¡El gran momento del nacimiento
de Jesús!

Un tesoro en su corazón
que nunca olvidarían,

mientras vivieran.

Al pensar en todas las cosas en
las que ella meditaba, veamos

cuáles eran algunas de ellas.

Quizás ideas y pensamientos que
consideraba.

Especialmente lo que ella
pensaba como madre.

Dio a luz al Hijo de Dios.

No era un bebé
como cualquier otro.

De su vientre vino
el Hijo de Dios.

El Hijo de Dios, o sea, Dios
en carne humana,

como cualquier niño,
pero sin pecado.

Él nació como cualquier bebé,
pero era el Hijo de Dios.

No el hijo de José.

No el hijo de María, sino el
Hijo de Dios.

Ella debió haber pensado
en esto.

Lo normal sería pensar:
«Este es mi hijo».

Pero era el Hijo de Dios.

Ella meditaba eso en su corazón.

En segundo lugar, pensemos en
que su hijo sería su Salvador.

¡Qué pensamiento!

Su hijo sería su Salvador.

Porque mientras más lo escuchaba
y hablaba con Él, más comenzaba

a entender su misión en la vida.

¿Cuánto le diría Él?

No sabemos.

Sin duda, tuvo que haberle dicho
muchas cosas para prepararla

para lo que vendría.

Quizás Él se reservó
lo más doloroso.

En tercer lugar, debió haber
pensado en que tuvo que cambiar

su autoridad como madre por la
autoridad divina de su hijo.

También, tuvo que renunciar a su
autoridad como madre.

Él era Dios.

Ahora era su autoridad divina lo
que regía ese hogar, lo que

gobernaba la vida de Jesús
y la de ella.

Él tenía que someterse a ella,
todos esos años en los que

estuvo con ella.

Por esto, y pensemos bien en
esto: ¿Por qué vino Él?

Vino con el fin de dar su vida
como una ofrenda expiatoria al

Padre; un sacrificio.

Su muerte fue expiatoria, fue
una muerte sustitutiva.

Murió en lugar de todos los
pecadores.

Tomó la deuda de pecado de la
humanidad.

Dio su vida en la cruz, para
convertirse en nuestro Salvador.

Mucha atención, al convertirse
en nuestro Salvador, escuche

bien, Él tomó nuestra culpa y
pecado y nos dio su justicia.

Ese fue el intercambio.

Él llevó nuestro pecado.

Solo pudo hacerlo porque
fue un hijo perfecto,

un niño perfecto, un
hombre perfecto.

O sea, porque Él tuvo que
cumplir la ley a cabalidad, de

manera perfecta.

Tuvo que sujetarse a sus padres
todos los días de su vida, hasta

que llegó el día de marcharse.

O sea, estuvo en sujeción en su
trato hacia ellos siempre.

Pero Él tenía la autoridad
de su divinidad.

Tenía la autoridad de Dios.

Sin embargo, mientras estuvo
con sus padres terrenales,

tenía que obedecerles.

Porque si Él hubiese pecado, no
podría ser el sacrificio.

Por último, diré esto: ella le
dio vida física a Jesús.

Él le dio a ella vida eterna.

¡Qué pensamiento!

Al considerar que ella
le dio vida física

y Él le dio vida eterna.

Las cosas que guardaba en su
corazón eran difíciles

de concebir.

Al meditar en ellas, piense en
esto, ¿quién es en su vida un

tesoro para usted?

¿Qué clase de relación tiene con
alguien de quien podría decir:

«Ella es un tesoro para mí»?

«Él es un tesoro para mí».

¿Su esposo?

Espero que sí.

¿Su esposa?

Espero que sí.

¿Son sus hijos?

¿Se trata de sus nietos?

¿O son sus abuelos?

¿Son sus padres?

O sea, ¿quién es un tesoro por
lo que han sido para usted?

Por lo que ha hecho por usted.

Por la clase de vida que ha
vivido delante de usted.

¿Quién es un tesoro para usted?

¿Hay algo que usted guarda
en gran estima?

¿Se trata de algo material?

¿Es algo para lo cual tuvo que
trabajar arduamente?

¿Laboró con diligencia y lo
tiene como tesoro?

O sea, es algo muy valioso.

No tiene nada de malo.

Siempre y cuando no pongamos
esas cosas primero que Dios.

Permítame preguntarle:
¿hay alguna promesa,

alguna promesa que atesora?

Hay una promesa en la Palabra de
Dios que guardo por encima

de todos los demás versículos.

Proverbios 3, 5 y 6 dice: «Fíate
de Jehová de todo tu corazón,

Y no te apoyes en
tu propia prudencia.

Reconócelo en todos tus caminos,
Y él enderezará tus veredas».

¿Tiene un versículo de tesoro?

Uno que guarda en su corazón por
encima de todos los demás, que

le encanta, se apega a él, se
siente agradecido por él, no

querría dejarlo por
nada del mundo.

¿Tiene alguno de esos
versículos?

Le pregunto, ¿cuántos valiosos
momentos en oración

guarda en su corazón?

Esto me hace pensar en tiempos
que no tienen igual.

Momentos, generalmente minutos,
sin igual, en lo que respecta

a experiencias vividas.

Momentos con Dios, cuando
escuchamos su voz con claridad;

y podemos entender sus
instrucciones tan claramente.

Momentos indescriptibles.

No los cambiaríamos.

Momentos que no podemos duplicar
porque cada uno es nuevo.

¿Qué de esos momentos?

Hay momentos en los que amamos
a alguien.

Momentos en que jugamos con
nuestros hijos.

¿Y qué de los momentos con Dios?

¿Cuántos nos quedan
grabados en la mente?

¿En cuántos de ellos meditamos?

¿Cuántos de ellos recordamos al
pasar por una situación difícil

o dolorosa?

Debemos guardar en nuestra vida
esos tesoros maravillosos.

Quizás diga: «¿Y qué de los
momentos adversos?

¿Son tesoros?»

Permítame decirle cómo pueden
serlo.

Porque cada dolor, pena,
dificultad, prueba, necesidad,

fracaso, lo que sea, no importa
lo que sea, pero todo sabemos

que como hijos de Dios Él lo
permite.

Quizás se trate de algo que
nunca quisiéramos repetir.

Tal vez sucedió por
culpa nuestra o por culpa

de alguien más.

Doloroso, difícil, duro.

Quizás alguien diga: «¿Cómo
eso llega a convertirse

en un tesoro?

¿Cómo sigue?»

Porque nos damos cuenta de que
nos hemos vuelto más valiosos

para Dios, en su reino, por lo
que hemos pasado, en el dolor,

el sufrimiento, las
pruebas, las lágrimas,

las pérdidas y las ganancias.

Dios hace que esas cosas se
conviertan en nuestros tesoros

si respondemos bien y
reconocemos que aun las cosas

amargas son también un don de
Dios.

Porque Él nos ama tanto que no
nos deja pasarnos la vida con

solo cosas fáciles y
entendibles.

¿Qué tesoros tiene en su vida?

Le tengo una sugerencia y es que
antes de que termine este día,

quizás esta noche, busque un
papel o una tarjeta, y un lápiz.

Escriba en la parte superior:
«Estos son los tesoros en mi

vida», ahora, ¿no colocaría
primero: «Mi tesoro más valioso

es mi relación personal y
estrecha con Jesucristo».

Primero y principal.

Todas las demás cosas vienen
después.

Si puede hacerlo, Él le ayudará
a entender ciertas cosas que

debería estimar como tesoros, al
pensar en ellas.

Tal vez deba llamar a
alguien y decir:

«Solo quiero decirte
cuánto te amo».

«Quiero decirte
cuánto te aprecio».

«Quiero agradecerte por lo que
has hecho por mí.

Gracias por entenderme.

Gracias por perdonarme».

Tal vez Dios lo use a usted,
mientras medita en todas estas

cosas, para alentar a otros
a que vean los tesoros

que hay en sus vidas ahora.

Padre, gracias por estimarnos
como tesoros.

Y lo sabemos.

Y no lo haces porque seamos
dignos, ni por algo

bueno que hayamos hecho.

Lo haces porque somos tuyos.

Señor, si no tuviéramos ninguna
otra prueba, con solo vislumbrar

la cruz, veríamos que es
un símbolo del tesoro

del Padre como Él nos ve.

Gracias, Señor, Jesús, por venir
a este mundo en la forma humilde

de un bebé, y por haber ido a la
cruz a darnos vida eterna.

Te alabamos, en el nombre
precioso de Jesús, amén.