El padre que perdona – Dr. Charles Stanley
En este mensaje, el Dr. Stanley explora el amor del Padre por medio de la parábola del hijo pródigo. Todos hemos pecado y nos hemos alejado de Dios a nuestra manera, pero no importa adónde nos lleve el pecado, el camino de vuelta a casa es siempre el mismo. Y al final hay un Padre que anhela abrazarnos.
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locutor: En Contacto
con el Dr. Charles Stanley.
Alcanzamos al mundo con el
evangelio de Jesucristo
por medio de una enseñanza
bíblica sólida.
Hoy, en el programa En Contacto,
«El padre que perdona».
Dr. Charles Stanley:
Jesucristo era experto en narrar
grandes historias, y la parábola
del hijo pródigo es una de esas
grandes historias.
Y este es el contexto para este
pasaje bíblico que deseo leer y
el mensaje que traeré.
Vayamos a Lucas capítulo 15, y
deseo que leamos desde el
versículo 21.
Y recordará que el hijo pródigo
se fue de su casa, hizo de su
vida un desastre.
Luego algo le sucedió al hijo
pródigo, dice la Palabra de Dios
en el versículo 20 del capítulo
15: «Y levantándose,
vino a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo
vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se
echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: ‘Padre, he
pecado contra el cielo y contra
ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo’.
Pero el padre dijo a sus
siervos: ‘Sacad el mejor
vestido, y vestidle; y poned
un anillo en su mano,
y calzado en sus pies.
«‘Y traed el becerro gordo y
matadlo, y comamos y hagamos
fiesta; porque este mi hijo
muerto era, y ha revivido; se
había perdido, y es hallado’.
Y comenzaron a regocijarse».
¿Qué quiso decir el Señor Jesús?
El quiso decir esto, que la
puerta está abierta para que
vuelvan a casa los pecadores.
Quiso resaltar antes los
fariseos y saduceos que
criticaban a la
audiencia del Señor.
Dice la Biblia que una
multitud salía con Él, a
quienes se volteó y les habló.
Luego dice que los fariseos y
los saduceos criticaban lo que
estaba haciendo Jesucristo, y
este fue el mensaje que el Señor
tenía para su audiencia: que no
importa lo que ocurra en la vida
de una persona, ni cuánto haya
caído, ni cuán vacía, cuán vil,
cuán pecaminosa, ni cuán vana
sea su vida; hay una puerta
abierta para la
salvación, para el perdón y
para un nuevo comienzo.
Si esto no fuera cierto, no
estaríamos aquí.
Todos hemos pecado contra Dios,
nos hemos confesado y
arrepentido, no una sino muchas
veces.
Pero nuestros nombres fueron
escritos en el Libro de la vida,
una sola vez.
Escrita una sola vez.
No hay borrones en el Libro de
la vida.
Todos los nombres de quienes
hemos aceptado a Cristo como
Salvador están allí.
Así que no se trata de averiguar
al morir si su nombre está en el
Libro de la vida del Cordero.
Ya está allí.
Y Dios sabe cuándo recibiremos
nuestra herencia, ¿amén?
Veamos pues esta parábola a la
luz de lo siguiente: primero que
todo, veamos los pasos sencillos
que dio este joven para llegar
adonde estaba, porque la gente
aún da esos pasos.
Así pues, Jesucristo describe la
vida del hijo pródigo.
La primera palabra es
descontento.
Estaba en casa, tenía todo lo
que pudiera soñar.
Su padre lo cuidaba bien.
Tenía un gran futuro, pero no
estaba satisfecho.
Es probable que su hermano le
haya dado noticias que recibió
de gente que viajaba de aquella
provincia lejana, donde sea que
estuviera, y lo emocionante que
era; las hermosas
mujeres que había, lo genial que
era la situación,
y un sin fin de comentarios.
Así que surgió un descontento.
Vio a su alrededor y estuvo
disconforme, no porque tuviera
necesidad, sino por lo que
estaba escuchando.
Ojo mucho cuidado con lo que
escucha.
En segundo lugar, ese
descontento creó un deseo en él,
y ese deseo era poder disfrutar
ciertos deleites que otras
personas le habían mencionado.
Así pues, estaba
cansado de vivir allí.
Tenía todo lo que quería, pero
muy en el fondo tenía un
profundo anhelo.
Le diré lo que es,
la vieja naturaleza
del pecado muestra sus ansias.
Luego vino el engaño en su
mente, porque pensó: «No quiero
vivir de esta forma.
No tengo que vivir así.
Estoy perdiéndome algo
en la vida.
Creo que debo tomar ciertas
decisiones aquí, y cambiar un
poco las cosas».
Así que tomó una decisión.
Paso a paso, tomó la decisión de
irse, decidió dejar a sus
padres, a su hermano, su hogar,
su familia.
Y había tomado la decisión de
disfrutar la vida,
esa fue su decisión.
«Voy a dejar todo esto.
Estoy harto de todo esto.
Me voy a disfrutar la vida por
un cambio».
Eso es lo que todo pobre pecador
dice en algún momento en su
vida: «Quiero disfrutar la
vida», lo que significa: «Quiero
dejar lo que tengo y me
involucraré con algo que algunos
no aceptarían, pero tengo que
disfrutar la vida».
Esa decisión siempre es
peligrosa.
¿Qué sigue tras esa decisión?
Su partida, se fue.
Empacó sus bienes, lo que
quería, no empacó mucho porque
su intención era comprar ropa
nueva, quería verse como una
nueva persona.
Dejaba lo viejo atrás, así que
se fue.
Partió en contra de la voluntad
de su padre, pero se fue.
Luego viene el deleite–o sea,
que todo era novedoso.
Tenía mucho dinero.
Se vestía bien.
Tenía cualquier medio de
transporte de aquel entonces.
Tenía todo lo que quería.
Sus sueños se hacían realidad.
Estaba harto de vivir por allá
en aquel lugar remoto, mientras
toda la gente lo pasaba de lo
mejor por aquí.
«Quiero ir a una ciudad grande.
Quiero vivir, quiero
experimentar la vida.
Estoy harto de vivir en este
pueblito.
Este no es el lugar donde quiero
vivir».
Entonces, en lugar de preguntar:
¿Es esto sabio o insensato?
«Quiero lo que me ofrece».
Así que, como es natural,
comenzó a disfrutarlo.
Pero, como toda persona que
prueba el pecado, y toda persona
que decide alejarse de Dios;
después que se le empezó a
acabar el dinero, después que
sus amigos comenzaron a irse,
después que su ropa comenzó a
desgastarse, cuando todo eso se
le acabó, dice la Biblia que
sufrió una gran desilusión.
Preste mucha atención, el pecado
siempre desilusiona mucho.
Tal vez pensemos que nos
satisfará, pero no puede.
y ya que no puede satisfacer,
quizás alguien diga: «Pues estoy
satisfecho por un tiempo».
Solo por un tiempo, y aún así,
cuando esté a solas y cierre sus
ojos de noche, y piense en la
realidad, no es feliz.
Si vive fuera de la voluntad de
Dios, no es feliz.
Él se desilusionó.
Entonces ¿qué ocurre?
Mientras más lejos vaya con la
mentalidad equivocada, el uso
equivocado del dinero, de las
relaciones, aprovecharse de la
gente y todo lo demás propio de
un estilo de vida pecaminoso,
¿qué sucede?
Comenzó a sentirse sin
esperanza, porque creía que al
irse de su casa tendría una vida
genial y maravillosa.
Porque eso es lo que el diablo
siempre dice: «Si probaras esto,
o si tuvieras a fulano o a
fulana, si pudieras manejar esto
y vivir ahí, y vestir esto, pues
cambiaría tu vida».
Mire, nunca cuestionaría
el hecho de
que el pecado tenga placer.
Pero debajo del placer está la
pena, porque el pecado siempre
es igual: la paga del pecado es
muerte.
Eso no significa que siempre sea
muerte física.
La paga del pecado es muerte:
muerte a la felicidad, muerte a
la paz, muerte a la seguridad.
El pecado siempre tiene un
capítulo final, y ese capítulo
final es muerte física y
separación eterna de Dios.
No es cuestión de cometer este o
aquel pecado, se trata de
rechazar a Cristo como el
Salvador y Señor de su vida.
Ese es el pecado que aleja a una
persona de Dios y del cielo;
para estar separado de Dios por
la eternidad, por haber
rechazado adrede a Jesucristo
como su Salvador personal.
Entonces, de esa manera se
encontró el joven; hasta que por
fin, tuvo que desistir.
Estaba en total desesperanza.
O sea, terminó en una pocilga.
Y la verdad es que la gente hoy
vive la misma historia.
Alguien comienza con todo, y
pareciera que todo será
maravilloso y que le irá bien.
Y ¿qué sucede?
No sabe con precisión cuándo
ni cómo sucederá, pero le
aseguro, un día de estos se
tropezará.
Un día de estos descubrirá que
las cosas no son como le dijeron
que serían, y verá
a su alrededor
los errores que ha cometido.
Pareciera que se ha salido con
la suya.
Porque «el alma que pecare, esa
morirá».
«La paga del pecado es muerte».
«Sabed que vuestro pecado os
alcanzará».
No queda impune.
Así se encontró el joven, lo
perdió todo.
Cómo pensó en su padre en
la casa, y cómo
pensaba en ellos ahora.
Lo perdió todo y
trataba de
alimentar cerdos
para sobrevivir.
Luego, por la gracia de Dios,
recapacita y comienza a pensar
en lo que tenía, y va rumbo a
casa.
La verdadera historia de esta
parábola es la actitud del padre
hacia el hijo.
Lo que ocurre aquí es que el
padre representa a Dios.
Y la diferencia es lo que le
sucede, esto le pasa al padre.
Sabemos lo que le sucede al
hijo, lo arruinó todo.
Está perdido, muy decepcionado,
desilusionado y desesperado.
Pero ¿qué del padre?
Veamos los pasos del padre, por
lo que ha pasado mientras
su hijo ha estado viviendo
en pecado y
desobediencia total a Dios.
Recordemos que, en primer lugar,
había un corazón herido.
Cuando le dijo a su padre lo que
estaba a punto de hacer, le
rompió el corazón.
Hay que ser padre
para saber eso.
«Quiero la parte que me
corresponde de la herencia.
Quiero vivir un poco.
Gracias, padre, por
ser bueno conmigo,
pero tengo
que vivir un poco.
Estoy harto de estar aquí y de
que me digan qué hacer y de
tener límites en mi vida.
Y escucho esas historias de
quienes van y vienen por el
camino, y me dicen dónde han
estado y qué han hecho».
Entonces hirió el corazón de su
padre; así pues, Dios tiene un
corazón herido.
Entonces el padre pensaría:
«¿Por qué quieres dejarlo todo
por lo que resultará ser una
decepción?»
Pero, mire, la gente que vive en
pecado y quiere pecar contra
Dios, no ve eso.
Lo siguiente que notamos sobre
el padre es que no dejaba de
preocuparse por su hijo.
Tal como lo haría usted como
padre, si su hijo o su hija se
fuera de la casa, a vivir quizás
en otro país u otro estado.
Ya no se mantienen en contacto.
Así que usted se preguntaba qué
les estará pasando, se
preguntaría cómo le va con el
dinero,
sobre sus amigos, qué
clase de amistades tienen.
¿Qué hacen los domingos?
¿Van a la iglesia o no?
¿Qué clase de lugares
frecuentan?
¿Acaso a veces piensan en sus
padres?
Y todas las preguntas que es
normal que pasen por la mente de
un padre.
Y, desde luego, en medio de todo
eso, lo esperaba con paciencia.
¿Cuántos padres, madres,
abuelas, abuelos, han esperado
con paciencia por sus hijos y
nietos rebeldes, que adrede se
han ido de su casa porque
querían vivir a su modo?
Querían vivir de acuerdo a sus
planes.
Querían disfrutar ciertas cosas
que tenían prohibidas en casa,
porque la mentalidad de sus
padres era espiritual.
Sabe que hablan de la Biblia; y
han tenido todo eso, así que
allí estaban.
Y el padre pensaba en todo lo
que quizás estaría haciendo;
pero lo esperaba con paciencia.
Fíjese, ponga mucha atención,
aquí Jesucristo describe la
actitud del Padre celestial
hacia nosotros.
No solo lo esperaba con
paciencia, sino el siguiente
nivel de su relación, estaba
atento a su llegada.
Quizás se paraba en la entrada,
miraba hacia el camino.
Tenía buena visibilidad, y veía
a todos esos viajeros que iban y
venían, con esperanza.
Había estado esperándolo por
años, no había venido;
pero no desistió.
¿Qué dice Dios?
«No desisto de ti».
Así que lo esperaba atento y
veía a muchos viajeros.
A veces pensaría:
«Quizás no regrese,
pero tal vez sí regrese».
Miraba, miraba y miraba, y
esperaba y oraba,
pero nada pasaba.
Y luego vino otro nivel:
quería que regresara pronto.
No veía la hora en que volviera.
Quería que su hijo volviera, sin
importar en qué condición
estuviera, ni lo que hubiera
hecho, ni lo que le hubiera
sucedido, quería que volviera.
Dice la Palabra que anhelaba que
volviera pronto.
Seguro el hermano diría algo al
respecto, pero el padre quería
que volviera.
Mucha atención, no sé quién es
usted, ni dónde vive, ni lo que
pasa en su vida, si se alejó de
Dios hace tiempo,
Dios aún le espera.
Aún quiere que vuelva
a casa con Él.
Quiere que sea sabio para
reconocer que el pecado
terminará destruyéndole.
Al final el pecado le despojará
de todo lo que desea en la vida.
Sea tarde o temprano, Dios le
espera con paciencia, como el
padre representado aquí.
Y quería que su hijo volviera
pese a todo.
Luego, la última etapa es la
que anticipaba:
le dio la bienvenida a casa.
Si se puede imaginar cómo
habrá sido mirar ese camino,
todo ese tiempo en vano, miraba
y esperaba.
Luego un día miraba, allí
parado, miraba y esperaba.
Y algo en ese persona que subía
por el camino, se le hizo algo
familiar, no mucho.
La manera en que caminaba.
Lo miró y, claro, no parecía
el joven que
salió tan bien vestido.
Siguió mirándolo hasta que por
fin se dio cuenta: «Sí, es él»,
y salió corriendo a su
encuentro.
No se detuvo a decir: «Bueno,
mira en el estado en que está»,
ni nada más.
Solo salió corriendo.
Y cuando lo alcanzó, ¿qué hizo?
No lo confrontó y dijo: «Pareces
un vagabundo.
¿Qué te pasó?
Has perdido años».
¿Qué hizo?
Cuando lo vio, lo agarró y lo
abrazó.
Y el tiempo del verbo que usa la
Biblia en griego, quiere decir
«lo besó, y lo besó, y lo besó,
y lo besó; lo abrazó, y lo
abrazó, y lo abrazó, y lo
abrazó».
Luego dijo: «Haremos fiesta».
El hijo trató de confesar su
pecado y el desastre que había
hecho de su vida, el padre no
escuchaba nada de eso.
Celebrarían esa noche, pese a lo
que fuera.
Ahora, ¿qué decía Dios?
Nos daba una representación, en
palabras humanas, de cómo se
siente Dios cuando nos
reconciliamos con Él.
Quizás usted sea una de
esas personas
que ha destruido su vida.
De hecho, se avergüenza de decir
de dónde viene.
y no se atrevería a decirle a
nadie adónde va.
Lo empeoró todo.
Quisiera decirle que el mismo
padre que esperó a su hijo es el
mismo amoroso Jehová, Yahveh,
Elohim, Dios de los cielos, que
le espera a usted y que le
perdonará tal como este padre
perdonó a su hijo.
Así que solo imagínese cómo
habrá sido eso en el camino,
padre e hijo gozosos de
volverse a ver.
Jesucristo sabía contar
historias, y les decía a todos
esos saduceos y fariseos allí:
«¿Quieren saber lo que piensa
Dios de estos pecadores que me
miran?
Esto es lo que piensa».
La historia la conocemos como la
parábola del hijo pródigo.
¡Gracias a Dios por haberla
puesto en la Biblia!
Porque todos, mucha atención,
todos nos veremos en uno de esos
3 personajes: o el padre que
perdona, o el hijo rebelde, o el
hermano amargado.
Todos estamos en
algún lugar.
¿Dónde se ve usted?
¿Es una persona que perdona?
¿Le guarda rencor a la gente?
¿Vive en pecado?
Todos estamos en algún lado en
todo eso.
Así pues, tuvieron una gran
celebración, y se sabe la
historia del hermano que entra,
y hablamos ya de su actitud.
Pero todo esto se trata de Dios,
se trata del Padre celestial
quien nos ama y nos perdona.
La Biblia dice: «La paga del
pecado es muerte».
Pero no tenemos que morir en
pecado.
«El alma que pecare, esa
morirá».
Sí, pero no tiene que morir así.
El mundo está lleno de gente que
vive en pecado por haber
decidido desobedecer a Dios.
Quizás algunos aquí sentados, o
muchos que nos ven o escuchan,
han hecho eso mismo.
Vienen de un hogar donde sus
padres leían la Biblia, iban a
la iglesia y usted decidió dejar
eso atrás.
Que está pasado de moda.
Ya no lo hace hoy.
Y ahora ¿dónde está?
En el fondo de su corazón sabe
que está lejos de Dios.
Lo que creía que le haría feliz,
no le ha hecho feliz.
Así que ha probado esto,
aquello, y lo otro, y con todos
esos intentos, ¿no se
ha dado cuenta de
lo que se ha ocasionado?
Vea lo que le ha hecho a su
carácter, a su autoestima.
No obstante, Dios le perdonará.
Le quitará todo su pecado, y lo
perdonará todo.
Cambiará su vida, le restaurará.
Hará por usted lo que no puede
hacer usted mismo.
Y este padre estaba muy
agradecido de volver
a tener a su hijo.
No tuvo que escuchar un montón
de confesiones, solo quiso
celebrar, lo que dice es esto:
El corazón de Dios es tan tierno
que se regocija cuando un
pecador vuelve a casa.
¿Y qué sucede?
El padre perdona al hijo y lo
restaura a su casa.
Y cuando pensamos en eso y en
cómo Dios nos restaura hoy.
Deseo darle 4 palabras
que describen lo que
Dios tiene para nosotros.
La primera es perdón.
Es indiferente lo que haya
hecho.
Mucha atención, quizás haya
dicho: «Pero he sido tan cruel,
despreciable, impío,
irrespetuoso, he experimentado
con las drogas, he sido
prostituta…».
Y sigue con la lista.
Permítame decirle: no hay
nada que Dios no perdone.
Eso no significa que no haya una
pena para el pecado.
Pero, mire, el perdón de
Dios: «Si confesamos
nuestros pecados–
o sea, si nos ponemos de
acuerdo con Dios en que hemos
vivido en pecado y lo hemos
desobedecido–«Si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y
justo–siempre de confiar–
fiel y justo para perdonar
nuestros pecados y limpiarnos de
toda maldad».
Esa es la promesa de Dios.
Ese es el primer paso.
Segundo, aceptación.
Dios no solo nos perdona de
nuestro pecado, nos acepta así
como somos.
Nos acepta como sus hijos.
Mire, no hay que tener todo
resuelto para ganar la
aceptación de Dios.
Vamos a Dios como pecadores, a
pedirle perdón, y su aceptación
se basa en lo que hizo Cristo en
la cruz.
Al Cristo morir en la cruz, pagó
nuestra deuda de pecado no
importa qué hayamos hecho ni por
cuánto tiempo.
El perdón de pecados, su
aceptación y restauración.
O sea, Dios nos restaura.
¿Qué restaura?
Restaura nuestro sentido de
valía, restaura nuestro sentido
de dignidad, restaura nuestra
actitud hacia otros, restaura
todo en nosotros: restauración.
No basta con perdonarnos de
nuestros pecados, sino que debe
corregir otros aspectos en
nuestra vida que se pervirtieron
por el pecado y la mentalidad
equivocada.
Luego, seguido de todo eso,
viene el gozo.
Cuando alguien viene a Cristo,
todas estas palabras sencillas
describen lo que sucede en su
vida: perdón, aceptación,
restauración y gozo.
En la parábola, hubo una gran
fiesta, una gran celebración.
Es una historia sencilla pero
genial, porque el mensaje de
Dios es que no importa cuán vil
y pecaminosos hayamos sido.
Él está dispuesto a perdonarnos.
No porque lo merezcamos, ni por
haber hecho esto ni lo otro,
sino porque Cristo fue a la
cruz, y tomó la deuda
del pecado del mundo.
Y todo el que venga a Él a
pedirle perdón, y rinda su vida
a Él, será perdonado, su nombre
escrito en el Libro de la vida
del Cordero, y será para siempre
hijo de Dios.
No significa que no vuelva a
pecar.
Quizás diga: «Sé que volveré a
pecar, luego ¿qué?»
No significa que nunca vuelva a
pecar, sino esto: tiene una
relación con Dios que no está
dividida.
Tiene una relación con Dios que
es así.
Él le perdonará su pecado al
confesarlo y arrepentirse.
Si peca contra Dios, como
creyente, ¿hay una pena?
Sí la hay, pero es hijo de Dios.
Así que la gracia de Dios nos
envuelve, somos hijos de Dios.
Mire, este es el gran poder de
la muerte de Cristo, toda
persona, desde Adán hasta la
última persona que viva, su
salvación, su aceptación delante
de Dios, todo vuelve a un lugar
y es la cruz de Jesucristo.
Esa es la paga por nuestro
pecado, y esa paga es suficiente
por toda la eternidad.
Dios quiere que lo escuchemos,
nos entreguemos a Él,
rindamos nuestra vida a Él.
Dios quiere bendecirnos con
lo mejor.
Y esa bendición está disponible
a todos los que estemos
dispuestos a escucharlo.
Así que le pregunto: ¿Es usted
salvo?
O sea, ¿es hijo de Dios?
¿Ha habido algún momento en su
vida en que pueda decir: «En ese
momento, hice esto»?
Le pedí al Señor Jesucristo que
perdonara mis pecados, le
entregué mi vida, consciente de
que no era por nada bueno que
hubiera hecho yo, a sabiendas de
que quizás volvería a pecar
pero quería darle mi vida.
Le rendí mi vida.
De hecho, me bauticé.
Y quiero tener una vida
consagrada.
Y un día de estos, cuando el
Señor me llame
a su presencia,
quiero estar listo.
¿Amén?
Sin tener que arreglar nada:
todo listo.
Hay una sola forma de estar
listo, y es con una relación
personal con Cristo mediante la
cual haya confesado sus pecados.
Así que haré una breve oración.
Si aún no ha aceptado a Cristo
como su Salvador, debe hacerlo
ahora mismo.
Porque, mire, no tiene seguridad
del mañana.
Puede que viva mañana, y puede
que no.
Puede vivir por la eternidad con
Jesucristo, si está dispuesto a
pedirle que le salve, y si hace
esta oración con franqueza y
sinceridad, con todo su corazón,
Dios cambiará su destino eterno
en un instante.
Así que oremos ahora mismo.
Padre, gracias por esta sencilla
historia, una gran historia de
tu perdón, tu gracia, tu amor y
misericordia.
Señor, te pido que cada persona
hoy aquí que aún no es salva
haga esta oración de todo
corazón.
«Padre celestial, soy pecador.
He pecado contra ti; violé los
10 Mandamientos,
actué a mi manera.
Te pido que perdones mi pecado y
me des ese nuevo comienzo.
Creo que me aceptarás, no por lo
bueno que sea, sino por lo que
dijiste: la sangre derramada de
Cristo en el Calvario.
Él pagó toda mi deuda de
pecado».
Te pido, Padre, que todo el que
haya hecho esa sencilla oración
acepte tu perdón, ahora mismo, y
te alabe por eso.
Te doy las gracias en el nombre
de Jesús, amén.
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