El mensaje triunfante de la Resurrección – Dr. Charles Stanley
En este mensaje, el Dr. Stanley comparte lo que la Palabra de Dios revela en cuanto a la Resurrección de los santos. Haga las paces con la muerte —consolándose en el conocimiento de que el plan de Dios para usted se extiende mucho más allá de su último aliento hacia una vida eterna con el Padre celestial
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[música]
locutor: En Contacto,
con el Dr. Charles Stanley.
Alcanzamos al mundo con el
evangelio de Jesucristo
por medio de una enseñanza
bíblica sólida.
Hoy en el programa
En Contacto,
«El mensaje triunfante
de la Resurrección».
Dr. Charles Stanley: Todos
los autores de los evangelios
nos dieron muchos detalles de la
resurrección de Cristo: Mateo,
Marcos, Lucas y Juan.
Es lógico pensar que, con todo
eso, todo el mundo habría de
creer en la
resurrección de Cristo.
El libro de los Hechos, por
ejemplo, es la historia de los
apóstoles que proclamaron que
Cristo había resucitado de los
muertos y que gobierna
y reina en el cielo.
En las epístolas del Nuevo
Testamento, vemos a Jesucristo
como Salvador, Amo y Señor; a
quien hemos de seguir, obedecer,
alabar, y adorar, y amar, y
esperar su venida cualquier día.
Al llegar al último libro
de la Biblia, el libro del
Apocalipsis, vemos que el Señor
Jesucristo gobierna y reina en
el cielo, listo para derrotar
al enemigo, y regresar para
llevarnos con Él al cielo.
Es lógico pensar que cualquiera
que lea la Biblia creería en la
veracidad de sus enseñanzas: que
Cristo resucitó de los muertos.
Pero fue sumamente difícil, aun
para sus discípulos,
creer en la resurrección.
De hecho, al examinar la
Biblia vemos que al principio
prácticamente nadie creyó.
Por ejemplo, Jesús advirtió
varias veces a sus discípulos de
lo que sucedería: «Seré
acusado falsamente
por los fariseos y saduceos.
A manos de ellos sufriré
muchas cosas y seré crucificado.
Moriré, pero, resucitaré».
Nunca lo entendieron.
Se los repitió una y otra vez.
Pero ellos no lo
captaron, les sonaba extraño.
Porque Él mismo les había
dicho: «Quien me ha visto,
ha visto al Padre».
«Yo y el Padre uno somos».
«Mi Padre podría enviar
legiones de ángeles».
No entendían nada de eso.
No llenaba las expectativas
que tenían de Cristo,
por eso no creyeron.
Luego Jesús fue crucificado, lo
vieron, creyeron esa parte, y
partieron tristes, deshechos,
indefensos, sin esperanza.
Ahora, la razón por la que sé
que no creyeron es porque las
mujeres fueron al
sepulcro con especias.
¿Por qué llevaron especias?
Para embalsamar el cadáver.
No esperaban que el
Señor resucitara.
Por eso les sorprendió tanto
hallar la piedra removida.
Luego, corrieron a los
discípulos a decir que Jesús no
estaba allí pues
había resucitado,
¿cuál fue su reacción?
Les pareció una locura.
Así reaccionaron.
Y eran ellos quienes anduvieron
con Jesús esos 3 años.
Presenciaron sus milagros,
creyeron sus enseñanzas.
Pero al llegar su muerte,
pudieron aceptarlo
después de verlo.
Creer que en verdad había
resucitado, aunque Él se los
había anunciado una y otra
vez, les pareció una locura.
Asimismo, aquellos 2 discípulos
que iban camino a Emaus,
Jesucristo se les
acercó y caminaba con ellos.
Ellos iban conversando de
todas las cosas que
habían acontecido en Jerusalén.
Y dijeron: «Esperábamos–
o sea–que las cosas
sucedieran de otra manera».
También recordamos a Tomás,
quien aun después de que los
discípulos le
contaron: «Lo hemos visto».
Él les contestó: «Si no lo
veo y no lo toco, no creeré».
Y tuvo el privilegio de hacerlo.
¿No es sorprendente que los
más cercanos a Cristo, que tanto
creyeron en sus enseñanzas,
cuando llegó su resurrección,
¿no podían asimilar la idea?
Imagínese la desesperanza que
sintieron esos días antes de
saber que Él había resucitado.
¡Qué sentimiento tan horrible
de desesperanza habrían tenido!
Pero, al saber de la
resurrección, cuando aceptaron
que se había levantado de la
tumba, eso cambió
radicalmente sus vidas.
Luego, ese mismo mensaje de su
resurrección quisieron
proclamarlo al mundo.
Jesucristo les dijo: «Cuando me
fuere, enviaré al Espíritu Santo
y Él morará con,
en y sobre ustedes.
Cuando Él venga, vayan al
mundo entero a predicar
el evangelio a toda criatura».
Todo cambió para ellos cuando
aceptaron la resurrección de
Cristo como realidad
viva en sus vidas.
Bien, al aceptar el hecho de que
Jesucristo es el Hijo de Dios,
que murió en la cruz para expiar
nuestros pecados, que resucitó
de los muertos, y está sentado a
la diestra del Padre; al estar
usted dispuesto a aceptar eso,
dispuesto a pedirle que perdone
sus pecados, si está dispuesto
a rendir su vida a Él, su vida
cambiará radicalmente, tal
como cambió la de ellos.
Le pregunto en esta
Semana Santa,
¿qué de su relación con Cristo?
¿Lo ve como un hombre que
murió hace muchos, muchos años?
¿O lo ve como el Cristo
vivo, el Señor que vive?
Lo ve como a solo un profeta,
o más bien como
su Señor y Salvador personal.
Verlo así como
Señor es lo correcto.
Pero pensar que solo fue un
personaje bíblico, o una figura
histórica, o incluso dudar de
su muerte y resurrección, por
considerarlo fábula, lleva a una
condición espiritual grave de
desesperanza, hasta que entienda
que no fue algo pasajero.
La resurrección de Cristo es una
de las 2 verdades fundamentales
de la Biblia: La muerte vicaria,
o sea, sustituta, y expiatoria
en el Calvario, seguida de su
maravillosa resurrección, mire,
son los 2, los 2
principios básicos,
fundamentales de toda
la Palabra de Dios.
Todo radica allí.
Dice la Biblia que se sentó a
la diestra de Dios
para interceder por nosotros.
En 1 Juan capítulo 2, dice
que Él es nuestro abogado.
Juan escribió: «estas
cosas os escribo
para que no pequéis;
y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos
para con el Padre,
a Jesucristo el justo».
¡El Hijo vivo de Dios!
Y a menudo hay gente que
dice: «He pecado contra Dios.
Sé que soy salvo, pero he pecado
contra Él, ¿ahora qué hago?».
Mire, dice que tenemos un
abogado que intercede a nuestro
favor: El Salvador crucificado,
quien llevó los pecados
del mundo entero.
Por eso sabemos que nuestra
salvación no es temporal,
basada en nuestra
bondad, sino que es eterna.
Cristo está sentado a la diestra
del Padre, intercediendo por
nosotros, como dijo, preparando
un lugar para nosotros.
Recordemos lo que dijo en
Juan 14: «voy, pues,
a preparar lugar para vosotros.
Y si me fuere y
os preparare
lugar, vendré otra
vez, y os tomaré
a mí mismo, para
que donde yo estoy,
vosotros también
estéis».
Así que ahora podemos gozarnos,
no solo porque Él vive, y porque
está sentado a la diestra del
Padre, sino porque, gracias a la
presencia del Espíritu
Santo, vive su vida en mí.
Y todo hijo de Dios
ha sido sellado
por el
Espíritu Santo.
Él mora dentro
de nosotros.
Todas las
demás religiones
hablan de algún
profeta que murió.
Solo los cristianos
hablamos del
Profeta que era el
Hijo de Dios,
que aún vive,
y sigue activo,
obrando
en los corazones
de vidas de gente
por todo el mundo.
Así que el mensaje maravilloso
para nosotros en esta Semana
Santa es que Jesucristo vive.
No solo eso, sino que nuestros
pecados han sido perdonados.
¿Cómo lo sé?
Si usted va a Jerusalén, y va
al lugar dónde quizás estaba la
tumba de Jesús, Él no está allí.
Yo he ido.
No está allí.
Y nadie, solo Jesús,
resucitó de la tumba.
El gran testimonio que Dios nos
da: «Pueden creer en Él porque
es el Hijo de Dios», y Él
puede perdonar nuestros pecados.
Ahora, algo maravilloso de la
resurrección es que tenemos la
promesa de que
viviremos para siempre.
Recordemos, por ejemplo, un
pasaje tan conocido: «Porque de
tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga–»
¿Qué?
«vida eterna», vida eterna.
¿Cuánto dura la vida eterna?
¿No le sorprende que titubeemos
a la hora de describir
la vida eterna?
¿Qué es la vida eterna?
Es eterna.
Vida para siempre.
Ahora, siendo eso
cierto, sabemos
que viviremos para siempre.
Entonces, ¿qué clase
de cuerpo tendremos?
Si vamos a 1 de Corintios
15, que no lo leeremos en este
momento por cuestión de tiempo,
son muchos los versículos
acerca de la resurrección.
Pero lo importante es que
pensemos en la clase de cuerpo
que tuvo Jesucristo.
Estando en la tierra, tuvo un
cuerpo humano normal, siendo
Dios y sin pecado.
La diferencia entre Él y
cualquier otro hombre era que Él
era el Hijo de
Dios, y nunca pecó.
Era un hombre normal.
Era Dios y hombre a la vez.
Cuando Él murió en la cruz,
pensemos en esto, había sido
golpeado atrozmente.
Le pusieron una corona
de espinas en la frente.
Había soportado dolor y
aflicción en el huerto de
Getsemaní, tenía el
corazón destrozado.
Hombre de dolores y tristezas.
Entonces al verlo, esa
era su condición física.
Pero cuando resucitó, no es de
sorprender que, por ejemplo,
María y las otras mujeres que lo
vieron, al principio
no podían reconocerlo.
¿Sabe por qué?
Porque todo ese dolor, toda
esa sangre, todos los latigazos,
aquella crucifixión,
ya no estaban.
Después de resucitar,
tenía un nuevo cuerpo.
Fue un cuerpo apto para vivir en
la tierra durante esos 40 días
después de su resurrección.
Resucitó con un cuerpo que
era, en primer lugar,
visible y tangible.
Lo pudieron tocar.
Tomás puso sus manos allí,
vio las heridas en su mano.
Comió pescado.
Comió pan.
Mire, fue un cuerpo humano
glorificado, no como el nuestro,
sino como el cuerpo de un
ser humano, glorificado.
Pero era un cuerpo distinto
al que tendría Jesús
al llegar al cielo.
Era un cuerpo que la
gente podía tocar y sentir.
Así fue el cuerpo que tuvo.
Dice que al
verlo seremos como Él.
¿Qué significa eso?
Que nuestro cuerpo será como
el cuerpo glorificado
de Cristo al llegar al cielo.
Semejante a su cuerpo.
Nuestros cuerpos glorificados
estarán acondicionados
perfectamente para esa
nueva creación purificada.
Así que tendremos
cuerpos eternos que encajarán
perfectamente para el
lugar en donde viviremos.
Así que nuestros
cuerpos serán perfectos.
Todos luciremos de la mejor
manera que Dios nos haga lucir,
con cuerpos perfectos, al
considerar que el cielo
será nuestra morada.
Jesucristo dijo: «Voy a
preparar lugar para vosotros».
Lo que significa que en el cielo
estará esa morada
que Él nos prepara.
También será esa
tierra transformada
de la cual Él nos habla.
Él dijo que vendría a buscarles.
Así que no fue que el
Señor Jesús desapareció.
Vayamos un momento a
Hechos capítulo 1.
Recordemos que el Señor les
dijo: «Les enviaré a alguien
más, es el Espíritu Santo, quien
estará con y sobre ustedes».
Él es quien nos ayuda a
entender la Palabra de Dios.
Él es quien nos equipa con dones
espirituales para hacer
lo que Dios quiere.
Y es Él quien nos capacita
para alcanzar logros en la vida.
Y dice, y leemos en Hechos,
capítulo 1, que el Señor Jesús
acababa de decir a sus
discípulos lo que pasaría.
Dice la Biblia, en el versículo
7: «Y les dijo: ‘No os toca a
vosotros saber los tiempos o las
sazones, que el Padre puso en su
sola potestad; Porque ellos le
preguntaban cuándo
sucederían aquellas cosas,
pero recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta
lo último de la tierra».
Antes de partir, una de las
últimas cosas que hizo fue
darles la Gran Comisión.
Les dijo: «Así deseo que
pasen el resto de sus vidas».
«Quiero que proclamen la verdad
de mi crucifixión expiatoria y
mi resurrección con el
mundo entero que conocen».
«Quiero que proclamen este
mensaje hasta que llegue a los
últimos confines de la tierra».
Después de decirles eso, dice la
Palabra: «Y habiendo dicho estas
cosas, viéndolo ellos, fue
alzado, y le recibió una nube
que le ocultó de sus ojos.
Y estando ellos con los ojos
puestos en el cielo, entre tanto
que él se iba, he aquí se
pusieron junto a ellos dos
varones con vestiduras blancas,
los cuales también les dijeron:
‘Varones galileos, ¿por
qué estáis mirando al cielo?
Este mismo Jesús, que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así
vendrá como le habéis
visto ir al cielo'».
Quizás alguien diga: «Ya
que eso es cierto,
¿qué hemos de esperar?».
Pues esto es lo que dice: «Como
lo vieron partir,
así mismo volverá».
Si, por ejemplo, el Señor
regresara hoy, ¿cómo lo haría?
Tal como partió.
¿Podremos reconocerlo?
Por supuesto.
Entonces al considerar
las promesas que hizo, y la
explicación clara que la Palabra
de Dios nos da en cuanto a qué
sucederá y cómo será, y de cómo
será el cielo cuando lleguemos
allí, no es imposible
imaginarnos cómo será todo eso.
Pero dice en el libro de
Apocalipsis, capítulo 20.
Escuche lo que dice, esto es
algo que podemos esperar y
anticipar de cuando
lleguemos al cielo.
Se refiere a ciertas
cosas que haremos.
Comenzando en el
versículo 3 de este capítulo 22.
Dice: «Y no habrá más maldición;
y el trono de Dios y del Cordero
estará en ella, y sus
siervos le servirán».
Quizás hay quienes
preguntan: «¿Qué haremos
cuando estemos en el cielo?».
«¿Acaso estaremos
flotando como ángeles?».
No.
Dice, primero que todo, que
serviremos a Dios
y dice que veremos su rostro.
Afirma que su nombre
estará en nuestras frentes.
Declara que reinaremos
con Él para siempre.
Todo eso nos confirma que
tendremos la clase de cuerpo
perfectamente
apto para el cielo.
Seremos personas activas.
Escuche, seremos sellados
como sus hijos con su nombre
en nuestras frentes.
El cielo será la
perfección de Dios todopoderoso.
Nosotros serviremos, alabaremos,
amaremos y adoraremos a Dios.
Pero mire, nos mantendremos
activos en el reino de Dios.
¿Conoceremos a
nuestros seres queridos allá?
¡Sí!
Dice: «Conoceré
como fui conocido».
Todos tenemos seres
queridos que estarán allí.
Naturalmente primero
querremos ver a Cristo.
Luego, si es posible, querremos
ver a nuestras madres o padres.
No sabemos cómo será todo.
Pero algo es seguro, nos
conoceremos unos a otros.
¿Recuerda cómo fue el
cuerpo de Jesucristo?
Su cuerpo fue como un cuerpo
humano en toda su perfección,
con facultad de hacer todo
lo que Dios
todopoderoso puede hacer.
Tendremos cuerpos que
serán reconocibles.
Y tendremos relaciones.
Cómo nos
relacionaremos, no lo sé.
Algunas personas manifiestan
que la Biblia dice
que no habrá matrimonios.
Eso lo entiendo.
¿Significa que no
nos relacionaremos?
No podremos
responder esa pregunta.
Le diré por qué.
La razón es no conocemos todo el
poder que Dios tiene
para hacer lo que decida.
Solo podemos
limitarnos a lo que vemos.
Aquí está una persona, y allá
otra, sea casada o soltera,
tenemos amistades, relaciones.
Pero hay cosas de las
cuales no tenemos idea.
¡No subestimemos el gran poder
y el amor de Dios todopoderoso!
¿Nos conoceremos?
Sí.
¿Nos reconoceremos?
También.
¿Nos amaremos?
En lo absoluto.
¿Cuán profunda será
esa clase de amor?
Solo Dios lo sabe.
Mucha atención.
Quien diseñó todo este
Libro es el Hijo de Dios.
Él venció la muerte.
Esa es la única prueba necesaria
para confiar toda nuestra
eternidad a quien
venció la muerte
y cumplió todas sus promesas.
Por lo tanto, por ser sus hijos,
Él nos ha dado dones a todos.
Dones, talentos, habilidades,
destrezas y todo lo demás.
Para cada uno de nosotros,
Él tiene un trabajo,
un propósito y un plan.
Él nos ha dado tareas a todos y
tiene una voluntad, propósito y
plan para nosotros y desea que
nuestra vida sea fructífera.
Que tengamos la clase de
vida cuyo fruto sea evidente,
amándonos mutuamente,
sirviéndonos el uno al otro,
como haremos en el cielo, que
nuestras vidas cuenten
para el reino de Dios.
De lo contrario,
¿cómo viviremos?
Ya que Dios hace latir nuestro
corazón, Él es la fuente de
nuestros días, la fuente de cada
talento, habilidad y destreza,
la fuente de
nuestra morada celestial.
¿No considera sabia la idea de
aceptar al Señor Jesucristo como
su Salvador personal?
Entregue a Él su vida y deje que
el poder del Espíritu Santo en
usted le ayude a vivir.
Para que cuando le toque
morir, no tenga temor.
Ya es parte de la herencia
maravillosa de Dios, con destino
al cielo, y no querrá
ir con las manos vacías.
Sino vivir como mejor pudo, de
modo que dé honra y
gloria a Dios.
Que viva hasta el momento en que
Dios le llame, cuando sea, de
día o de noche, cuando
Dios le llame por nombre.
Recuerdo un antiguo
himno que dice:
«Cuando Él me llame, responderé.
Cuando Él me llame, responderé.
En algún lugar sirviendo al
Señor estaré, de algún modo,
en algún lado».
Así debemos llegar al final
de nuestras vidas, listos para
encontrarnos con el Señor y
glorificarlo, vivir para Él y
con Él por la eternidad.
Esa es la promesa de
todo hijo de Dios.
Padre, cuánto agradecemos
tu gran amor por nosotros.
Que no tenemos que trabajar,
rogar, esperar, orar y suplicar
que nos perdones, o
sigamos siendo salvos.
Ya has resuelto todo eso.
Hoy venimos a adorarte, alabarte
y agradecerte, a rendir nuestras
vidas nuevamente a Ti.
Que cada día de nuestras vidas
cuente de alguna forma y manera,
para alguna persona,
para el reino de Dios.
Te lo pedimos en el
nombre de Jesús, amén.
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