De rodillas somos más altos y más fuertes – Dr. Charles Stanley
Como hijo de Dios, usted tiene el enorme privilegio de doblar sus rodillas y hablar personalmente con la autoridad suprema del universo. No tenga en poco ese don precioso. Con toda humildad acérquese al trono de la gracia con sus necesidades, confiese su pecado y admita que los desafíos que le presenta la vida son demasiado difíciles para usted y que precisa de su ayuda. El Padre celestial le revelará sus planes y le capacitará concediéndole todo lo que usted necesite para tener éxito. Este mensaje es parte de la serie “Principios de Vida, Vol. 3”. Para más mensajes de Charles Stanley, incluyendo la transmisión de esta semana, visite www.encontacto.org/vea
Dr. Charles Stanley: Hace 4
décadas fundamos este ministerio
para estimular a todo creyente a
cultivar una relación más
estrecha con el Señor
Jesucristo y apoyar
la labor de la iglesia local.
Dios no solo está enviando
gente,
nos ha dado los medios de
comunicación, la radio,
la televisión, para que podamos
llevar el evangelio a todos los
países del mundo cada día.
locutora: Ministerios En
Contacto–Celebramos 45 años
de la fidelidad de Dios.
[música]
locutor: En Contacto con
el Dr. Charles Stanley
celebra 45 años de la fidelidad
de Dios y de llevar el mensaje
del evangelio alrededor
del mundo.
Hoy, en el programa
En Contacto,
«De rodillas somos más
altos y más fuertes».
Dr. Stanley: En la vida se
nos presentan toda clase de
problemas y a veces no sabemos
cómo responder.
Decimos: «Señor, ¿dónde estás en
medio de todo esto?
¿por qué no haces nada?»
A veces pensamos: «Señor, si en
verdad me amaras, no permitirías
que me pasara esto, si en verdad
me amaras, me indicarías qué
hacer en este momento de mi
vida».
En ocasiones estamos
confundidos, no sabemos
qué hacer.
Pero hay una cosa que siempre
debemos hacer en cada ocasión,
sin excepción; y de eso quiero
hablar en este mensaje.
Porque hay un libro en la Biblia
que habla de lo que debemos
hacer, lo propicio, en cada
ocasión.
Así que le invito a buscar el
libro de Nehemías.
Quizás piense: «Ese es el
profeta.
¿Cómo sabremos qué es lo
propicio en cada ocasión?»
Lo verá en un momento.
Permítame darle un poco del
trasfondo.
Nehemías era el copero del rey
Artajerjes, y ser el copero del
rey implicaba tener un cargo de
gran responsabilidad, eran
muchas las exigencias.
De hecho, debía ser de buen
parecer, saber exactamente qué
clase de vino deseaba el rey.
Debía conocer todo el protocolo
pertinente.
También era la persona que decía
si se podía o no ver al rey.
Entonces, aunque por un lado
podían haber sido amigo del rey,
pero el rey era el rey.
Así que habiendo estado allí ya
un tiempo, su hermano y otros
vinieron a él de Jerusalén y
dijeron: «Nehemías, queremos
contarte lo que ocurre en
Jerusalén.
Las puertas están quemadas y los
muros derribados.
Hay caos, somos objeto de burla,
en todos los aspectos.
No hay nada que podamos decir
que es bueno».
Ahora, 140 años antes los
babilonios derribaron los muros
y quemaron las puertas.
Mataron a muchos y tomaron a
muchos cautivos.
140 años después aún no se
habían reconstruido los muros,
por eso eran presa de toda clase
de enemigos que continuamente
los hostigaban.
Entonces mientras le contaban
eso, reaccionó así, capítulo 1,
desde el versículo 4: «Cuando oí
estas palabras me senté y lloré,
e hice duelo por algunos días, y
ayuné y oré delante del Dios de
los cielos.
Y dije: ‘Te ruego, oh Jehová,
Dios de los cielos, fuerte,
grande y temible, que guarda el
pacto y la misericordia a los
que le aman y guardan sus
mandamientos; esté ahora atento
tu oído y abiertos tus ojos para
oír la oración de tu siervo, que
hago ahora delante de ti día y
noche, por los hijos de Israel
tus siervos; y confieso los
pecados de los hijos de Israel
que hemos cometido contra ti;
sí, yo y la casa de mi padre
hemos pecado.
En extremo nos hemos corrompido
contra ti, y no hemos guardado
los mandamientos, estatutos y
preceptos que diste a Moisés
tu siervo.
Acuérdate ahora de la palabra
que diste a Moisés tu siervo,
diciendo: ‘Si vosotros pecareis,
yo os dispersaré por los
pueblos; pero si os volviereis a
mí, y guardareis mis
mandamientos, y los pusiereis
por obra, aunque vuestra
dispersión fuere hasta el
extremo de los cielos, de allí
os recogeré, y os traeré al
lugar que escogí para hacer
habitar allí mi nombre’.
Ellos, pues, son tus siervos y
tu pueblo, los cuales redimiste
con tu gran poder, y con tu mano
poderosa.
Te ruego, oh Jehová, esté ahora
atento tu oído a la oración de
tu siervo, y a la oración de tus
siervos, quienes desean
reverenciar tu nombre; concede
ahora buen éxito a tu siervo, y
dale gracia delante de aquel
varón.
Porque yo servía
de copero al rey».
Quizás se pregunte: «¿Qué tiene
eso que ver con saber
exactamente qué hacer en cada
ocasión?»
Tiene mucho que ver, porque
descubriremos algo
en este libro.
En todo el libro de Nehemías,
cada vez que él se encontraba en
una situación y circunstancia
con problemas o amenazas,
siempre que buscaba dirección,
sin falta, era un hombre que
vivía de rodillas.
O sea, aprendió el gran poder
de la oración.
Aprendió las grandes maravillas
que Dios estaba dispuesto a
hacer en por y mediante él como
resultado de eso.
Al considerar todo esto, pienso
en el principio que es muy
evidente aquí.
Y es que «de rodillas somos más
altos y más fuertes».
Con esto quiero decir que
nuestro impacto es mayor y
experimentamos más poder, fuerza
y vigor para enfrentar lo que
sea en la vida con éxito.
Porque la oración es la
herramienta selecta que Dios nos
da para alcanzarlo,
hablarle, rogarle,
y también recibir de Él.
Pienso que una de las
bendiciones más grandes que Dios
nos ha dado, no la
valoramos, o digamos,
no la usamos apropiadamente.
Pero de algún modo, al observar
la vida de Nehemías, él sabía
cómo hablar con Dios,
sabía dirigirse a Él,
sabía lo que ello requería.
En este libro vemos que
ocurrieron milagros asombrosos.
Dice la Biblia que un día estaba
afligido y se presentó ante el
rey, quien le preguntó: «¿Por
qué estás triste?
No estás enfermo».
Luego relata que cuando el rey
le hizo esa pregunta, Nehemías
oró a Dios, oró antes de
responderle al rey.
Al escuchar cuán terrible era la
situación, oró.
Al estar frente al rey con la
gran oportunidad y
responsabilidad de responder a
la pregunta: «¿Por qué estás
triste si no estás enfermo?»,
también oró y le contó al rey
cuál era la situación.
No solamente se lo dijo, sino
que luego el rey le ofreció: ¿En
qué puedo ayudarte?
A lo que él respondió: «Necesito
madera y tantos materiales
de construcción.
Además necesitamos protección
para ir hasta Jerusalén
sin ser atacados».
Entonces el rey le concedió todo
lo que Nehemías pidió.
Fue algo realmente
milagroso porque Nehemías
solo era un copero.
Pero cuando él oró en respuesta
a lo que sus hermanos le habían
contado, también oró frente al
rey, veamos lo siguiente.
Al partir y luego llegar a
Jerusalén, oró mientras buscaba
la visión y dirección de Dios
para saber llevar a cabo esa
gran tarea.
Desde un principio, Nehemías
comenzó a hablar con la gente.
Sin embargo, él entró en una
situación en la que quizás no
conocía a nadie en ese momento
en particular.
Entró en escena y a la vez
tendría que asumir el liderazgo.
Tal vez para muchos no era buena
idea: «Quieres decir que vienes
aquí a decirnos qué hacer».
Así que tuvo que pedirle
dirección a Dios.
Luego comenzó a hablar con
algunas personas y observó el
lugar muy en secreto.
Al hablarles, estuvieron de
acuerdo y él les dijo vamos a
reconstruir esto.
El Espíritu de Dios estaba sobre
él.
Siempre que vemos a Nehemías,
está de rodillas ante Dios, y
¿qué pasa?
Lo que sucede es que se va
volviendo más y más alto en su
influencia entre la gente.
Más y más fuerte al enfrentar un
obstáculo tras otro.
El mismo Dios de Nehemías es el
mismo Dios nuestro.
En este relato vemos lo que
ocurrió como resultado de un
hombre que vino de lejos y tuvo
que decidir qué hacer y cómo
hacerlo en 52 días, o sea, en
menos de 2 meses dice la Biblia
que en 52 días terminaron el
muro.
¿Cómo lo lograron?
Primero que todo, Nehemías no
estudió ingeniería, ni
construcción ni nada de eso.
¿Sabe qué?
Él era el copero del rey.
Ahora les explicaba
cómo reedificar el muro
y reconstruir las puertas.
Además, al mismo tiempo tenía
que actuar como un general
porque necesitaba un ejército
pequeño que le protegiera pues
no dejaban de perseguirle.
Sus adversarios trataban de
hacerlo bajar, para conversar
sobre la construcción.
Seguramente les dijo que no
tenía nada de qué hablar y que
estaba muy ocupado para
conversar con ellos.
Así que entrenó al pueblo para
edificar la ciudad.
Los entrenó el ejército a tener
en una mano un instrumento para
construir y en la otra uno para
pelear.
Realmente lo que sucedió en esos
52 días, y en los días
siguientes, fue que pasaron de
un caos total, del desorden a la
organización, prestos para
pelear y defenderse, reconstruir
los muros y las puertas.
No solo arreglar su situación
económica, sino sus relaciones
unos con otros, comenzar a
diezmar y adorar otra vez,
tuvieron un avivamiento esos 52
días y los meses siguientes.
Ahora ¿Cómo pasó todo eso?
Un hombre que decidió vivir de
rodillas llegó a ser más alto
espiritualmente y más fuerte, no
solo en su habilidad y destreza
para unir a las personas,
desafiarlas, corregirlas en las
cosas incorrectas que debían
confrontarse.
Él sabía que no estaban bien.
Los desafió en cada punto.
Pudieron haber dicho: «no».
Pudieron haber refutado:
«¿Quieres que reconstruyamos
todo esto?
Tratamos por años y no pudimos».
Nehemías tenía algo especial.
Escuche bien.
Puede haber algo especial en
usted, si tiene una buena
relación con Dios.
Dios podría usarle de una manera
asombrosa, si usted se lo
permite, si tiene fe en que Él
puede hacerlo, y si está
a disposición de que Dios lo
haga.
Escuche bien, no nos
menospreciamos a nosotros
mismos, sino al poder de Dios en
y mediante de nosotros.
Nehemías es un ejemplo perfecto
de lo que puede ocurrir.
Ahora cuando pienso en sus
inicios, él comenzó como copero
del rey, de rodillas ante Dios;
y Dios empezó a actuar
en su vida.
Lo que quisiera hacer en este
mensaje es mencionar varias
cosas que en verdad ocurren al
comenzar a orar seriamente
delante de Dios y ver cómo Él
actúa en nosotros.
Quisiera que se olvidara del
pasado.
Quizás diga: «He hecho esto y
aquello», olvide todo lo pasado.
Lo importante es ¿qué quiere y
puede hacer de ahora
en adelante?
Piense en lo que dijimos, y es
que de rodillas somos más altos
y más fuertes en el alcance,
efecto e impacto que tenemos
en quienes nos rodean.
Enfrentamos cualquier cosa con
fortaleza y confianza al andar
de rodillas ante Dios.
Quizás diga: «¿Quiere decir que
debo arrodillarme cada vez
que ore?»
No.
Pero deseo que escuche con
atención.
Hay algo especial al
arrodillarse que marca
una diferencia.
Y sé que algunos no pueden
hacerlo.
Pero la verdad es que no
es tanto el arrodillarse,
sino orar.
Es hablar con Dios.
Así que quisiera que piense en
esto un momento porque muchas
personas hablan con Dios:
«Bueno anoche oré».
O «yo siempre oro y oro».
Pero en verdad ¿cuánto oramos
seriamente?
¿Confiamos en que Dios hará algo
o solo esperamos que así sea?
Hay una gran diferencia en
expectativa confiar y esperar.
Dios habla de confiar en Él,
creer en Él y esperar
en Él que actúe.
Pensemos un momento en esto,
cuando nos arrodillamos o cuando
oramos, lo que debemos hacer es
reconocer que Dios, y no ha
olvidado, que Dios es el
Soberano del universo.
O sea, que Él tiene control
absoluto de todo, como lo dice
en el Salmo 103 que: «Jehová
estableció en los cielos su
trono, Y su reino domina sobre
todos».
Todas las cosas, tiempos y
lugares, todo.
Escuche bien, si Dios no es el
Soberano del universo,
¿para qué orarle?
Sabemos que hay muchas cosas que
parecen ser imposibles.
¿Por qué orar a Dios si no
creemos que sea soberano, en
control y dominio total, por qué
hablar con Él?
Así que recordemos
a quién oramos.
No es «el hombre allá arriba»,
como algunos lo llaman.
O dicen: «Dios hará esto y
aquello por mí».
Es el Soberano Dios del
universo.
Aunque es Dios y es soberano
también es mi amigo.
Pero, mire, Dios puede ser
nuestro amigo, pero nunca deja
de ser el Creador y nunca deja
de ser quien gobierna el
universo, nunca deja
de ser Amo y Señor.
A veces vamos a Dios en oración,
como si fuera mi camarada.
Dios no es nuestro camarada.
Él es el Soberano, Dios del
universo; el Creador.
Si notamos cómo Nehemías se
dirigía a Dios.
Es interesante ver que cuando
oraba usaba las mismas palabras
que, por ejemplo, usó Moisés en
Deuteronomio al orar.
La misma palabra que usó Daniel
en el capítulo 9.
Note lo que dijo al orar:
«Te ruego, oh Jehová,
Dios de los cielos».
Dios de los cielos Amo,
quien gobierna y reina,
«fuerte, grande y temible».
¿A qué se refiere Nehemías al
hablar del fuerte, grande y
temible Dios?
Habla de la santidad de Dios.
Que Él es santo.
Y me pregunto con qué
frecuencia, al orar, pensamos:
«Soy un ser humano pecador
hablando con el Dios santo»?
No es nada frívolo hablar con
Dios todopoderoso.
No es un juego.
Dios no es el «hombre allá
arriba».
Él es el Dios Soberano del
universo.
Así que se presenta ante el Dios
santo, ¿y qué pasa?
Lo siguiente que vemos es
que comienza a confesarle
a Dios su pecado.
No solo los pecados de la nación
de Israel.
La oración de Daniel es
similar, habla de los pecados
de la nación de Israel.
Pero notemos que Nehemías dijo:
«Mi padre, mi padre, hemos
pecado contra ti.
Nos hemos corrompido a causa de
nuestro pecado».
Lo que deseo que veamos aquí es
simplemente esto: después de
reconocer la soberanía de Dios y
la santidad de Dios, Nehemías
trata todo este asunto
del pecado.
Mucha atención.
Si me escucha,
diga amén.
La pureza de corazón y el poder
de Dios van unidos.
Entrelazados.
Si queremos el poder de
Dios en nosotros,
nuestra vida debe ser pura.
No significa que nunca
cometeremos errores
ni pecaremos.
Escuche.
Quiere decir que somos sensibles
al pecado, a lo que impide el
poder de Dios en nuestra vida y
lo confrontamos de inmediato.
Si Dios nos quebranta por algo y
nos arrepentimos enseguida, no
nos aferramos a ese pecado.
Estamos dispuestos a corregirlo.
Lo confrontamos y sucede
simplemente esto: cuando
oramos seriamente con Dios,
reconoceremos nuestra
incompetencia.
¿Qué cree que debió haber
pensado Nehemías cuando Dios
dijo: ‘Nehemías, te envío a ti’?
«Espera un momento, un momento».
«Te envío a ti».
Quizás lo primero que pensó
fue: «En primer lugar,
¿quién soy yo?»
¿Cuántas veces nos hemos
preguntado lo mismo?
¿Quién soy yo?
Moisés lo preguntó.
Todos los siervos de Dios lo han
dicho: «¿Quién soy yo?»
Y Dios tuvo su trato con él.
Quizás piense, «¿Quién soy yo?».
¿Es pecado sentirse incapaz?
No.
No es pecado sentirse así.
Sentir incompetencia es parte
¿de qué?
De reconocer el gran poder de
Dios, su santidad, que somos
humanos, que somos pecadores,
por tanto incapaces para hacer
ciertas cosas que Dios requiere.
Sin embargo, Dios nos conoce
perfectamente.
No podemos acobardarnos y
decirle a Dios por qué no
podemos hacer algo.
Escuche bien, si Dios nos llama
a hacer algo y decimos: «No
puedo hacerlo».
¿Qué decimos con eso?
Que Dios cometió un error.
Insinuamos que Dios no conoce
toda la situación.
Que Dios no nos conoce como nos
conocemos nosotros mismos.
Pero ¿no cree que eso es
absolutamente absurdo?
Dios nunca nos llamaría a hacer
algo sin capacitarnos.
Por eso envió al Espíritu Santo.
El Señor Jesús les dijo a sus
discípulos que se quedasen en
Jerusalén y esperasen hasta ser
revestidos con poder de lo alto.
Es decir, todo creyente, desde
el día de Pentecostés hasta el
día de hoy, todo aquel que ha
aceptado a Jesucristo como su
Salvador, ha sido revestido,
hecho morada, fortalecido y
equipado por la presencia del
Espíritu Santo.
Así que no hay cosa tal como un
creyente que no pueda hacer lo
que Dios le pida, si está
dispuesto a obedecerle.
Así que sentirse incompetente
era parte de lo que Nehemías
tenía que pasar.
Pero, escuche, me encanta esto,
¿por qué Dios permite que seamos
incompetentes?
Para atraernos a Él.
Mientras más sintamos nuestra
incompetencia, ¿qué?
más oraremos.
Hay una bendición en sentirnos
incompetentes.
Podemos ir a Dios y decir:
«Señor, Tú sabes que no puedo
hacerlo sin ti».
Te necesito, debo tener acceso
a tu gran poder en mi vida
para lograr hacer esto».
¿Por qué fue tan alto y tan
fuerte Nehemías?
¿Por qué lo seguían?
¿Por qué sucedieron milagros?
Porque fue un hombre que
fue copero, esclavo,
por así decirlo, aunque con
un buen cargo.
Pero ahora le enviaban a hacer
algo que no pensaría
que podía hacer.
Pero fíjese.
Quizás alguien diga: «Me siento
incompetente».
«Sí creo que esto es lo que Dios
quiere que haga».
Entonces le pregunto esto:
¿Piensa que Dios le llamaría a
hacer algo y luego separarlo de
eso?
Si deseamos que Dios conteste
nuestras oraciones, esto pasa,
no solo debemos reconocer
nuestra incompetencia y limpiar
nuestro corazón, sino también
debemos estar dispuestos a que
Dios nos use.
Si dice: «Oh no, no, no, no».
¿Por qué no?
No podemos decir que Dios no nos
ayudará.
No sé cuántas oraciones conteste
Dios, si no estoy dispuesto a
ser parte de la ejecución de la
respuesta.
Cuando nos arrodillamos,
recordemos también que al orar
de rodillas tenemos el
privilegio de experimentar
escuche bien, de experimentar el
poder divino, poder del Espíritu
Santo, el poder que nos faculta.
Él no nos da poder a la ligera.
Lo que necesitemos, Dios hará
que sobreabunde en nuestra vida
para facultarnos para hacerlo.
No existe un don nadie.
No existe una persona inútil.
Sea quien sea usted, le digo:
Dios tiene un lugar para usted,
si clama a Él, Dios oirá y
contestará su oración.
Porque Dios no quiere que pierda
el tiempo y la influencia que
puede tener en otros.
Entonces al ver lo que sucedió
en la vida de Nehemías, él
sintió todo esto, pero también
experimentó el poder de Dios.
Mire, Dios quiere que se vea a
la luz de quien Él ve en usted,
el potencial que tiene, lo que
puede hacer.
No en su propia fuerza, como lo
hemos dicho una y otra vez en
este mensaje, sino en el poder
del Espíritu de Dios.
Escuche.
De rodillas somos más altos,
nuestra influencia es mayor,
experimentamos más poder,
fortaleza y vigor en nuestra
vida para enfrentar toda y
cualquier situación.
Esa es la clave, es la fuente,
es la dirección, y es el plan, y
nunca habrá un plan mejor
que ese.
Ahora la pregunta es:
¿Qué se supone que debemos
hacer al respecto?
Comencemos a orar de rodillas y
a pedirle a Dios que en primer
lugar nos perdone por olvidar
que Él es el Señor,
Amo y Soberano.
Al pensar en todo lo que
logró Nehemías,
¿acaso fue gracias
a su educación?
No.
¿Entonces qué fue?
Fue porque había cultivado una
relación con el Padre,
confiaba en Dios.
También mantuvo su corazón puro,
reconoció su incompetencia, se
puso a disposición.
Sabía que recibiría la visión y
dirección de Dios, que el
Espíritu Santo lo facultaría
para hacer lo que Dios
le encomendara.
Si Dios le dijese hoy: «Te
facultaré para que hagas
lo que sea que quieras hacer».
¿Qué sería?
Si Dios le diese a escoger, ¿qué
sería?
Permítame decirlo de esta
manera, tras haber escuchado
este mensaje, y escuchado la
verdad, lo que dice Dios, usted
tendrá que resolverlo.
Hay quienes tienen muchos dones,
talentos, destrezas, pero nunca
han pensado en servir a Dios.
Solo piensan: «Bueno, haré lo
que pueda en la vida».
Pídale a Dios que se lo indique.
Dios ha invertido en usted.
¿Sabe cuál es su mayor inversión
en usted?
Mire la cruz.
Esa es su mayor inversión.
Dios envió a su Hijo Jesús a la
cruz a morir por nuestros
pecados, a hacer posible que
seamos perdonados de nuestros
pecados y que tengamos una
relación estrecha con Dios.
No solo eso, sino que mora en
nosotros su Espíritu, y ser
usados por Dios.
¿Acaso tenemos derecho a
negarnos a Dios?
No.
Entonces pregunto: «¿Qué haría
al respecto?
«Oh lo pensaré».
No, no, no, no, no.
Es necesario más que solo pensar
en esto, porque ¿sabe qué pasa?
Somos responsables de lo que
escuchamos.
Responsables de lo que
escuchamos y cómo reaccionamos.
Quien quiera que sea,
nunca puede decir:
«Señor, no lo sabía».
Ya sabe cuál es el principio
ahora mismo,
que Cristo
murió por usted.
Sabe que puede ser salvo de
todos sus pecados.
Sabe que al serlo, Él morará en
usted y le facultará para
enfrentar cualquier
circunstancia en la vida.
Le usará para su honra y gloria.
Nunca podrá decir: «No lo sabía,
nunca lo escuché».
Le digo sencillamente esto:
somos responsables de la verdad
que escuchamos.
La verdad que ha escuchado es
que Dios es soberano.
Él es el Creador de todas las
cosas.
Vivimos por su gracia y bondad
para con nosotros.
Y no solo eso, es el Dios
admirable que nos ama
incondicionalmente y
su deseo es usarnos.
Él sabe lo que podemos hacer,
para lo que nos ha equipado.
Él conoce todo de usted, le ama,
y está dispuesto a recibirle
donde esté; perdonarle,
limpiarle, hacerle morada del
Espíritu Santo y luego
usarle en gran manera,
si usted se lo permite.
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