Cuando sufrimos el abuso – Dr. Charles Stanley

No hay un camino fácil para recuperarse del abuso, pero la sanidad espiritual le espera —la cual comienza al relacionarse con Jesucristo. En este mensaje, el Dr. Stanley explica cómo solo Dios puede restaurar la salud de aquellos que han sido abusados y restaurarlos a medida que crecen en el amor de Cristo.

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[música]

locutor: En Contacto,
el ministerio de enseñanza

del Dr. Charles Stanley.

Alcanzamos al mundo con el
evangelio de Jesucristo

por medio de una enseñanza
bíblica sólida.

Hoy en el programa En Contacto,
«Cuando sufrimos el abuso».

Dr. Charles Stanley: 3 veces,
la noche antes de que el Señor

Jesucristo fuera crucificado,
les dijo a sus discípulos, les

dijo: «Ámense unos a otros.

Ámense unos a otros.

Ámense unos a otros».

Luego, a lo largo de las
epístolas, vemos que los autores

de esos mensajes dicen cosas
como: «Acéptense unos a otros».

«Cuídense unos a otros».

«Anímense unos a otros».

«Ámense unos a otros».

«Fortalézcanse unos a otros».

«Apóyense mutuamente».

«Perdónense mutuamente».

«Sean pacientes unos con otros».

«Sean hospitalarios
unos con otros».

«Sométanse unos a otros».

«Motívense unos a otros».

«Sírvanse unos a otros».

A lo largo de toda la Biblia,
Dios nos ofrece instrucciones

sobre nuestra
relación con el prójimo.

Y al pensar en toda la enseñanza
solo en esas frases

que mencioné:
«Ámense unos a otros.

Sírvanse unos a otros,
anímense mutuamente,

motívense
unos a otros».

Todo nos deja algo muy claro:
nunca, en ninguna circunstancia,

se justifica
abusar de alguien más.

El abuso no
concuerda con ser creyente.

Nunca es la voluntad de Dios
que sus hijos sufran abuso.

Y hoy esa palabra se ha
vuelto bastante popular.

Oímos hablar de niños abusados,
padres abusados, cónyuges que

abusan el uno del otro,
gobiernos abusando del pueblo.

Y esa palabra significa hacer
daño a alguien, herir de alguna

manera, ya sea abuso
físico, abuso sexual,

puede ser abuso verbal
o abuso emocional.

En verdad no importa cuál sea,
nada de eso encaja con lo que

dijo Jesucristo:
«Amaos unos a los otros».

«No olvidéis la hospitalidad».

«Animaos unos a otros».

«Cuidaos y
animaos unos a otros».

Y por ello me gustaría en
este mensaje compartirle algunas

ideas útiles,
–espero–para aquellos

que han sufrido abusos–

En cada iglesia, en todo
territorio, en cada nación sobre

la faz de la Tierra, hay
millones y millones de personas

que han sufrido abuso, que son
víctimas de abuso, que no tienen

idea qué hacer ni cómo
afrontar esa situación.

Y en los capítulos 13, 14, 15,
y 16 de Juan, Cristo les dijo a

sus discípulos:
«Ámense unos a otros».

En vez de tomar un pasaje
bíblico en este mensaje y

exponerlo, quisiera darle unas
sugerencias de cómo afrontar

todo el problema del abuso.

Pero quisiera empezar
con la diferencia

entre abuso y disciplina.

Bien, permítame decirle que
hay mucha gente que ha sufrido

abuso, y algunas
personas llamarían abuso

a situaciones bien distintas.

Por ejemplo, si alguien es
solo criticado dice:

«Has abusado de mí».

No hablo de una simple crítica,
sino hablo acerca del abuso

verbal o abuso emocional,
que es tan perjudicial

en la vida de alguien.

Bien, cuando pensamos en el
abuso y pensamos en–

cómo reacciona la
gente–la gente reacciona

de diferentes maneras.

Y muchas personas pasarán toda
su vida sin siquiera preguntarse

si han sufrido abuso o no.

De algún modo, se preguntarán
qué pasa en su interior y nunca

podrán identificar
la razón de fondo.

Otros saben que han sufrido
abuso, pero no han tenido el

valor de afrontarlo.

Personas sufren abusos sexuales
a una edad temprana, lo ocultan.

Lo ocultan porque sienten
vergüenza, sin percatarse que

algo pasará y es que finalmente
sale a la luz, de un modo u

otro, y afectará a
otros a su alrededor.

No se pueden encubrir
ese tipo de abusos.

Así, al hablar de la diferencia
entre abuso y disciplina.

Permítame decir que la
disciplina siempre se impone a

alguien por su comportamiento,
siempre orientada a un

comportamiento puntual.

Mientras, el abuso, no
se vincula

al comportamiento personal.

Es algo en el interior de quien
comete el abuso,

como un volcán en erupción.

Es ira, hostilidad, temor,
amargura, resentimiento, lo que

sea la causa, es algo que brota.

Y lo que hace es adherirse más o
reaccionar contra alguien, cuyo

comportamiento nada tiene
que ver con esa reacción.

Es algo en el interior
de quien comete el abuso.

Es una predisposición que está
ahí y solo busca una excusa

para expresarse en alguien más.

En cambio, la disciplina siempre
tiene en mente mejorar el

comportamiento del otro.

Tiene como propósito corregir
algo que el padre quizá sabe–

no es sabio para la
vida de ese niño.

Mientras que el abuso no
está viendo el comportamiento

o bienestar de nadie.

Se trata de sacar algo que
está dentro del causante.

La disciplina surge del amor,
amor por alguien a quien

se le desea lo mejor y por
eso la disciplina.

Y por eso existe una gran
diferencia entre sufrir abuso

y ser disciplinado.

Bien, permítame
comenzar diciendo 2 cosas.

Número 1: Seguro que no tengo
idea alguna de qué es el abuso,

comparado con la gran mayoría.

No hay nada en mi vida de lo
que pueda decir:

«Vea qué horrible
fue mi pasado».

Sino solo para decir: Lo
cuento porque, así como yo estoy

dispuesto a compartirlo, usted
quizá pudiera compartir cosas

que le han hecho daño en su
pasado, que necesita sanar y no

cree poder contárselas a nadie.

¡Sí puede!

Porque compartirlas es
parte del proceso de sanación.

Cuando tenía 9 años, mi
madre se casó por segunda vez.

Mi padre había fallecido
cuando yo tenía 9 meses de edad.

Así que, ella se casó con un
hombre que creía que sería un

buen padre para mí y, a las
2 semanas de casada

se dio cuenta de
que algo iba mal.

Y la tragedia del segundo
matrimonio de mi madre fue que,

aunque los hermanos y hermanas
de mi padrastro dijeron que era

un gran hombre, y quizá también
un esposo maravilloso, mi madre

volvió unos meses después y
al cuestionarlos, ellos le

respondieron: «Bueno,
sí, sabíamos cómo era.

Pero pensábamos que al
casarse él cambiaría».

¡Qué mentira tan
devastadora fue para mi madre!

Bastante devastadora,
era mentira, y lo sabían bien,

pero no importó.

Nunca invente algo por creer que
todo puede mejorar, si alguien

hace tal o cual cosa.

Por lo general, no pasa.

Y así, fue el comienzo de un
matrimonio fatal, y de momentos

de retos que nunca
me imaginé enfrentar.

Siempre fui criticado.

Siempre sentí que estorbaba.

Y con frecuencia
terminó en peleas.

Mi madre siempre me defendía.

Sé que no sufrí abusos
físicos gracias a mi madre.

Habría dado su vida sin dudarlo
antes de permitir que eso

ocurriera, aunque
sí hubo peleas.

Y cuando llegué a la
adolescencia, había visto

incluso, intentar
ahorcar a mi madre.

Y si hubiera tenido el
privilegio, no sé lo que le

habría hecho a mi padrastro si
hubiera podido en ese momento:

Cargaba mi pistola por la noche
y colocarla junto a la cama, y

cerraba la puerta con
llave porque nunca

sabía lo que pasaría.

Sé que piensa: «Bueno, eso
no suena muy cristiano».

Cierto.

Tiene razón.

Me convertí a los 12
años, pero tenía miedo.

No sabía cómo reaccionar.

Nunca leí un libro sobre
nada de esto porque

no creo que lo habían escrito.

No había seminarios, nadie que
me dijera: «¿Cómo se crece en

esta clase de
situación particular?».

Y yo no era el único miembro
de esa familia

a quien trataban de esa manera.

Lo peor de haberme ido a la
universidad fue haber dejado a

mi madre en tan mala situación.

Y no describiría todas las cosas
que pasaron, excepto para decir

que, si cree que crecer en
circunstancias difíciles no

tendrá ningún efecto
sobre usted,

será mejor que lo
piense 2 veces.

Porque todos tenemos una cinta
reproductora en la mente, y esa

cinta tiene grabado todo
desde el momento de nuestro

nacimiento,
incluso antes de nacer.

Y puede que lo identificamos,
reconocemos qué hay en la cinta

y lo afrontamos, o sufriremos
por el resto de nuestra vida.

Y gracias a Dios, gracias a
Dios, por todas las personas que

de alguna u otra manera me
orientaron en la vida, para

asegurarse de que no tuviera
nada de esa hostilidad, ira,

amargura y resentimiento
que queda de las cosas que me

pasaron porque me
ocupé de ellas.

Lo digo para explicar que no sé
nada sobre el abuso comparado

con lo que muchas personas han
sufrido, no solo en este país,

sino mucha gente ha sufrido
abusos tan pero tan horribles en

otras naciones; y por la forma
en que los gobiernos los tratan,

y la forma como muchos han
sufrido daño físico, sexual,

espiritual, mental, emocional,
de una manera que nunca

llegaremos a comprender.

¿Y cómo reaccionar a
todas estas cosas?

Bien, quisiera darle
una serie de sugerencias.

Y puede tomar nota.

Y quizá ni las necesite.

¡Genial!

Espero que no.

Pero quizá vive con alguien que
sí las necesita, o trabaja con

alguien que las necesita, o
tiene un amigo que las necesita.

Y puedo garantizarle que
no tiene que ir lejos para

encontrar a alguien a su
alrededor, que sufre abusos y no

sabe que ese es el problema, que
pasa la vida sin relacionarse

bien, que nunca queda conforme,
huye de situaciones, si las

cosas no le salen
bien, solo huye.

Lo que sea, sin percatarse
que todo eso estaba arraigado,

estaba allí, desde hace muchos
años, o quizá no desde hace

tantos años.

Y ahora deben afrontarlo.

Lo primero que quisiera sugerir
es algo particular y es que,

cuando piense en enfrentar su
situación y cómo hacerlo, numero

uno: busque la guía de Dios.

«Señor, ¿qué quieres que haga?».

Escuche.

No hay respuesta fácil sobre qué
hacer en una situación de abuso,

porque no todos los abusos
son iguales, no todos están

motivados de igual forma.

Por lo que decirle a alguien:
«¡Pues aléjate de allí!», no

siempre es la respuesta
correcta.

Y también hay quienes utilizarán
hoy la palabra «abuso» como

excusa para huir o escapar.

Hoy les hablo del tipo de
abuso que trae grandes heridas y

muchos daños.

Y si hoy, por ejemplo, hay
alguien que está sufriendo abuso

físico, infligido y
herido a nivel físico.

No le podemos decir que
permanezca en esa situación.

No.

O alguien, por ejemplo,
que sufre abuso emocional.

Usted dirá: «Bueno,
solamente debería irse».

No puede decirle
eso a todo el mundo.

Por esa sencilla razón debe
preguntarle a Dios

qué debe hacer.

Y recuerde–preste atención–
Dios nunca le dirá que haga algo

que viole su
Palabra siempre viva.

En segundo lugar,
ore por el abusador.

Ore por él.

Usted dirá: «Bueno, he orado
y orado y nada ha pasado».

Bueno, le diré una razón
específica por la cual orar.

Si hubiera sabido esto cuando
era un niño, habría sabido cómo

reaccionar mejor a mi padrastro.

Pero no lo sabía.

Y es orar para que Dios le
muestre qué motiva a esa persona

a actuar de esa manera.

¿Por qué esa persona
abusa de alguien más?

¿Por qué intenta
herir a otra persona?

Y bien, pasaron muchos años, y
luego fui a ver a mi padrastro

y–mi madre aún estaba
allí, y vivían juntos.

Siempre.

Hasta que él murió.

Fui a verlo para pedirle perdón
por mis reacciones erróneas

hacia él, porque estoy
seguro de que reaccioné mal.

Y en muchas ocasiones pudo haber
resultado en una desgracia.

Y fui a pedirle perdón.

Me senté al otro lado de la mesa
en el almuerzo.

Lo llamé por su
nombre y le dije:

«Solo necesito pedirte
perdón por algunas cosas».

De inmediato
dijo: «No deberías».

Respondí: «No, déjame terminar».

Nunca lo acusé de nada.

Solo dije: «Necesito pedirte
perdón por algunas cosas».

Y cuando empezamos a hablar, mi
padrastro me contó algo nuevo

que ojalá yo
hubiera sabido hace años.

Y dijo: Solo se le salió.

Él no tenía
intención de contármelo.

Me dijo: «Sabes, cuando era
niño, quería ser médico».

Le dije a mi padre: «Quiero ir
a la universidad y ser médico».

Y dijo: «Él no me dejó
ir a la universidad.

Hizo que me quedara
trabajando en la granja».

Y dijo: «Que debía trabajar.

Que no podía salir.

No me dejaba ir a ningún sitio.

Me obligaba a
trabajar todos los días.

Hasta que por fin pude irme.

Tomé mis pocas cosas y me fui».

Se fue.

Se consiguió un trabajo
de cocinero en un pequeño

restaurante por ahí.

Siempre tuvo trabajos serviles.

Y nunca se esforzó
en ganar dinero.

Pero esto es lo que
pasó y esta es la razón.

Así que preste atención.

Como su padre no lo dejó ser
médico, ni ir a la universidad,

desarrolló una raíz de amargura,
rencor ira y hostilidad.

Nunca puede
guardarse esos venenos.

Siempre harán erupción.

Como un volcán.

Al fin saldrán al exterior.

¿Y qué pasó?

Lo descargó sobre
todos a su alrededor.

Lo que sentía hacia su padre
lo descargó sobre mí, sobre mi

madre, sus hermanos, sus
hermanas y todos los demás,

amigos, compañeros de trabajo.

Afectó a todos a su alrededor.

Bien eso sucede cuando el veneno
de amargura, rencor, hostilidad

e ira está dentro de usted.

Sepa que si se niega a mirar
atrás, si se niega a afrontarlo,

va a herir y
destruir a quienes más ama.

El querer encubrir lo que
ocurrió en su pasado, destruye a

las personas que
viven en su presente.

Pasa a diario y causa
gran dolor y confusión.

Por eso, esconderlo, ocultarlo,
negarlo, desmentir que haya

sucedido o que haya estado ahí,
es devastador para quienes lo

aman de todo corazón.

La tercera sugerencia es la
siguiente: No culpe a Dios.

Si hay algo que a Satanás
le fascinaría que dijera es:

«Bueno, es obra de Dios.

Esto es lo que Dios hizo.

Dios quería corregir mi vida
y Dios quería deshacerse del

pecado en mi vida y por eso Él
causó que mi pareja, mi padre,

mi hijo, o mi hija
abusaran de mí».

Escuche.

Dios nunca, bajo ninguna
circunstancia, jamás instiga,

instituye o inicia de algún
modo ningún tipo de abuso.

Eso no es de Dios.

Eso es contrario y opuesto
a todo lo que dice Dios.

Él dice: «Ámense y sírvanse unos
a otros, anímense y edifíquense

unos a otros, cuídense y
aliéntense unos a otros, y sean

pacientes unos con otros y
sométanse unos a otros».

Eso no tiene nada que ver.

–es contrario a
abusar unos de otros.

Y a Satanás le encantaría que
quien sea víctima del abuso

pensara: «Dios me está haciendo
esto por una razón específica.

Debe haber algo en mi vida
que Dios quiere corregir».

No.

Dios aprovechará eso y lo usará,
si se lo permitimos, para bien

en nuestra vida, para
edificarnos y madurarnos, pero

Dios nunca es la causa.

Él nunca instiga ningún
tipo de abuso sea el que sea.

Ese no es el fin, el
plan, la voluntad,

el deseo ni el método de Dios.

Número 4: perdone a
quien comete el abuso.

Y perdonar a quien
abusa no es algo–

Usted dirá: «Pues no puedo
hacerlo porque usted

no sabe cómo me han tratado».

Preste mucha atención.

Sé que esto es difícil y sé que
algunos dirían: «Bueno, sí, pero

a usted no lo han
tratado como a mí».

Eso sin duda es verdad.

Seguro que lo es.

«No sabe–Usted no sabe la
clase de daño emocional,

físico o sexual en mi vida».

Seguro que no lo entiendo.

Pero esto sí lo sé: albergar
ira, resentimiento, hostilidad y

amargura–escuche–Un
espíritu de rencor es peor

que un cáncer por dentro.

Un espíritu de rencor es como
un pozo, una fuente, de veneno.

Y lo que hace, es penetrar
cada una de las facetas

de la vida de alguien.

Guardar rencor es algo que,
sin duda–escuche–

es injustificable del todo.

No se puede justificar
un espíritu rencoroso.

Luego, número 5, quisiera decir
que tiene igual importancia:

Perdonar a quien
permitió el abuso.

Ahora, hay jóvenes que crecen,
hoy ya son adultos, y dicen: «Mi

madre se mantuvo al margen,
sabía lo que ocurría y lo

permitió de todos modos».

Así pues, el espíritu rencoroso,
a menudo, es tanto hacia la

persona que estuvo consciente
y permitió que sucediera,

como hacia quien
cometió el abuso.

Y bien, es fácil
culpar a alguien más.

Hay que preguntarse esto:
¿Por qué se mantuvo al margen?

Quizá deba ir a uno de sus
padres y decir: «Sabes, todos

estos años he resentido que
permitieras que eso me pasara.

¿Pudieras decirme por
qué aguantamos eso?».

Y de algún modo, lo más probable
es que descubra que había, en su

mente, una razón válida, o en
su pensamiento, se sentían tan

incapaces o asustados que ni
sabían cómo afrontar el admitir

que su esposo o su
esposa abusaban de su hijo.

Solo digo que hay ciertas
cosas a considerar en cuanto a

afrontar un abuso.

Luego diría, es
decir, número 6:

elija la verdad
respecto a sí mismo.

Y la mejor forma de descubrir la
verdad es estudiar la Biblia y

ver lo que dice Dios de usted.

¿Y sabe?

Cuando alguien dice: «No sirves.

No cuentas.

No vales nada».

Deje que eso entre por un oído y
salga por el otro porque

no vino del cielo.

Vino del hoyo.

Pero, mire, es perjudicial
porque todo el mundo necesita

sentir que pertenece, un sentido
de valía, que valen algo, y

sentirse aptos.

Esas 3 actitudes son básicas
para la salud emocional de toda

persona: sentido de
pertenencia, sentido de valía

y sentido de competencia.

En una familia–una, una de las
mayores ventajas de la familia

es que uno pertenece y alguien
piensa que vale algo que se

casarían y vivirían con
usted, y que es competente,

que puede cuidar y proveer.

Y en la iglesia, todos
pertenecemos a esta familia.

Y todos nos valoramos.

Todos tenemos diversos dones.

Somos distintos,
pero nos valoramos.

Y creemos que somos
aptos.

Por eso es que tiene un lugar
de servicio y es competente.

Y eliminar un sentido de
pertenencia, significa:

«Yo no pertenezco yo soy
rechazado»; un sentido de valía:

«No tengo valor.

Soy inútil»; y: «No soy apto».

Y así tiene una persona que
ha sufrido emocionalmente daño

emocional un daño muy profundo.

Y al empezar a creer la verdad
respecto a nosotros mismos,

¿qué pasa?

Empezamos a salir de
los terribles efectos

de esta clase de abuso.

Luego diría, número 7: abra su
corazón a la sanación divina.

Ahora bien, deseo que preste
mucha atención a lo que diré.

Y hablo por experiencia, y
hablo para beneficio

de mucha gente, eso espero.

Cuando digo: «Ábrase para la
sanidad», ¿qué debe sanar?

Pues, si sufrió abuso físico
hace tiempo, lo más probable–si

alguien le fracturó un brazo o
le cortó algo–es que eso se ha

sanado y se ha
recuperado y piensa:

«Bueno, superé ese abuso».

No es así.

Esa es solo una señal externa.

Porque si sufrió abuso
emocional, usted nunca lo vio de

frente, pero lo sintió.

Verá, el proceso de
sanación debe ocurrir

en nuestros recuerdos:
¿Qué recuerdo?

¿Qué fue lo que sentí?

¿Qué sentía cuando esto ocurrió?

Quizá se sintió sucio,
si fue un abuso sexual.

O quizá puso su mente en neutro
y trató de imaginarse que estaba

en algún lugar
etéreo, mientras sucedía.

O quizá sintió:
«Debo merecerme esto».

O tal vez sintió odio,
amargura y hostilidad hacia

quien cometió el abuso.

Esos recuerdos deben sanarse
o esos recuerdos

serán como un veneno.

Y bien, Dios está
dispuesto a sanar.

Jesucristo–quien es la fuente
de nuestra fortaleza en toda

necesidad–está dispuesto
a sanarlo, pero escuche.

Tal vez usted
necesite hablar de eso

con alguien más y desahogarse.

Quizá sea algo que nunca
le ha contado a nadie.

Tal vez nunca haya pensado
siquiera en que es parte de algo

que ocurre dentro de usted.

Pero le diré algo y deseo
que preste mucha atención.

A veces quizá deba ir a
un consejero cristiano.

Preste mucha atención.

Usted debe asegurarse de

que la persona que lo
escucha sea consagrada

a Dios, y no alguien que solo
diga: «Soy cristiano», o que

cuelgue una placa que diga
que es un consejero cristiano

porque, le diré algo.

Si esa persona no es un
consejero consagrado a Dios,

esto es lo que hará; dirá:
«Soy cristiano».

No escuchará mucho de la
Biblia en esa consejería.

No escuchará mucho o nada de
Cristo, ni de la Palabra de Dios

porque lo que tendrá es
impía y mundana psicología

y consejería que no
tiene nada que ver con

los principios bíblicos.

Y si permite que esas
cosas penetren su mente y sus

emociones y su voluntad,
terminará peor de lo que estaba

antes de ir a ese consejero
porque causará confusión y

tratará de fusionar principios
bíblicos con consejos impíos.

Lo único que hace es prolongar
el tiempo, multiplicar y

profundizar el dolor
de quienes lo rodean.

Lo siguiente que diría
es esto:

Elija seguir
adelante en su vida.

Si usted ha sufrido un abuso y
dice: «Pues me pasó esto, así

que, no puedo».

No diga eso.

Puede hacer cualquier
cosa que Dios quiera.

Por eso es que Jesucristo, en
su vida, es tan imprescindible.

El Señor lo
facultará para que sea

sanado de su abuso.

Él lo facultará para
recoger esas piezas

rotas, esas partes
destrozadas de

su vida y las
compondrá de la forma más linda.

Y Él puede
hacerlo–escuche–puede hacerlo

como si usted nunca
hubiera sufrido ningún abuso.

Puede sanar de malos recuerdos.

Puede volver a unir
los trozos de un todo.

Puede avanzar en la vida y ¿qué?

Dios puede lograr en su
vida todo lo que

Él elija que deba lograr.

No importa lo que le haya
pasado, puede hacer esto, puede

saber que Romanos 8.28 es
verdad, no lo dude, no importa

lo que haya ocurrido, puede
afrontar las consecuencias y

seguir adelante y Dios hará
esto: Tomará todo el daño, todas

las heridas, todo el dolor,
el sufrimiento y el pesar.

¿Sabe que hará?

Usará eso en su vida para de
alguna manera convertirlo a

usted en la bendición de alguien
más, porque todos somos siervos.

Al mirar atrás no diga: «Pues,
así me trataron, por lo tanto».

Por lo tanto nada.

Escuche, «así me trataron».

Quizá me haya pasado eso,
pero ¡esto es lo que soy ahora!

Dios es mi Salvador, mi Señor y
mi Maestro, y Él dice, en Cristo

Jesús, que me facultará para
hacer, cumplir y alcanzar todo

lo que Él me llame a hacer.

«Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece».

Mire, no importa el pasado.

El pasado–mire–el pasado no
puede impedirle hacer lo que

Dios quiere, a menos
que usted lo permita.

Puede ser sanado de
los efectos del abuso.

Él lo liberará de lo que está
viviendo ahora mismo en su vida,

si está dispuesto a confiar
en Él, a rendirle su vida.

Mire, el Cristo omnipotente
que vive en su interior, lo

guardará, le
proveerá, lo sanará,

y cambiará su vida para
glorificar su nombre.

[música]