Cuando nos sentimos frustrados – Dr. Charles Stanley

Vivir en constante frustración tiene un alto costo: relaciones rotas, trabajos insatisfactorios e incluso mala salud. En este mensaje, el Dr. Stanley muestra cómo la verdadera fuente de la frustración proviene del interior de nuestro ser. Dios está listo para ayudarle a identificarla y lidiar con ella cuando usted se lo pida. Descubra cómo dejar que Cristo reemplace su ansiedad con la paz del Señor.

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locutor: En Contacto,
con el Dr. Charles Stanley.

Alcanzamos al mundo
con el evangelio de Jesucristo

por medio de una enseñanza
bíblica sólida.

Hoy en el programa
En contacto,

«Cuando nos sentimos
frustrados».

Dr. Charles Stanley: A veces,
sin previo aviso en la vida,

nos encontramos atrapados
en un valle no deseado,

sin poder hacer nada
al respecto.

Y con frecuencia la reacción
inmediata suele ser

la frustración, algo que no
podemos controlar, algo que

no podemos cambiar, algo contra
lo que no podemos hacer nada.

Y hoy desearía decirle que,
caminar en ese valle,

muchas veces, es una situación
muy frustrante.

A veces caminamos en él
por mucho tiempo

y también de repente, pasa algo.

Y quisiera decirle antes
de predicar este mensaje,

que sé lo que es
sentirse frustrado.

Sé lo que es sentirse desvalido,

sin saber qué camino
tomar después.

Y hoy puedo decirle que puede
pasar algo en su corazón

que apacigüe su espíritu, le de
una paz que sobrepase todo

entendimiento, le otorgue un
gozo por completo indecible,

y se preguntará cómo Dios
puede darle semejante paz

a su corazón si sus
circunstancias no han cambiado.

Esa es la gracia de Dios.

Y quisiera decirle algo más.

En medio de esos momentos
de frustración y ansiedad que

atravesamos, un objetivo clave
de Dios es revelar cuan amoroso,

dulce, amable, gentil, fiel,
seguro y confiable es Él.

Y puedo decirle hoy que,
de algún modo, tiempo atrás,

hace meses,
toda esa frustración se fue,

y llegó una paz,
gozo y satisfacción

que no puedo explicarle.

Y tampoco puedo decirle
cómo conseguirlas.

¿Sabe por qué no puedo
decirle eso?

Porque es Dios quien las da.

Puedo decirle, que si hace
un par de cosas,

se preparará para que Dios
le dé la mayor sensación

de satisfacción, en la
mayor crisis de frustración.

Y el título del mensaje de hoy,
de la serie La fuente

de nuestra fortaleza,

es «Cuando nos sentimos
frustrados».

Así que le invito a buscar
en Isaías capítulo 14.

Mire por favor
en este versículo,

dice el versículo 27:
Porque Jehová de los ejércitos

lo ha determinado,
¿y quién lo impedirá?

O sea: «¿Quién frustrará
sus planes?».

Y su mano extendida,
¿quién la hará retroceder?».

Así que piense en esto por
un momento: ¿Quién puede?

¿Quién puede mover
a quien es soberano?

He aquí Dios soberano,
con control absoluto

de todas las cosas.

¿Quién lo mueve, empuja o lanza?

¿Quién puede halarlo
o de pronto tumbarlo?

Si usted es un creyente que
piensa y siente que es víctima

de las circunstancias de
otras personas o de sus propias

circunstancias, entonces
vivirá frustrado toda su vida,

sin saber cómo reaccionar
y qué hacer.

Pero una vez que comprenda quién
es verdaderamente y en realidad

Dios, y comience a relacionarse
con Él basado en quién es Él,

y no en alguna idea
errónea sobre Él,

se asombrará de lo que pasará
en su vida.

Ahora, al pensar
en la frustración,

solía pensar en ella como
la mayoría de la gente,

hasta que empecé a darme cuenta

de que hay una manera
diferente de verla.

Y permítanme explicar lo que
es en primer lugar:

Frustración es esa sensación
de que me obstaculizan,

de que hay una barrera entre
yo y lo que quiero lograr,

alcanzar, adónde quiero llegar,
adónde quiero ir,

algo que quiero lograr aquí.

Puede ser en una relación
con alguien,

puede ser algo en su negocio.

Puede ser algo mecánico.

De hecho, puede sentirse
frustrado por maquinarias,

por personas, por su perro
que no viene,

aunque se canse de llamarlo,

puede sentirse frustrado
por muchas cosas.

La frustración le dice:
«Algo me está frenando.

Algo me cortó las alas.

No puedo hacer lo que quiero».

Y queremos hacerlo.

Tenemos una meta,
o quizás un deseo,

pero todavía hay algo ahí
que nos impide hacerlo.

A veces sabemos lo que es,
otras veces no sabemos.

Bien, lo primero que debemos
ver es esto:

la frustración
no es algo externo.

Es decir, esa persona,
cosa o situación determinada

no puede frustrarme,
a menos que yo lo permita,

porque la frustración tiene
su raíz solo en mi interior,

no en el exterior.

No es algo exterior.

Aunque lo habitual sea
querer buscar a quién culpar,

o a alguna circunstancia
que no puedo cambiar:

«Si tuviera esto o aquello,
si eso cambiara,

si él cambiara o ella cambiara.

Si tuviera tal cosa.

Si eso no hubiera pasado.

Si hubiera sido así.

Si tuviera salud».

Pudiéramos pensar en muchas,

demasiadas cosas
que nos gustaría cambiar.

Pero verá, la frustración no es
el resultado de todo eso.

Esas cosas en la vida,
personas o situaciones,

determinadas, desencadenan algo
que ya está dentro de nosotros.

Probablemente sea
una de estas 3 cosas:

A veces es la incapacidad
de una persona

de aceptarse tal
y como Dios la creó.

Por ejemplo,
alguien que dice:

«Bueno, no importa lo que
haga en la vida,

nunca luciré mejor».

La gente no está satisfecha
con su aspecto.

Está descontenta con sus
talentos y dones en la vida.

Ven a los demás y dicen:
«Pues, él puede hacer esto y

ella hace aquello, ellos tienen
esto y ella tiene aquello.

Y esas familias tienen
esas cosas y nosotros no.

Esta es mi suerte en la vida.

No me gusta».

Así que viven en un estado
de frustración, y de algún modo,

de algún modo en la vida,

Dios ha tenido un mal arreglo
con ellos.

O quizá se olvidó de algo,
o dejó pasar algo,

no los ama tanto.

Y entonces viven con eso.

Mire, Dios nunca quiso
que viviéramos

con semejante frustración.

Él no comete errores.

No hace nada como
lo haríamos nosotros.

Él no hace nada.

No lo hace todo como
queremos que lo haga,

pero hay un nivel de frustración
porque no me gusta mi situación

ni me gusta
mi forma de ser.

Bien, hay una segunda razón,
una causa de fondo,

y es la renuencia a resolver
las cosas del pasado.

Creo que en la vida de muchos,
una de las principales causas,

causas de fondo de su nivel
de frustración, sea bajo,

medio o alto nivel
de frustración,

es que no resuelven
cosas del pasado.

Tal vez sea algo en su infancia.

Quizá cometieron algún error.

Cometieron algún pecado.

Algún grave error de criterio
que provocó mucho pesar,

sufrimiento y dolor.

Y lo que pasa es que,
no han podido enfrentarlo.

Entonces quieren huir.

Así que huyen toda su vida,

intentando escapar de algo que
les pasó hace años y años.

En vez de manejarlo,
siguen evadiéndolo.

O tal vez ni pueden identificar
de qué se trata.

Solo–solo saben que algo
del pasado no está bien,

y en ocasiones es una relación
con los padres.

A veces alguien tiene que
superar el suicidio de un amigo,

como ya dijimos.

Hay muchas cosas pasadas.
Y algunas personas huyen.

Las ignoran.
Las niegan.

Viven en un estado de negación.

Solo se niegan a afrontarlo.

Todos los demás están mal.

Algo anda mal con los demás,
menos conmigo.

Y así, en vez de afrontar algo
del pasado que ha dejado

una marca imborrable en ellos
en vez de afrontarlo,

viven con eso.

Así, lo más fácil
es culpar a otros, ella, él–

culpar la circunstancia:
«Si tuviera esto, aquello»,

en vez de afrontar el pasado,
hacen eso.

Y eso tampoco funciona.

La tercera causa de fondo de la
frustración es nuestra renuencia

a afrontar lo que sabemos que
no es la voluntad de Dios

para nuestra vida
en el presente.

Una cosa es sentirse
frustrado por lo que,

por cómo creemos
que Dios nos creó,

por lo ocurrido
en el pasado.

Pero ¿qué del presente?

Mucha gente vive en un estado
de frustración por no afrontar

una actitud o hábito
de su vida presente.

Mire, si alguien está amargado,
resentido,

o es hostil o rencoroso,
no importa lo que haga,

nunca, nunca, nunca,
escapará la frustración.

Porque, primero que todo,
Dios no se lo permitirá.

En segundo lugar,
una actitud amargada,

resentida, hostil, de ira,
una actitud impropia de Cristo,

que es atroz hacia alguien más,
causará frustración,

porque siempre tiene que hacer
¿qué?

Defenderse.

Probar que otros están mal,
usted tiene la razón, ellos no,

usted sí, ellos mal, usted bien,
siempre que los ve.

O ya sea alguna situación
o ubicación geográfica,

lo que sea.

La gente hace de todo.

Y lo que ocurre es esto:
Hay muchísima gente que

se sienta en la iglesia domingo
a domingo, que vienen tensos,

se quedan y se van tensos,
en casa viven tensos,

la semana están tensos,
vuelven la otra semana tensos.

Han escuchado el evangelio.

Dicen: «Sí, creo.
Sí.

Oh, creo en la Biblia
de principio a fin,

hasta los mapas.

Creo todo en ella.
Creo todas las partes».

Y ¿qué hacen?

Viven de esta manera:
Frustrados con la vida.

Bien, ¿qué cambiaría?
«Pues cambiaría varias cosas».

¿Como qué?

«Pues, cambiaría mi casa,
mi auto, y mi ropa.

Cambiaría mi ubicación
geográfica.

Cambiaría a mis hijos.

Si mis hijos cambiaran,
cambiaría mis negocios.

Y también cambiaría
muchas cosas más».

¿Y luego qué?

«Pues luego estaría feliz».

¿Verdad?
«Sí».

¿Sabe qué pasa?
Eso no lo hace feliz.

Porque la felicidad no resulta
de las circunstancias.

La felicidad es el resultado
de la condición del corazón.

Hay gente que no tiene nada
y es mucho más feliz

que gente que lo tiene todo.

Hay gente a quien casi nadie
conoce y son más felices

que gente conocida por todos.

Puede mencionar cualquier
situación en la vida,

ninguna tiene que ver
con felicidad, paz y gozo.

Y ¿qué ocurre?

Después de un tiempo,
se frustran y siguen frustrados

y piensan: «Bueno,
algo malo debo tener».

Así, la clase de frustración que
resulta de nuestras acciones

es agotadora, perjudica,
y a menudo sale cara

de muchas formas
en nuestra vida.

Pero estoy agradecido de
que no me detengo ahí,

pues hay otra forma de
frustración que emociona.

Alguien dirá: «¿Cómo es posible
que algo así sea emocionante?»

Pues escuche.

Porque hay una forma de la misma
que es emocionante.

Quisiera que volvamos
al versículo 27 un momento.

Quisiera que lo leamos otra vez,
y que lo leamos varias veces.

Dice: Porque Jehová de los
ejércitos lo ha determinado,

¿y quién lo impedirá?

Y su mano extendida,
¿quién la hará retroceder?

Ahora, a lo que se refiere en
este pasaje es que los asirios

atacarían a Israel, y,
más adelante en este libro,

dice que rodearon
la ciudad de Jerusalén.

O sea, no tenían ni la remota
posibilidad de supervivencia.

Al otro día,
despiertan los israelitas.

¿Qué pasó?

Miles y miles y miles y miles
de asirios muertos.

Dios se encargó de ellos
en la noche.

¿Qué dice este pasaje?

Porque Jehová de los ejércitos
lo ha determinado,

¿y quién lo impedirá?

Y su mano extendida, Dice:
¿quién la hará retroceder?

Ahora, hay períodos de
frustración en nuestra vida

que no tienen nada que ver
con pecado o errores,

no siempre.

Así que hay una diferencia
entre esa clase de frustración

y la que hemos mencionado.

Y lo que descubrirá,
si se fija, es esto:

Primero, será una frustración
en la que no siente

el impulso de probar algo.

Usted no culpa a alguien.

No puede precisar una
circunstancia en la que

en verdad piense: «Si cambio
eso, todo será distinto».

Así, esa frustración
suele venir al instante,

sin previo aviso.

A veces viene como un proceso,
con el tiempo.

Y por algo, usted no logra
identificar la causa.

Mire, la mayoría de las veces
al tratarse de aquello

que resulta de algo que ocurre
dentro de nosotros,

de lo que cual
somos responsables,

tenemos muchas cosas
que podemos identificar.

Pero si es la frustración
de Dios, no podemos precisarla.

Veamos nuestro entorno y
decimos: «Pues no es eso.

No es él, ni ella, ni ellos.

Ni estas cosas.

No es lo que no tengo,
ni lo que tengo».

Y descubrimos esto: Al hacer
la movida que Dios

tiene en mente para nosotros,
la frustración termina.

¡Se va!

¡Desaparece!

Ahora, debemos
preguntarnos esto:

¿Cuál es el propósito de Dios?

¿Por qué es
que nos frustra?

O sea, ¿por qué nos pondría
de pronto una barrera,

y no nos deja mover?

¿Por qué nos detiene?

¿Por qué–por qué no deja
que las cosas avancen?

Porque tiene algo en mente.

Y uno de sus
principales propósitos es

llevarnos a una relación
más profunda con Él

en nuestro carácter.

Entonces ¿qué hace?

Comienza esta frustración.

Permítame explicar un poco cómo
funciona y luego hablaremos

de algunos ejemplos.

Viene un sentido de
inquietud repentino.

Se siente un poco
frustrado:

«Bueno, sé–no sé
lo que sucede».

No sabe bien lo que es.

Como mencioné, no puede culpar
a nadie no puede identificarlo.

Así que piensa: «¿Qué sucede?».

Uno de los propósitos
por los que Dios comienza

a traer frustración y esa
inquietud en nosotros,

es para captar nuestra atención
sobre algo en nuestra vida.

Quizá sea algo en lo cual
nunca hemos pensado,

nunca considerado, algo que
nunca se nos ha ocurrido.

Así que pensamos:
«Pues debo estar enfermo.

Deme un par de aspirinas,
deme algo».

Y lo que es, es una inquietud
que usted

no puede precisar bien.

Solo la siente.

Ahora, si usted es una
de esas personas que corre

por las medicinas cada vez
que se siente mal,

tendrá problemas.

Y perderá de vista
a Dios porque, a menudo,

Dios manda el sentido
de inquietud para enfocarnos.

Mire, piense en esto: Si acaso
eso es algo en lo que

no hemos pensado,
Dios no suele decir: «Ahí está».

Pero Él siempre trae
esa inquietud,

este sentido de frustración.

¿Qué pasa?

Poco a poco, comienza a movernos
en su dirección.

Y es un tiempo, es un proceso
dentro de nosotros.

Bien, si no estoy dispuesto,
o no me doy cuenta

de cómo actúa Dios, hallaré
siempre una razón para huir,

ignorar o malinterpretar
lo que ocurre.

Y le daré crédito a mi cuerpo
físico o a alguien o algo.

Encontraré algo que culpar.

Lo quisiera que vea es que
cierta frustración

es enviada por Dios.

Y su propósito es encargarse
de un aspecto que no hemos

considerado resolver antes.

Así que toma tiempo escuchar.

La primera vez que esto
se convirtió en una realidad

para mí, mi esposa y yo
habíamos terminado el seminario.

Estábamos al final
del segundo año,

y ah, nosotros íbamos a Fresno,
California, a predicar.

Yo predicaría ese verano
y ella cantaría.

Eso nos daría
cierta experiencia,

pues nunca había sido
pastor salvo un verano.

Entonces, ella dirigiría el
coro en una iglesia pequeña.

No tenían pastor.

E iríamos de reemplazo
por 3 meses.

Vaya que teníamos todo listo
y de lo mejor.

Lo recuerdo como si fuera ayer.

Sábado en la mañana,
me levanté temprano,

comencé a orar y,
de pronto, sin aviso,

recuerdo cuán frustrado
me sentí.

Pensé: ¿Qué pasa?

Estaba como agitado.

Nada iba mal.

Casi terminaban las clases.
Las notas eran buenas.

Ella estaba bien.

Nuestra relación maravillosa,
feliz.

Pensé: «¿Qué pasa, Señor?».

No podía encontrar
nada que culpar.

Pensé: «Oh, oh, ¿qué sucede?».

Entonces, cuando se despertó,
le dije: «Quiero que oremos.

Algo no anda bien».

Dijo: «Pues, ¿qué pasa?».

Le dije: «Bueno, no sé, pero–»

No llevábamos mucho tiempo
de casados

y cuando le decía algo así,
ella no lo entendía.

Así que le dije:

«Pues no sé lo que es,
pero debemos averiguarlo».

¿Sabe que oramos toda la mañana?

Oramos casi hasta
las 6 de la tarde, todo el día.

Como a esa hora concluimos,
que esos eran nuestros planes.

Pero no los planes de Dios.

Ahora, ¿qué tal si al
despertarme hubiera dicho:

«Necesito salir a caminar,
o un buen desayuno

o una aspirina o algo así».

Pero, «hagamos algo».

¿Sabe lo que hubiéramos perdido?

La voluntad de Dios,
eso hubiéramos perdido.

Permítame mostrarle
cómo hubiera ocurrido:

La hubiéramos perdido
por todos lados,

porque, para sorpresa nuestra
fue algo maravilloso

que luego tuvimos que pelear:

«Señor, no podrías
decirnos esto.

Suena muy bueno y muy fácil».

Eso dije.

Al final pasamos 3 meses en el
lago Lure en Carolina del Norte,

despreocupados.

Si puede imaginárselo.

Usted dirá: «Eso no suena
muy espiritual».

Lo sé.

Pero, mire, esa es la carne.

Ahí nos quería Dios porque
nuestra última semana ahí,

de pesca en el lago,
un hombre bajó y me llamó.

Dijo: » ¿Su nombre
es Charles Stanley?».

Le dije: «Sí».

Me dijo: «¿Es seminarista?».
Le contesté: «Sí».

Dijo: «Quiero hablarle».

Se acercó y me dijo: «El pastor
se se ausentará 2 semanas.

¿Quiere predicar
en nuestra iglesia?

Dije: «Claro».

Y para resumir el cuento,
prediqué ahí.

Me llamaron.

Fui pastor de esa iglesia y
enseñé en un instituto bíblico.

¿Qué tal si hubiera dicho no?

Vamos a Fresno,
pase lo que pase.

Eso dijo Dios.

¡Vamos!».

Iría en contra de Dios.

Puedo recordar y ver cómo,
paso a paso,

comenzó en mi vida,
en mi vida.

Si hubiera cometido ese error,
nunca habría llegado

a Fruitland,

ni a estos sitios donde
he estado en toda mi vida.

Por una sencilla razón,
no hubiera funcionado así.

La gente, la persona a quien
nunca hubiera conocido,

al final me trajo
a Miami, Bartow,

y todos esos sitios.

Fue el hecho de que Dios me
frustró tanto aquella mañana

que no podía hacer nada salvo
quedarme postrado hasta que

entendí lo que me decía.

Ahora, usted dirá:
«No soy pastor».

No tiene nada que ver
con ser pastor.

Tiene que ver con: ¿Cuál es la
voluntad de Dios para usted?

Mire, Dios lo ama
tanto como a mí,

y está tan interesado
en su empleo, su familia,

su trabajo, sus hijos,
sus cosas, sus metas,

sus ideales en la vida,
¡como en los de cualquiera!

Lo único que Dios quiere cuando
comienza a agitar su nido

cuando comienza a frustrarlo,
en vez de culpar a alguien más,

primero examínese y pregúntele
a Dios si hay

algo que quiere resolver.

En segundo lugar, dígale:

«Señor, ¿tratas
de decirme algo?».

Mire, al menos dele
una oportunidad.

No salga huyendo,
ni culpe a alguien más,

ni trate de cambiar
su circunstancia.

Quizá es solo que Dios lo ama.

Dios lo ama.

Y, mire, cada vez que Dios
se ha movido en mi vida,

sea en lo que creía
o en dónde estaba,

siempre ha sido para
mi gran, gran, beneficio.

¿Sabe por qué?
¡Porque es un Padre amoroso!

Dios no actuará de ningún
otro modo que no sea amor.

Ese es su único modo de actuar.

Usted dirá: «¿Y qué de su ira?».

Aun en su ira, ¿qué hace?
Expresa su amor.

Porque si no lo hiciera,
si no condenara el pecado,

todos seríamos tan insensatos
que no seríamos aptos

para vivir.

¿Y qué hace?
Esa es una expresión de su amor.

Nos advierte.

Así, al pensar en cómo actúa,
dice en este pasaje:

Porque Jehová de los ejércitos
lo ha determinado,

¿y quién lo impedirá?

Y su mano extendida,
¿quién la hará retroceder?

Preste atención.

Dios–Dios tiene tal control
de nuestra vida que no tenemos

que–mire, no tenemos que
preocuparnos por lo que

nos haga la gente ni
por las circunstancias.

Le pertenecemos a Dios.

Si lo escuchamos y Él manda
frustraciones a nuestra vida,

no busque a quien culpar.

Mire a Dios y diga:
«Señor, tratas de decirme algo?

¿Quieres cambiar algo
en mi mente, mi actitud,

mis acciones, mis hábitos?».

¿Quieres cambiar dónde estoy,
lo que hago?

¿Quieres cambiar mi carrera?

¿Quieres cambiar mi ocupación?

¿Quieres cambiar mi vocación?

¿Qué estás haciendo, Señor?».

Dios ama eso.

¿Sabe qué pasará?

Esa frustración se volverá
la emoción más maravillosa

al saber que Dios se trae
algo entre manos.

Ahora, hay 2 cosas.

A veces es un proceso
y el proceso, a veces,

se prolonga.

Usted pensará:
«Señor, ¿qué esperas?

Vamos.
Dámelo.

Dime lo que es».

No, Él–Él tiene
su propio cronograma.

Luego, a veces uno sabe
que está cerca.

Sabe que está cerca, pero ¿sabe?

No puede forzarlo.

A veces me cuesta aceptar eso.

Mire, no puede hacer que Dios
le diga ni un segundo

antes de lo que quiere.

Ahora, preste atención.

Por lo general, lo que Dios
intenta hacer lo impactará

cuando usted ni siquiera
piensa en nada parecido.

Y, de pronto, ahí está.

Usted dirá:
«¿De dónde salió eso?».

Vino de ese largo proceso
de escuchar, esperar,

cerner, lijar, trabajar,
frustración, ansiedad,

autocompasión y todas las cosas
que hacemos en el proceso

de que Dios nos hable.

Usted dirá: «Bien, entendí.

¿Qué debo hacer para que
todo esto sea realidad?».

Y quisiera que preste mucha
atención porque

este es el final.

Pase lo que pase,
debo reconocer esto:

«Padre, quizá yo no valga ni
2 centavos en mi mente.

Quizá esté tan mal,
con tanto pecado en mi vida,

tan viciado, Señor.

Tal vez me siento así.

Señor, sé que me amas igual».

Tengo que—mire, si no comienza
reconociendo el amor de Dios,

no funcionará.

Preste atención:
«Señor, sé que me amas.

No siento que lo merezca.

No creo que te ame mucho,
no según dictan mis acciones

y hábitos.

Señor, pero sé que me amas.

Y, en segundo lugar,
confiaré en ti».

Preste atención,
Él es Dios soberano,

con todo poder.

Conoce todas mis debilidades
y flaquezas.

Sabe justo dónde me quiere
y cómo llevarme.

Yo debo entender
lo que está pasando,

Señor, si hay algo que quieres
cambiar en mí.

Quieres cambiar mi rumbo.

Confiaré en ti.

Tendré que confiar en ti.

No puedo hacer esto solo».

Confiar en Dios
significa que dependo,

confío y me rindo a Él
para que haga en mí,

por mí y a través de mí,
lo que sea que elija

porque tiene el poder
para hacerlo.

Él puede cambiar en mí
cualquier cosa que quiera.

Puede ponerme donde
nunca me pondría yo mismo.

Por eso nunca subestimo a Dios.

No digo: «Oh, nunca
podría hacer eso».

No subestime a Dios.

¿Sabe lo que es?

Es llegar a la conclusión
que este Padre amoroso

nos ama de todo corazón.

Y, en segundo lugar,
lo único que quiere que haga

es confiar en Él.

Si confío en Él, si le entrego
mi vida y le digo:

«Señor, aquí estoy.

Haz lo que sea que quieras».

Preste atención.

No importa lo que esté pasando.

Da igual lo profundo, oscuro,
frustrante, cuánta confusión,

cuánto pesar, sufrimiento,
da igual lo que esté pasando,

puedo decirle de todo corazón,
cuando reconozca

su gran amor paternal por usted,
y diga:

«Señor, porque sé que eres
un Padre amoroso, maravilloso,

que siempre hace lo correcto
y lo bueno, confiaré en ti».

Pasa esto: La frustración
desaparece.

Y viene la paz.

La quietud de su espíritu
lo abruma.

Hay gozo, hay un sentido
de satisfacción,

hay un sentido de paz absoluta
porque ¿sabe?

Sabe que Dios lo albergará
de toda tormenta,

será su escudo de todo ataque,

será su sabiduría
en toda decisión.

Será todo lo que necesite,
sin importar qué.

Y, en su sabiduría, Dios sabe
qué necesita cambiar.

Así, si digo: «Puedes cambiar
cualquier cosa en mí

que quieras».

Puedo decirle de corazón.
Quisiera saber decírselo.

No canjearía el cambio por nada
que haya hecho por usted mismo.

Él es esa clase de Dios.

No toda frustración es mala.

La clave es ver a Dios,
confiar en Él,

rendirnos a su voluntad
y su senda, y lo que me mande,

saber de corazón que resultará
para mi bien, sin importar qué.

¿Sabe por qué?

Porque, ¿quién puede frustrar
a Dios?

Nadie puede.

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