Cuando nos sentimos culpables – Dr. Charles Stanley
¿Está usted atormentado por pecados pasados o agobiado por sentimientos de culpa? En este mensaje, el Dr. Stanley enseña que, si usted es un hijo de Dios, Él ya no recuerda sus pecados. Recuerde el sacrificio de Cristo por nuestros pecados y la verdadera libertad que nos permite vivir libres de culpa.
Comience su día con el
devocional gratuito en contacto.
Suscríbase hoy mismo.
[música]
locutor: En Contacto,
con el Dr. Charles Stanley.
Alcanzamos al mundo con el
evangelio de Jesucristo
por medio de una enseñanza
bíblica sólida.
Hoy en el programa En Contacto,
«Cuando nos sentimos culpables».
Dr. Charles Stanley:
Cuando hace algo malo y sabe
que está mal, ¿cómo se siente?
Se siente culpable.
Pero le pregunto esto: ¿Ha
tenido los mismos sentimientos
cuando no hace nada malo?
Muchas veces nos pasa.
La culpa es algo con lo que
todos lidiamos en nuestra vida
en ocasiones y algunas
personas saben cómo lidiar
con ella y otras no.
Si no sabe cómo lidiar con
la culpa, puede ser muy, muy
devastador para su vida.
Y muchas personas tienen
dificultad en su vida porque no
saben lidiar con la culpa.
En un grupo de unas 500
personas, se hizo un sondeo y
les hicieron esta pregunta:
«¿Qué experimenta
al sentirse culpable?».
Las respuestas fueron más o
menos así: «el castigo de Dios:
Dios me va a castigar por algo
que hice en el pasado, Dios me
va a juzgar: tendré un accidente
en mi auto, mi bebé va a nacer
deforme, las cosas van
a ir mal en la vida».
Las otras respuestas fueron algo
así: depresión, un sentido de
inutilidad, baja
autoestima, vergüenza.
El otro grupo de
respuestas fueron esto,
rechazo y aislamiento.
Todos esos
sentimientos son devastadores.
Y creo que la gente va por la
vida sintiendo esto en un grado
u otro, en gran
parte de su tiempo.
Bien, quisiera que me
acompañe a un versículo ahora.
En Efesios, capítulo 1,
versículo 7, recordará que se
nos ha dicho cuál es
nuestra relación con Cristo,
cómo se nos ha elegido.
Dice así en el versículo 7, que
en Él, es decir, en Cristo–
«tenemos redención–salvación–
por su sangre, el perdón de
pecados según las riquezas
de su gracia, que
hizo sobreabundar».
Y quisiera que pensemos en lo
que acabamos de escuchar,
las riquezas de su gracia
que hizo sobreabundar
al perdonar nuestros pecados.
Las riquezas de su
gracia, no nuestro desempeño o
comportamiento ni
nuestras promesas,
sino las riquezas de su gracia.
Bien, una de las mejores formas
y quizá uno de los primeros
pasos para superar cualquier
dificultad es comprender
qué la causa.
Quisiera que pensemos unos
momentos esta mañana, pensemos
en esta idea de luchar con la
culpa, y quiero que pensemos en
la fuente de esta culpa,
es decir, ¿de dónde viene?
«Cualquiera sabe de
dónde viene, del pecado».
Bueno, si toda culpa tuviera su
origen en el pecado, sería muy
sencillo lidiar con
ella, pero no es cierto.
No todos los sentimientos
de culpa provienen
de un acto de pecado.
Estos sentimientos provienen de
diferentes aspectos de la vida
y diferentes cosas.
Y así, comenzaré solamente
diciendo, de acuerdo con este
pasaje aquí, donde dice que
tenemos, escuche, que tenemos
redención por su sangre, tenemos
perdón de las transgresiones de
nuestros pecados; y todo eso es
resultado de la gracia de Dios.
Bien, si ese es el resultado
de su gracia, algo que debemos
considerar en todo este tema de
la culpabilidad es el hecho de
que a veces, una de las razones
para sentirnos culpables no
tiene nada que ver con el
pecado; tiene que ver
con una visión errónea de Dios.
Y es sorprendente cómo podemos
tener una mala, una visión
errónea de Dios y pensar
que algo anda mal y seguir
juzgándonos toda nuestra vida.
Comenzaré con mi propia
ah, vida en este punto.
Fui salvo cuando tenía unos 12
años de edad y cuando fui salvo
ah, Dios estaba
muy distante de mí.
Recuerdo eso.
Él estaba en el cielo,
yo estaba aquí abajo.
Y en esos años de mi vida
tuve la sensación de estar muy
distante, al menos porque no
tuve un padre y no tuve un
hombre a quien acudir o buscar
para desahogar mi corazón y
sentir que alguien me
amara y me cuidara.
Dios, de alguna manera
estaba muy distante.
Yo solo oraba a Él, creía en Él,
confiaba en Él; pero de alguna
manera, Él estaba en algún
lugar lejos y yo aquí abajo.
Y la mayor parte del tiempo la
pasé tratando de asegurarme que
me escuchara y de
algún modo salir adelante.
Y así pasó todo un año
y nunca olvidaré esto.
Un día estaba solo en casa.
Vivíamos en un apartamento en
el sótano y me estaba bañando.
Era un baño muy pequeño.
Y cuando terminé de bañarme, me
levanté para salir de la tina
y para secarme.
Y así, colgando cerca de la
bañera, más o menos así, en el
techo había uno de esos cables
negros y uno de esos soportes de
color latón donde
se enrosca el foco.
Tenía que estirar la mano y
sostenerlo y girar la perilla
negra para apagar la luz.
Estaba con el agua hasta mis
tobillos y alargué la mano para
agarrar el enchufe–lo
que habría sido un absoluto
desastre–y apagarlo,
y sonó el teléfono.
Normalmente lo apagaría e
iría a contestar el teléfono.
Más bien–aún recuerdo
esto–más bien salí
de la bañera y respondí.
Sonó unas 4 veces y cuando
respondí, nadie contestó.
No hubo respuesta ni pasó nada.
No pensé en nada más hasta que
regresé al baño y ahí estaba la
puerta, aquel foco
colgando y parte de la tina.
Y fue como si hubiera
visto una silla eléctrica.
De repente, por primera vez en
mi vida, supe que Dios no estaba
en el cielo, sino que
Dios estaba justo aquí.
Y de repente, por primera vez
en mi vida, Dios llegó a ser muy
real para mí porque supe, en ese
momento, que estaba involucrado
en mi vida porque no
había nadie al teléfono.
Dios fue quien
llamó por teléfono.
Quizá lo hizo por medio
de alguien, pero no hace
diferencia; llamó por
teléfono para salvar mi vida.
Bueno, me gustaría decirle que
eso resolvió el asunto entre
Dios y yo y de su cercanía y
amistad, pero eso no es verdad.
Porque pasaron los años y
aún sentía el mismo tipo de
distanciamiento de Él, aunque en
ese momento entendí que Dios no
era un Dios lejano, sino un Dios
involucrado en nuestra vida.
Y así, en vez de estar lejos,
sabía que, de algún modo,
estaba involucrado.
Pero, a pesar de eso, no
podía sentir esa cercanía, esa
confianza en Él porque, mire,
usted obtiene su concepto de
Dios de su papá.
Y así, mi concepto era que me
dejó muy pronto en la vida.
Y el segundo concepto que tuve
de un padre fue que era cruel,
rudo, duro y difícil de tratar
y no era muy elogioso
de nada en la vida.
Así que, toda mi visión
de Dios se distorsionó.
No es algo que haya buscado.
No pedí crecer en
este tipo de situación.
No pedí que mi padre
muriera a mis 9 meses de edad.
No pedí nada de eso.
Solamente fue algo que me
fue dado, me fue concedido.
Es algo con lo que debí
lidiar cuando crecía.
Cuando iba a la iglesia, era
condenación y juicio
y la ira de Dios.
Y así crecí con estas
cosas que me habían dado.
Este Dios que entendí por
primera vez en la vida era,
inicialmente, lejano, distante.
Y además, tomaba notas, llevaba
un registro y su frase favorita
era: «No lo harás».
Y si puede imaginarlo, con 13,
14, 15, 16 y así, trataba de ser
santo, pero les
aseguro que no funcionó.
Y lo intenté y, y quería ser
obediente a Dios, hacer lo que
Él decía, pero me esforzaba todo
el tiempo por cumplir esta norma
que, para empezar, no
entendía, no entendía del todo.
Nadie me dijo: «Debes
hacer estas cosas».
Me decían eran todas las
cosas que no debía hacer.
Menciono todo eso para decir
que alguien me dio
la visión equivocada de Dios.
Yo no la pedí.
No la hallé en la Biblia,
solamente me la dieron.
Y mire, cuando alguien le da una
visión equivocada de algo, lo
que hace es influir
en su pensamiento.
Y todo mi subconsciente me decía
lo que Dios era, que era duro,
difícil de complacer y uno
podría pasar su vida tratando de
agradarle; y si lograba
agradarle, iría al cielo.
Y ahora usted termina creyendo
que podría morir, perderse e ir
al infierno; y, escuche bien
lo que le diré,
Dios era un cruel tirano.
Pienso en las personas que
iban a esa clase de iglesias por
años, años y años y aún van.
Y ¿sabe cómo viven?
Viven con un
sentimiento de culpa.
Y si les pregunta: «¿Qué hizo
usted hoy que es absolutamente
malo?», la mayoría quizá no
podrían decirle que hubiera
hecho algo malo.
«¿Y por qué se siente culpable?»
«Pues, porque sí».
¿Por qué?
Le diré por qué: porque se
les dio una visión
equivocada de Dios.
Y por eso estoy tan agradecido
con Dios en mi corazón, porque
no solamente enderezó mi visión,
sino que sigue enseñándome
y elevándome en mi propia
comprensión y relación con Él.
Y mientras lo ha hecho estos
años, me ha liberado y libertado
de esa intangible, intocable,
esa especie de culpa etérea
allá afuera que no tiene
fundamento en absoluto.
El segundo aspecto que trataré
es una causa de culpa con la que
en ocasiones las personas luchan
y es devastadora en sus vidas,
y es que el, el mensaje de la
gracia no está en sus vidas.
¡No les enseñan
la gracia de Dios!
Bien, la gracia de Dios decimos
que es su favor inmerecido
hacia nosotros.
Es su inmensa gracia y bondad
hacia nosotros sin considerar
nuestro valor o nuestro mérito
o de hecho, a pesar de lo que
merecemos; esa es
la gracia de Dios.
Si lo piensa de esta forma, la
gracia de Dios y la culpa
nunca jamás van de la mano.
Y así, muchas veces, el problema
en las vidas de las personas es
que no entienden la gracia, pero
cantan diciendo: «Sublime gracia
del Señor que a
un infeliz salvó.
Fui ciego mas hoy veo yo.
Perdido y Él me halló».
Preciosos versos.
Y hay más versos en esa
canción que en su himnario.
Y es maravillosa y la cantamos.
Decimos que es sublime gracia.
Lo sorprendente de esto es que
Dios nos perdona a todos a pesar
de lo que somos y de
que no lo merecemos.
Pero en nuestro pensamiento,
muchas veces aún pensamos que
debemos merecerlo.
Y a veces al aconsejar o
compartir con alguien, nos
dicen: «Pero sé
que no lo merezco».
Escuche, merecer no tiene nada
que ver con la vida cristiana.
La gracia no tiene que
ver con lo que merecemos.
No tiene que ver con
nuestro mérito o nuestra valía.
Tiene que ver con quién es Dios.
Y de eso trata este versículo.
Dice, dice que el perdón, el
perdón de nuestros pecados no se
logró por méritos; vino por
las riquezas de su gracia».
Escuche, hay muchos hombres
que predican la salvación hoy.
Y si les pregunta:
«¿Predica la gracia de Dios?»
«Sí».
Pero vea lo que dicen: «Si
quiere ser salvo, debe hacer
esto: debe arrepentirse de sus
pecados»; es decir, «usted debe
hacer algo antes de
tener el favor de Dios».
Y en ocasiones, hay hombres que
predican–y oigo esto todo el
tiempo, lo escucho–
el arrepentimiento
como medio de salvación.
Y Pablo lo dijo de esta manera:
«Si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en
tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo».
El arrepentirme es lo que hago
como resultado de lo que Dios
hizo por mí en la cruz.
Cuando recibo al Señor Jesús
como mi Salvador personal,
¿qué debo hacer?
Debo abordar esas cuestiones de
mi vida que necesito resolver y
alejarme de esto y alejarme de
aquello y alejarme de lo otro,
debido a lo que hay
en mi corazón,
no para tener algo
en mi corazón.
Y muchas veces, el mensaje
de la gracia está ausente.
Por tanto, alguien dirá: «Si
hay algún pecado en mi vida,
soy culpable ante Dios.
Está disgustado».
¿Por qué nos llama hijos?
Porque sabe que vamos a flaquear
y caer; somos débiles
y nos equivocamos.
La salvación es lo que
Dios me da como creyente.
Y el arrepentimiento en la vida
del creyente es algo que este
hace porque no quiere nada en
su vida que no deba estar ahí
debido a, debido a quien
vive en su corazón,
que es la Persona de Jesucristo.
El mensaje de la gracia está
ausente en la vida de muchos.
Recuerdo cuando, la primera
vez que fui al seminario.
Iba a esta iglesia,
nunca lo olvidaré.
Cada domingo, el pastor
predicaba mañana y noche cómo
ser salvo, cómo ser
salvo, cómo ser salvo.
Después de un mes, 2 meses de
eso, le dije a Annie: «Mira,
creo que no
podría ser más salvo.
Y no creo soportar
mucho más esto».
Así que nos
fuimos a otra iglesia.
La gente me pregunta:
«¿Por qué no predica más
sobre la salvación?»
Pues si escucha bien,
siempre es parte del mensaje.
Siempre es parte del mensaje.
Pero suponga que
cada domingo dijera:
«Debe dar su vida a Cristo.
Debe ser salvo, debe ser
salvo, debe ser salvo».
¿Sabe por qué a veces,
eso ocurre en las iglesias?
Porque los pastores–y odio
decirlo, solo soy sincero–los
pastores quieren que muchos se
salven porque se ve bien
en el registro que se
bautizó a tanta gente.
Y así, predican la salvación, la
salvación, la salvación;
y ¿qué pasa?
Las personas se sientan y mueren
de hambre y no crecen como
discípulos porque no se les
instruye en cómo vivir la
salvación que Dios les ha dado.
Y ¿qué pasa?
Viven con sentimiento de culpa.
Y de algún modo, el mensaje de
gracia es un mensaje ausente
en muchas de esas iglesias.
Y las personas crecen y se
sienten culpables porque
hicieron esto y aquello,
mire, en vez de entender que el
perdón, la bondad, la gracia y
favor de Dios hacia nosotros
están ahí a pesar de lo
que somos y a pesar
de lo que hacemos.
¿Significa que Dios
ignora el pecado?
No lo hace.
Pero nuestra culpa recayó sobre
Cristo en el Calvario de una vez
por todas, hace 2000 años,
y todos hemos
sido declarados inocentes.
Bien, una tercera razón por la
que la gente lucha con la culpa
es porque no saben qué
hacer con el pecado.
No saben qué hacer con él.
¿Qué hace usted con él?
Simplemente
debe confesarlo: «Padre,
sé que he pecado contra ti».
Escuche, no confesar, suplicar,
rogar y rogar, implorar,
compadecerse, castigarse,
sentirse culpable; cuanto peor
se sienta, será
mejor; debe castigarse.
¿Sabe cuál es el problema?
Es muy difícil para todos
nosotros humillarnos ante Dios y
decir: «Señor Jesús,
tomaste toda mi culpa.
Mi autocompasión no servirá.
confesarme cuando sea
después de la primera vez
es perder el tiempo.
Cada vez que hable de
arrepentirme será perder el
tiempo después de una vez.
Lo tomaste todo en el Calvario.
Pagaste la deuda de pecado en
su totalidad y mi confesión y mi
arrepentimiento es para hacer
que mi corazón vuelva a una
relación correcta contigo y para
resolver este distanciamiento
que siento de ti y así
restaurar nuestra unidad».
De eso se trata la confesión
y el arrepentimiento
en la vida del creyente.
Y bien, ¿cómo se
salva una persona?
Se salva al poner su confianza
en la obra de Cristo en el
Calvario y recibirlo
como su Salvador personal.
Y arrepentirse es algo que
hace después de recibir
a Cristo como Salvador.
Ahora, como creyente, claro que
se convence de pecado y quiere
alejarse, arrepentirse, alejarse
de esas cosas que no agradan a
Dios debido a lo que
hizo en nuestro corazón.
Y pensando en cómo las personas
son acosadas por el diablo, sin
saber qué hacer con el pecado,
Dios dice: «Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel
y justo para perdonarnos»,
liberarnos de los sentimientos
de culpa y liberarnos
de estos sentimientos de
alejamiento de Él.
Mire, cuando uno es salvo
por la gracia de Dios,
nada puede separarlo de Él.
Pero si no lo cree, vivirá de
esta forma, sintiendo que está
separado de Él, y va a
estar cubierto de culpa.
No saben qué
hacer con el pecado.
Así que simplemente,
no pueden creer.
«¿Me esta diciendo que si le
pido a Dios que me perdone, si
le cuento a Dios mi
pecado, me perdona?»
Por supuesto.
«No lo merezco».
Correcto.
«¿Cómo pudo hacerlo?».
La cruz.
Es la única forma.
Y mire, Él no pretende
que vivamos ofuscados,
envueltos en la culpa.
No hay gozo en eso.
Una cuarta razón es que la
gente no suelta su pasado.
No puede.
Aunque le pidan al Señor
Jesucristo que perdone su
pecado, o como sea que le pidan,
lo que pasa es esto simple,
simplemente no pueden soltarlo.
Aunque le piden a Dios que los
perdone, y acuden a la Biblia
dirán: «Sí, esto es lo que dije,
lo que le pedí al Señor que
hiciera y esto es lo que Él dice
y yo sé que lo ha hecho
porque dijo que lo haría».
Y de algún modo, es, es
como melaza en su espalda.
Ah, aún sigue ahí pegada.
Acompáñeme a Isaías 43.
Isaías 43 y quisiera
que vea este versículo.
Versículo 25, dice: «Yo,
yo soy, soy el–Vea esto.
Es Dios quien habla: «Yo, yo soy
el que borro tus rebeliones–
tus pecados–¿Cuál
es la siguiente frase?
«por amor ¿El amor de quién?
Su amor, no el nuestro.
Dice: «Yo, yo soy el que borro
tus rebeliones por amor de mí
mismo, y no me acordaré–¿de
qué?–de tus pecados».
Él dice, Él dice en otro pasaje,
dice que están, que están
alejados de nosotros como
está el oriente del occidente.
Escuche, si Dios dice: «No voy
a recordarlos», entonces
¿qué hago reviviéndolos?
Le diré por qué.
Satanás usa nuestro
pasado para acosarnos.
Es una de sus herramientas
preferidas para acosarnos.
Escuche, no solo lo acosará,
sino que hará esto: Si puede
sacar suficientes cosas de su
pasado distante de las que se
avergüenza o se siente culpable
o lo que sea; o fracasos en su
vida; si puede poner eso en
marcha, esto es lo que le dirá,
en especial si es una
persona talentosa:
«Dios no puede usarte.
Dios no te usará.
Mira lo que hiciste.
Tu pasado aún está ahí y
Dios aún lo recuerda».
No es cierto.
Y ¿por qué lo recuerda?
Porque es la herramienta
preferida de Satanás para
acosar, desanimar,
deprimir y causar desilusión.
Mire, si ha
vivido año tras año–
Suponga que es algo que hizo
siendo adolescente o cuando
tenía 20 años y ahora tiene 70 u
80 y esa cosa está por allá en
algún lugar, ese algo
grande y sucio del pasado.
Mire, para eso es la sangre del
Señor, para eliminar toda esa
suciedad de su vida pasada, esos
baches ahí, esas incidencias,
pecados, esas cosas del ayer que
le provocaron un trauma, pero
sigue cargando esa culpa.
Escuche, cuando vino a
Jesucristo y dijo: «Padre, ah,
sé que he pecado contra ti y
te pido que me perdones
en virtud de la cruz.
Te agradezco por ello».
Y aunque no le agradeciera,
quizá le decía: «Señor, te pido
que me perdones por
lo que he hecho».
¿Cuántas veces debe pedirle a un
Padre celestial amoroso que lo
perdone por algo que ya
resolvió en el Calvario una vez?
Una vez.
Así que vivimos con
este sentimiento, un falso
sentimiento de culpa que
no desligamos del pasado.
Y pienso en los jóvenes que,
que se meten en problemas de
diferentes formas,
ah, de algún modo.
Me dirá usted: «¿Está
diciendo que el pecado
no tiene consecuencias?»
No he dicho eso.
Sí tiene consecuencias, pero
escuche, quiero que note esto.
Por su naturaleza, el
pecado tiene consecuencias
y no son de Dios.
Tenemos que separar esto.
Mire, la consecuencia del
pecado; por ejemplo, si me le
atravieso a un auto y me golpea
y me rompo la pierna, no es Dios
quien me rompe la pierna;
es una consecuencia de
no ver por dónde voy.
Si usted o yo pecamos contra
Dios, hay pecados que tienen
ciertas consecuencias
porque así es la vida.
Así que, no importa qué le pase
a una persona; si es salva por
la gracia de Dios, mire,
está viviendo al amparo de la
misericordia del
Dios todopoderoso.
Y escuche, Dios, quien conoce
las consecuencias del pecado, es
quien siempre nos advierte y
nos dice: «No peques contra mí».
¿Sabe por qué?
No porque diga: «Te juzgaré si
lo haces», sino porque conoce
las consecuencias del pecado.
Y lo que debemos comprender es
que no importa lo que ha pasado
en la vida de esas personas;
Dios lo ha perdonado
y debe olvidarlo, alejarlo.
Dios lo soltó y
dice: «No lo recuerdo.
Está tan lejos como
el este del oeste».
Por eso podemos estar ante el
Dios santo, el cual dice que nos
ha hecho a usted y a mi justos.
¿Sabe por qué?
Porque Él ya ha
lavado el pasado.
Vivimos en este momento, en este
día, y somos limpios y puros
delante de Dios.
Otra razón por la que luchamos
con la culpa es porque de algún
modo sentimos no
entender el llamado.
Muchas personas tienen esta
impresión: «Creo que Dios me
llamó hace mucho tiempo,
hace unos cuantos años,
a hacer algo para Él».
Bueno, ¿a qué lo llamó?
«No estoy seguro».
Escuche atentamente: Dios nunca
lo llamará a hacer algo para Él
en general:
«Quiero que me sirvas».
Dios lo llamará a
hacer algo específico.
Vea lo que pasa.
Digamos que hacemos una
invitación, en especial en
conferencias misioneras y demás,
y usted está ahí y el Espíritu
de Dios lo persuade de su
deseo de rendirse a Él.
Y Dios quiere que venga por este
pasillo y le dice: «Quiero que
me entregues todo tu ser,
que vayas adonde te diga
y hagas lo que te pida».
«Oh, Dios, no
estoy seguro de eso.
Mmmm».
Y no obedece y vive con esta
culpa: «Dios me llamó a las
misiones y no fui».
Dios no lo llamó a las
misiones en esa ocasión.
Lo llamó al altar a hacer un
compromiso con Él, un compromiso
público de hacer todo
lo que Dios le pidiera.
Y quizá le haya ordenado
que vuelva a su negocio
y sea un testigo piadoso.
No faltó al llamado de Dios.
Quizá desobedeció cuando Él le
dijo: «Camina por este pasillo y
quiero que hagas esto: que
te comprometas conmigo
a lo que te llame a hacer».
Bueno, solo, solo dígale:
«Dios, tú, tú me desafiaste a
comprometerme y no lo hice.
Sé que fue un pecado
absoluto contra ti no hacerlo.
Esa fue rebelión de mi parte
y te pido tu perdón
y agradezco tu perdón.
Señor, aquí estoy.
¿Qué quieres hacer en mi vida?»
Digamos que sí lo llamó a alguna
tarea específica y no la hizo.
«Se acabó la vida», dice usted,
«nunca podré ser
lo que Dios quiere que sea».
Si Dios lo llamó a predicar el
evangelio o ser misionero o algo
así cuando tenía 20 años y ahora
tiene 45 o una edad cercana
y dice: «¿Cómo
podré volver atrás
y hacer lo que Dios me pidió?»
No puede.
No puede volver y hacer lo
que le pidió, pero
¿sabe qué puede hacer?
Puede confesar el hecho de
que ha pecado contra Él al ser
rebelde y hacer lo que quiso, y
pedirle que perdone su pecado y
agradecerle por ello
y decir: «Señor,
te entrego ahora mi vida entera.
Sé que puedes recoger los
pedazos, recoger lo que está
roto y tomarme en este punto de
mi vida y ponerme en el centro
de tu voluntad en este punto
de mi vida y en este instante.
Y me comprometo a hacer lo
que tú digas adonde digas».
Cree que Dios dirá: «Muy tarde,
lo siento».
Su jefe diría eso,
pero Dios jamás lo diría.
¿Sabe lo que Dios dirá?
«Sabía que tarde o
temprano volverías.
Lamento que hayas pasado por
este sufrimiento, angustia y
dolor por desobedecerme,
pero te perdono.
Te haré restaurar.
Te pondré en la senda correcta.
Te mostraré lo que puedo
hacer con algo que
está roto y estropeado».
Dios se deleita en arreglar
cosas, arreglar personas,
restaurarlas, darles un nuevo
comienzo para empezar de nuevo.
No me importa quién sea, qué
haya hecho, dónde haya estado;
no puede nombrar nada que
supere la gracia de Dios.
No puede hacerlo.
Mire, todos arruinamos
algo en algún punto.
¿Alguien no lo ha hecho?
¿Alguien nunca ha pecado?
¿Alguien no ha hecho algo
que desearía no haber hecho?
¿Sabe qué?
No existirá jamás una persona
que no desearía no haber hecho
algo, que no quiera
volver y cambiar algo.
Gracias a Dios, y
escuche, no tenemos que volver.
Solo hay que subir, subir y
verlo cambiar nuestra vida.
¿Amén?
Esa es la gracia de Dios.
[música]