Cuando escapamos de una situación agobiante – Dr. Charles Stanley
Escuche cómo el Dr. Stanley examina la historia de la separación del mar Rojo y su significado para nosotros hoy. El mismo Dios que sacó a su pueblo de la esclavitud y lo condujo a una nueva tierra, también nos librará de las dificultades y mostrará su gloria en el proceso. Para más mensajes de Charles Stanley, incluyendo la transmisión de esta semana, visite www.encontacto.org/vea
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Dr. Stanley: Bien, este
pasaje es sobre uno de los
sucesos más interesantes en el
Antiguo Testamento, y todos lo
hemos escuchado en algún
momento.
Y quizá pensemos en él, pero
nunca en aplicarlo a nuestra
vida personal.
Este Libro se trata de aplicar
evidencias de Dios, de su
presencia y de su poder en
nuestra vida.
Cuando lo lee, ¿lee la Biblia
para que Dios le hable?
¿La lee porque está buscando
información?
¿O quiere que Dios obre en su
vida de una manera muy especial?
Dios tiene un mensaje, desde
Génesis 1 hasta el último
capítulo del Apocalipsis.
Y aquí en Éxodo 14, y en varios
capítulos cercanos, está la
historia del gran escape.
Escuchamos la frase, pero se
trató de esto: Quisiera pues que
veamos este suceso tan conocido
de Moisés y el mar Rojo, y luego
quisiera que saquemos al menos 5
principios de aquí, para
enseñarle cómo hacerlo y cómo
puede hacerlo con cualquier
pasaje bíblico que estudie.
Entonces, cuando veo esto y me
percato de lo que pasó, Faraón
teme así que esclavizan al
pueblo de Dios, y no sabemos por
cuánto tiempo, pero fue mucho
tiempo.
Así pues, aquí está Moisés quien
creció en Egipto en la casa del
faraón ¿recuerda?
La hija del faraón lo halló en
una canasta en el río Nilo.
Y así creció en las escuelas,
educado por los egipcios, así
que sabía muy bien cómo vivían.
Y una vez Moisés cometió un
crimen, cuando mató a un
egipcio.
Y se fue al otro lado del
desierto, a Madián.
Ahora, 40 años después, Dios
trató con Moisés en la zarza
ardiente, y le dijo que volviera
a Egipto para sacar a su pueblo
de la esclavitud.
Usted recordará esa historia.
Así que regresó, y Dios trabajó
en su corazón y comenzó a
enfocarse en lo que Dios le
pidió.
Claro, confrontar a Faraón para
que liberara a los hebreos era
un gran absurdo en lo que a
Faraón concernía: «¿Por qué
razón?».
Y como era de esperar, Faraón no
le prestó mucha atención a eso,
aquí vemos en la Biblia en qué
se especializa Dios: Él sabe
cómo llamar nuestra atención.
¿Y qué hizo?
Comenzó con la primera de 10
plagas.
Y luego, la obra de Dios que
cambió toda la historia fue
cuando Dios mató al primogénito
de todo Egipto y de todos sus
habitantes.
Recuerde, la Biblia dice que
Moisés dio instrucciones al
pueblo de Israel: «El ángel de
la muerte pasará por Egipto, y
deben poner sangre en el dintel
de sus casas.
Si no hay sangre, el primogénito
morirá esta noche en su
familia».
Claro, muchos no lo creyeron y
sufrieron la muerte.
Muchos otros sí, pero ese fue el
golpe final para que Faraón se
diera cuenta de que ya no podía
tenerlos cautivos y que ya no
podía seguir ignorando su
religión y sus creencias.
Así que, desde luego, los
liberó, y al hacerlo, dice la
Biblia que además la gente en
Egipto, los ciudadanos egipcios,
les dieron su oro, plata, ropa
-todo- para deshacerse de ellos.
Si usted hubiera pasado por esas
10 plagas, con gusto les habría
dado todo lo que fuera para
deshacerse del tal Moisés y de
todo ese pueblo llamados
hebreos, o israelitas en aquel
tiempo.
Así, con eso en mente, deseo que
veamos este primer principio en
el cual deseo que meditemos.
Sabemos el resto de la historia
y ya llegaremos allí, el primer
principio es este: Dios siempre
sabe qué es mejor.
¿A qué me refiero?
Dios siempre sabe qué es mejor,
pues todos enfrentamos
circunstancias en la vida, y
preguntamos: «Dios mío, ¿cómo
supero esto?
¿Cómo sobrevivo?
¿Cómo, cómo lo enfrento?».
Bien, quisiera que veamos el
primer punto aquí.
Cuando Faraón por fin dejó ir al
pueblo, después de estas 10
plagas y luego decidió, por
ejemplo, que eso fue un error, y
mandó a su ejército a atacar a
los israelitas y a traerlos de
vuelta.
Los israelitas quedaron muy
vulnerables, rodeados por el
desierto de un lado y el mar del
otro.
Y sucedió que Faraón veía todo
esto, y quedó convencido de que
los hebreos se habían quedado
atrapados.
Estaban en el desierto, en el
desierto de un lado y el mar del
otro.
Entonces, decidió que no
toleraría más esto, porque no
podía darse el lujo de dejarlos
ir.
Así que no fue una sorpresa para
Dios.
Lo que le pasó a Faraón fue
esto, lo que le pasa a mucha
gente: Olvidar quién tiene el
control.
Dios estaba a cargo, no Faraón,
ni siquiera los hebreos lo
estaban, Dios estaba a cargo.
Su propósito era demostrarles a
los egipcios que el Dios de los
judíos, el Dios de Israel, el
Dios de los hebreos, era el
único Dios verdadero.
Mire, el camino de Dios es el
mejor porque —mucha atención— el
asunto es ¿cuál es el propósito
de Dios?
Hay veces cuando no podremos
obtener lo que queramos.
No porque hagamos lo indebido,
sino que Dios tiene algo mejor.
Él tiene —mire— algo más grande.
Y recuerdo en mi vida a veces
pensaba: «Esto sí es lo
correcto», y Dios dijo: «Um-um-
no».
Sin paz, ni gozo, no es lo
correcto.
Luego entendí: «Gracias, Señor,
porque no lo hice así».
Y todos vemos lo que es normal,
natural, pero Dios tiene en
mente algo mejor.
El segundo principio que deseo
que veamos es este: Dios es fiel
en sustentar a su pueblo.
¿Qué tenían?
No tenían nada y vivían en
chozas.
Eran esclavos.
No tenían nada.
Y lo último que hubieran pensado
era que los egipcios vaciarían
sus casas de sus valiosos
bienes, desde ropa hasta joyas
de oro y plata; y se las darían
a los judíos.
Mire, solo Dios pudo haberles
dicho a los egipcios: «Dénselo.
¡Sáquenlos de aquí!».
Ahí es cuando se marchan, y
parece que son libres y han sido
muy bendecidos por todo este
oro, plata y demás bienes
egipcios; lo que me lleva al
tercer principio: Dios siempre
—escuche— Dios siempre está
presente para guiar a su pueblo.
Es decir, Él no nos dirá que
hagamos algo y luego no guiarnos
para hacerlo.
Si Dios le dice que se mueva, o
que haga esto, lo que sea,
recuerde que Él conoce el
principio y el fin.
Mire, Dios nunca le dirá que
haga algo sin sustentarle para
que lo haga, nunca.
Con frecuencia escucho a alguien
decir: «Sé que Dios me dijo que
hiciera eso, pero no sabía cómo,
y le dije que no».
Eso es desastroso, porque si
Dios le dice que haga algo, Él
es responsable de hacerlo
posible en su vida, sea lo que
sea.
No hay razón válida para
desobedecer a Dios diciendo: «Yo
no, no sabía qué hacer.
No entendí.
Dios, Dios no lo dejó claro».
Dios jamás le dirá que haga algo
sin dejarlo bien claro.
¿Acaso le dará todas las
respuestas a todo lo que usted
quiera saber?
No, Él no hará eso.
Quiere que confiemos en Él.
Y bien, al ver este pasaje y
mirar cómo ha obrado Dios, esta
es su forma de actuar.
Es decir, Él nos mostrará qué
hacer y cuando lo haga, debemos
preguntarnos: «¿Estoy dispuesto
a obedecer a Dios aunque no lo
entienda del todo?».
Y la respuesta es: «sí lo haré»
o «no lo haré».
Y cuánta gente he conocido que
dice: «Recuerdo que Dios trató
de decirme hace un año que no
hiciera algo, yo no entendía por
qué no, lo hice, hoy me
avergüenzo de mí, me lamento.
Lo que quiero saber es qué hago
ahora».
No siempre sé qué hacer luego.
Solo sé que obedecer a Dios es
siempre lo correcto, ya sea que
lo entienda o no, lo que sigue o
no, me duela o no, si complace a
alguien o no.
Usted no tiene que complacer a
nadie más que a Dios, ¿escuchó
bien eso?
No hay que complacer a nadie
sino a Dios.
Hay muchas personas que
quisieran que usted las
complaciera, pero no tiene que.
Complazca a Dios, y mucha
atención, Dios asume toda la
responsabilidad de las
consecuencias de nuestra
obediencia.
¿Escuchó bien?
Dios asume toda la
responsabilidad de las
consecuencias de nuestra
obediencia.
Si eso es cierto, no tenemos que
preocuparnos de lo que pasará.
Así pues, allí se encontraban,
en esta región atrapados,
rodeados por el desierto, el
ejército de Faraón, y el mar
Rojo, ¿y ahora qué iban a hacer
con esto?
Así es como nos equivocamos en
la vida.
Preste atención, Muchas veces al
no recibir respuesta, elegimos
nuestra propia senda -que suele
ser fatal, porque no sabemos
adónde ir, y a veces no estamos
dispuestos a decirle a alguien:
«Creo que esto es lo que Dios
quiere que yo haga.
No sé cómo, pero lo obedeceré».
Piense en esto, si usted fuera a
su oficina mañana y hablara con
un amigo, y le dijera: «Dios
quiere que nos mudemos».
«¿Y adónde irás?».
«No lo sé, pero es lo que Dios
quiere».
¿Cuánta afirmación positiva y
aliento recibiría de uno de sus
compañeros?
«¿Me dices que te mudarás?
No tienes un empleo, pero Dios
te lo ordenó y tú no …
¡Eso es una locura!».
La razón humana y la
omnisciencia de Dios
Todopoderoso no siempre se
evalúan desde un punto de vista
humano.
Y esto es lo que pasa, les dice:
«Alístense para marchar».
«¿Adónde vamos?
Podemos escuchar que vienen los
carros, y aquí está el agua.
Es más, ya me llegó a los pies,
¿y tú nos dices que vayamos al
mar y veamos a Dios obrar?».
Ahora, Dios abrió el mar, lo
abrió para que el pueblo pudiera
pasar.
El mandato de Dios es muy
importante, pues aquí está el
principio: El mandato más
sencillo de Dios puede traer
consecuencias sorprendentes y
poderosas cuando lo obedecemos.
Así, a veces lo pasamos por
alto, porque lo que Dios nos
pide hacer es muy sencillo.
Quizá le diga —y usted está
confrontando problemas— y quizá
le diga: «Solo espera.
No hagas nada, confía en mí».
Una de las cosas más difíciles
cuando enfrentamos dolor y
sufrimiento, o algún trauma en
la vida, es que Dios nos diga:
«No hables, confía solo en mí».
Así pues, el mandato más
sencillo de Dios a menudo puede
ser sorprendente, pero tiene
consecuencias poderosas si lo
obedecemos.
Allí estaban -pongámonos en su
lugar- con el mar por detrás,
los carros de un ejército muy
bien preparado para destruirnos
se avecinan; ¿qué haríamos?
Pues lo mismo que ellos, primero
que todo dijeron: «Moisés, ¿cómo
nos metiste en este problema?».
«¿De qué se trata todo esto?».
Querían atacarlo.
Y en cada ocasión, Dios los
movía de cierto modo con la
nube, sabían justo adónde iban,
estaban confiando en Él.
Y ahora, parecía el fin.
Mire, cometemos nuestros mayores
errores al ver nuestras
circunstancias con nuestros
ojos, destrezas y talentos,
nuestras circunstancias, la
situación, y no vemos primero a
Dios.
Muchas veces en la vida nos
encontramos en una situación en
la cual pensamos: «¿Qué haré
ahora?».
Siempre es mejor esperar en
Dios.
Quizá tengamos que esperar poco
tiempo o mucho tiempo.
La pregunta es: ¿Confiaré en
Dios en esta situación, aunque
nunca antes la haya
experimentado?
Y piénselo, por la gracia plena
de Dios, sobrevivieron esos años
de tormento y esclavitud.
Y ahora, Dios los guió hacia la
tierra que les había prometido.
Y ahí estaban, mal equipados, no
se pueden esconder, no pueden
huir.
«Dios, ¿qué haces?».
Y su representante es Moisés,
así que: «Moisés, ¿cómo nos
metiste en este gran lío?».
Así pues, a veces no entendemos
los mandatos de Dios.
Pero debemos decidir: «¿Haré lo
que dice Dios, o haré lo que
quiero hacer, lo que me dice mi
mente que haga?».
Así que, ahí estaban.
Tenían que creerle a Moisés,
confiar en Dios o no.
Y recordará lo que les dijo
Moisés: «El Señor peleará por
nosotros, mientras se quedan
quietos».
Entonces, esa noche, Moisés se
levantó y, esto fue lo que le
ordenó Dios: «Levanta y extiende
tus brazos, extiende tus brazos
y sostén tu vara.
Cuando lo hagas, y les digas que
marchen, ese será el comienzo de
su victoria».
Bien, lo importante aquí es
esto: A veces, cuando estamos en
medio de nuestras
circunstancias, así como son, el
mandato más sencillo de Dios
puede tener grandes
consecuencias.
Y a veces quizá Dios le diga:
«Siéntate, descansa».
O le dirá: «Quiero que vayas
ahí.
Confía en mí; no trates de
entenderlo».
Todo está contra ellos.
No hay forma de escapar.
El mar está enfrente.
Faraón está detrás.
Oyen los carros, «¿y qué
haremos?».
¿Tenían miedo?
Claro que sí.
Habían visto lo que podía hacer
el ejército de Faraón.
Entonces, ¿qué pasa?
Mire, lo único que pasó fue
esto: Moisés levantó sus brazos,
con la vara en su mano, y algo
comenzó a pasar.
El mar comenzó a abrirse y el
pueblo comenzó a marchar.
Y antes de que terminara todo,
mientras aún era oscuro, la
Biblia dice que Dios salvó a su
pueblo.
Salieron de una situación
agobiante.
Seguro que eso les llevó toda la
noche.
Eran más o menos 2 millones.
No sé cuánto habrá durado, pero
Dios mantuvo la oscuridad por
aquí hasta que todos pasaron.
Al terminar de cruzar, ¿qué
pasó?
Luego llegó la luz y, como
resultado, la Biblia dice que
Faraón los atacó.
¿Y qué hizo?
Dios cumplió lo que era uno de
sus objetivos principales desde
el comienzo.
Los carros se abalanzaron sobre
los hebreos.
Y es interesante porque los
carros iban adelante.
O sea, eran como un tanque.
Eran rápidos, feroces y
protegían al soldado.
Entonces, cuando varios se
metieron en lo que era agua, ya
sabe lo que pasó: Moisés habló
otra vez, se cerraron con fuerza
las aguas, y los destruyeron a
todos en el mar Rojo.
De modo que, el principio aquí
es este: No busquemos a quién
culpar por nuestras
circunstancias, busquemos la
ayuda de Dios.
Continuamente culpaban a Moisés
por esto, aquello y lo otro, y
siempre es más fácil culpar a
alguien más cuando algo no nos
sale bien.
Pero pesemos en esto: No es
cierto que en cualquier
circunstancia en que estemos
-mire – si estamos en su
voluntad, Dios es responsable de
ayudarnos a superarla.
No busque a quién más culpar.
Sí, todos podemos culpar a
alguien.
Puedo recordar en mi vida y
culpar a gente por cosas que me
pasaron, al igual que usted.
Pero pronto aprendí que eso no
me lleva a nada.
Lo mejor es meditar en la
Palabra y decir: «Señor, no me
gusta esto, no sé lo que estás
haciendo.
Yo no lo haría así.
¿Qué estás planeando?
¿Qué te propones?».
¿Sabe qué?
Dios siempre le mostrará qué
hacer.
Y lo interesante es que buscamos
a alguien a quien culpar.
Sin embargo, al pensar en eso y
también en cómo obró Dios en la
vida de Moisés, y todos los
profetas, lo que le dijo a
Isaías, en Isaías 41, uno de mis
pasajes favoritos.
Le dijo en el versículo 9: «Mi
siervo eres tú; te escogí, y no
te deseché».
Escuche: «No temas, yo estoy
contigo; no desmayes, porque yo
soy tu Dios que te esfuerzo;
siempre te ayudaré, siempre te
sustentaré con la diestra de mi
justicia.
He aquí que todos los que se
enojan contra ti serán
avergonzados y confundidos;
serán como nada y perecerán los
que contienden contigo.
Buscarás a los que tienen
contienda contigo, y no los
hallarás; serán como nada, como
cosa que no es.
Porque yo Jehová soy tu Dios,
quien te sostiene de tu mano
derecha, y te dice: ‘No temas,
yo te ayudo'».
¡Qué increíble pasaje!
Ahora, ellos no tenían ese
pasaje en aquel tiempo porque se
encuentra en Isaías, capítulo
41.
Pero qué pasaje tan adecuado
cuando enfrentamos dificultades:
«No temas, yo estoy contigo»; no
desmayes».
Mire, ¿cómo podrían ellos no
desmayar, debido a lo que habían
escuchado y visto de lo
desastroso que era que un carro
les viniera encima?
Y allí está todo el ejército
egipcio ¿y ellos qué tenían?
No eran aptos para pelear.
Solo tenían la promesa de Dios.
Solo tenían la promesa de que
Dios los cuidaría, y fue justo
eso lo que hizo.
Lo sabio es buscar a Dios.
Busque la ayuda de Dios.
Él es el único que puede
ayudarnos en nuestras
circunstancias.
Mire, ¿no es el único que puede
sanarnos, el único que puede
sustentarnos cuando nadie más
sabe nuestra necesidad?
Él es el único que puede darnos
dirección en la vida, con plena
certeza.
Entonces, cada vez querían
atacar a Moisés, y Dios le dijo:
«No les prestes atención.
Levanta tus manos, con tu vara
en la mano, y al hacerlo, yo
actuaré».
Y eso fue todo lo que hizo.
Y bien, Dios los cuidó y vieron
lo que Dios podía hacer.
Así que, solo le digo que en la
mañana al despertar, es muy
sabio hacer esto: No se levante
de la cama sin Cristo.
Una vez que se levante y empiece
el día, es fácil pensar en esto,
aquello, fulano, fulana, qué
haré aquí.
Pero antes de salir de la cama,
entregue su vida a Dios: «Señor,
hoy las cosas no se ven muy
bien».
O: «Dios, todo se ve
maravilloso.
No quiero subestimarte».
Entonces, ¿y qué?
Comenzamos el día con Él, y
enfrentamos lo que sea que
enfrentemos -mucha atención-
no, tenemos un Moisés, sino a
Cristo y al Espíritu Santo, el
omnipotente todopoderoso
Espíritu de Dios que mora en
nosotros, nos da dirección, nos
señala el camino, se lleva
nuestros temores, nos da valor y
cada promesa de la Palabra para
vivir a diario.
Eso tenemos, si nos disponemos a
esperar y confiar en Él.
Entonces, ya sabe dónde está en
su vida hoy.
Si enfrenta algo que es muy
difícil, recuerde esto: no es
muy difícil para Dios.
Él sabe dónde está usted.
Está para ayudarle.
Nunca se queda sin lo necesario
para ayudarle.
Y Dios quiere que confíe en Él
paso a paso en lo que sea que
enfrente.
Siempre saldrá adelante, no a
veces.
Siempre saldrá adelante, con tan
solo confiar en Él.
Todos hemos pasado dificultades,
y pasaremos por adversidades.
La pregunta es: ¿Qué hace usted
cuando el mundo se le viene
encima?
Confíe en Él.
Dependa de Él.
Crea en Él.
Espere en Él.
Si ellos —mire— si ellos
hubieran intentado pelear,
habría sido un desastre total.
Dios, fíjese, a veces en ciertas
situaciones, si intentamos salir
a la fuerza, se agudizan.
Lo mejor es rendir nuestra vida
a Dios y decir: «Señor, no sé
qué hacer, pero confiaré en ti
porque dijiste que no me
desampararás ni me dejarás».
¿Amén?
Amén.
Padre, te amamos, alabamos y
agradecemos por estas no solo
historias, sino grandes dramas
de tu Palabra que nos recuerdan
dónde estamos, dónde podríamos
estar, y lo que harás donde
estemos.
Te pido por alguien aquí que aún
no te ha aceptado como Salvador,
que recuerde, que sin ti no hay
esperanza ni ayuda verdadera.
Confiamos en ti, te agradecemos,
gracias por preservar este
suceso y ponerlo en papel y
tinta, para que lo leamos siglos
después–escuchemos la verdad,
la entendamos, la apliquemos al
corazón y andemos en ella.
En el nombre de Jesús, amén.
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